A los tiempos más lejanos solemos pintarlos con gruesos contornos para poder distinguirlos mentalmente. Así procedemos para que los podamos ubicar fácilmente en nuestra taxonomía mental, sin prestar atención a los matices, a los elementos que atraviesan todas las épocas y latitudes, ni tampoco a aquellas costumbres que no nacen de un día para el otro, sino que se van perfilando a lo largo de siglos. A esas pinceladas fáciles e inevitables, las podemos ir abandonando por los trazos más finos a medida que vamos desmalezando ese pretérito con más y más lectura, que nos permite discernir lo importante de lo accesorio, lo permanente de lo contingente.
Johan Huizinga, en este libro ya clásico sobre las postrimerías de la Edad Media en Francia y el Ducado de Borgoña, nos llama la atención sobre lo medieval que iba muriendo, pereciendo lánguidamente, y los modos de una nueva sociedad que iba emergiendo.
Es así como Huizinga explora la literatura -en particular la poesía-, el arte pictórico, los hábitos de religiosidad, las costumbres cortesanas y de seducción. Iban quedando, como recuerdos de un pasado glorioso, la épica caballeresca y formas de devoción que hoy nos resultan extrañas, cada vez más vacías de aquello que le dio contenido.
No es un libro "fáctico": es una obra que permite adentrarnos en la cosmovisión medieval tardía de una región específica de Europa. Mucho menos, pues, una introducción a la Edad Media, que no debería faltar en la biblioteca del historiador o del curioso sistemático del pasado europeo.
Johan Huizinga, El otoño de la Edad Media. Madrid, Alianza.
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