sábado, 17 de diciembre de 2022

"La historia de Rusia", de Orlando Figes.

Orlando Figes es un autor erudito, inteligente y con una excelente pluma, que acompaña al lector con su conocimiento y reflexiones. Autor de varias obras sobre el pasado ruso y soviético, entre las que ya he comentado aquí Crimea y El baile de Natacha, y a las que debemos añadir la monumental La Revolución Rusa y Los que susurran, entre otros. Este año 2022, con la invasión rusa a Ucrania -que, en rigor, es una continuación de la anexión de Crimea en 2014, junto al apoyo a los dos gobiernos separatistas de Lugansk y Donetsk-, el pretérito de Rusia cobra relevancia para comprender este presente tan inquietante.

Parte desde la Rus de Kiev, con los principados de gobernantes vikingos instalados en lo que hoy son Ucrania, Bielorrusia y Rusia, en gran parte teñido por la leyenda dada la escasez de documentación del período. El error en el texto de Figes -ignoro si fue en la traducción, o si ya está en el original- es denominar "rusos" a los hombres de la Rus de Kiev y Novgorod. Es tan equivocado como suponer que los galos y los francos eran franceses, o que los germanos que lucharon contra Marco Aurelio eran alemanes. Son denominaciones extemporáneas que llevan no sólo a la confusión, sino también alimentan las narrativas políticas de los nacionalismos en esas regiones, pero que no contribuyen en nada a la comprensión histórica. El espejo era el Imperio Romano de Oriente, o Bizancio, cuya capital era una de las grandes ciudades de aquel tiempo, junto a Bagdad. En ese contexto, los gobernantes de Kiev se convierten al cristianismo ortodoxo, para aproximarse al esplendor de esa cultura antigua a la que admiraban. Por debajo de esa franja que dominaba, estaban los eslavos, de los que tomaron la lengua y con los que se fueron mezclando. Pero en el siglo X aún no se puede hablar de "ucranianos", ni "rusos", ni "bielorrusos". El súbdito seguía la religión del monarca y se identificaba con él, no con una nación, que es un concepto que podemos hallar acabadamente en el siglo XIX europeo.

La invasión mongola del siglo XIII dejó marcas y legados en la cultura de esa región, y Figes se encarga puntillosamente en señalar algunas en las costumbres, pero sobre todo en el concepto patrimonialista del monarca: las tierras, los bienes, las personas son patrimonio personal del gobernante, y esto permite explicar el desarrollo posterior del zarismo, de la Unión Soviética y hasta de la presente Rusia post soviética. Pero la parte occidental de lo que hoy es Ucrania, mayormente quedó bajo el dominio de la Mancomunidad Polaco-Lituana, marcando una diferencia política y cultural que persiste hasta nuestros días. Si bien los eslavos locales -¿proto ucranianos?- se fueron rebelando contra los señores polacos, hasta llegar al hetmanato cosaco, se fue incorporando a la órbita cultural europea de un modo por completo diferente al que se vivía en los territorios bajo dominio mongol, en donde se desarrollaron los ducados como el de Moscovia, que si bien era un señor local, mostraba su lealtad a la Horda de Oro.

La creación de los mitos fundacionales rusos en torno al zar, a la misión providencial de Moscú en tanto "tercera Roma", en su vinculación histórica y religiosa con el imperio bizantino, es una concatenación que recorre el texto hasta llegar a Vladímir Putin, pasando por la Unión Soviética y, en particular, en el rol que asumió Stalin. Esa pretendida excepcionalidad rusa -prácticamente todos los países tejen este tipo de relatos para legitimar sus acciones- es una fuerza motriz y, a la vez, enceguecedora, ya que se transforma en un velo frente a los horrores, los crímenes y las falencias. Como señalé precedentemente, el lector inquieto hallará en los otros libros de Orlando Figes las claves para comprender el auge y la caída del zarismo, así como la repetición de errores como la falta de equipamiento adecuado de su ejército, el desprecio por la vida de sus soldados, las visiones estratégicas sobre su espacio. 

El capítulo dedicado a la URSS post stalinista me dejó sabor a poco: la necesidad de publicar el libro mientras comenzaba la injusta invasión a Ucrania llevó a ahorrar páginas y explicaciones que, si bien no afectan el sentido, sí le quitan fuerza argumental. Omitió, por ejemplo, unas pocas páginas a la ruptura sino-soviética, a la rusificación de Asia Central y el Cáucaso, a la pérdida de los países satélites en 1989 en Europa central y oriental. En los capítulos previos, del tiempo zarista, apenas se menciona a la guerra ruso-japonesa, que impactó severamente en el poder imperial y en la visión que los rusos tenían de sí mismos, una humillación ante quienes querían ver como inferiores. 

Sí es muy claro y bien concentrado el capítulo final sobre Putin, aunque discrepo en su opinión respecto al supuesto impacto negativo de la expansión de la OTAN hacia Europa oriental -siempre hay que "comprender" a los gobernantes rusos, pero nunca se presta atención a los de las naciones de Europa central y oriental...-. El entramado oligárquico y prebendario de la vieja nomenklatura y cómo siguió apoderándose del país, a la vez que no logró formarse una sociedad civil fuerte, permite entender la lógica de la Rusia putinista de los últimos veinte años.  Este texto ayuda a desmontar el andamiaje de tantos relatos míticos del pasado ruso y eso, en sí mismo, es una labor de inmensa ayuda para que la racionalidad y la dignidad humana comiencen a ganarse espacio en la política internacional.


Orlando Figes, La historia de Rusia. Buenos Aires, Taurus, 2022.
 

domingo, 6 de noviembre de 2022

"Vicente Fidel López", de Pablo Emilio Palermo.

Vicente Fidel López (1815-1903), hijo único de Vicente López y Planes -autor del Himno Nacional argentino, presidente provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata tras la renuncia de Bernardino Rivadavia, y luego gobernador de la Provincia de Buenos Aires en 1852 después de la derrota de Rosas- fue un hombre de enorme talento y prodigiosa labor intelectual y política. Pablo Emilio Palermo, autor de la biografía sobre este hombre público, acometió una tarea difícil, como es la de sistematizar en esta obra lo que venía siendo una necesidad. 

Como el autor ya escribió una biografía sobre Vicente López y Planes, la concatenación es lógica y necesaria entre ambos libros. Pero aquí vemos cómo el padre se preocupó en forma constante por el hijo que, díscolo, se enroló muy joven en las contiendas políticas de su tiempo, que lo llevaron al exilio en Chile y Uruguay, en tanto Juan Manuel de Rosas fuera el gobernador de Buenos Aires. Habiendo nacido en un hogar en el que la política y los asuntos públicos estuvieron siempre presentes, el joven Vicente Fidel López se sumó a la sociedad literaria de Marcos Sastre y sintió el fuerte influjo del pensamiento de Esteban Echeverría, formando parte de lo que llamamos la Generación de 1837. Por su participación en las contiendas políticas en Córdoba, debió exiliarse en Chile, en donde ejerció el periodismo y la docencia. A pesar de los ruegos de su progenitor, el joven no cejó en su persistencia en labrarse su propio camino, y por ello emigró luego a Montevideo, en donde tuvo una destacada labor como abogado. 

La derrota de Juan Manuel de Rosas en la batalla de Caseros y el nombramiento de Vicente López y Planes como nuevo gobernador de Buenos Aires, llevaron a que este joven retornara a la orilla occidental del río de la Plata y que, por iniciativa de Justo José de Urquiza, fuese el primero en ocupar el novel ministerio de Instrucción Pública de la provincia. Desde esa cartera y como conocedor del derecho, participó en el debate en torno al Acuerdo de San Nicolás y luego lo defendió en la Legislatura porteña, frente a los embates de Bartolomé Mitre y Dalmacio Vélez Sarsfield, enconados críticos de lo rubricado para organizar constitucionalmente la República. Con firmeza e inteligencia, utilizó su artillería verbal para erigirse en el vocero de ese Acuerdo en un entorno hostil, lo que le significó el ostracismo en su pequeña patria natal durante algunos años. Tras la dimisión de su padre a la gobernación, retornó a Uruguay y ejerció la abogacía, a la vez que daba sus pasos por la investigación histórica. Vicente Fidel López fue, como tantos otros hombres de su tiempo, un hacedor en distintos campos: la política, el derecho, la historia, la lingüística y la literatura. Pero a partir de la década de 1870, Vicente Fidel López retornó a Argentina y tuvo una actuación notable: convencional constituyente en la Provincia de Buenos Aires, diputado provincial y luego diputado nacional, a la vez que Rector de la Universidad de Buenos Aires. Esto no fue óbice para que prosiguiera su labor historiográfica e incluso tuviera un debate con Bartolomé Mitre. En varias cuestiones tomó partido con resolución: el proteccionismo económico, el laicismo, la autonomía municipal, la inmigración, las cuestiones limítrofes con Chile. 

Pablo Emilio Palermo rastreó y logró plasmar en la biografía esta acción pública con su vida privada, gracias a su minuciosa investigación de la correspondencia personal. De esos documentos brotan las preocupaciones por su hijo Lucio Vicente López -tal como su padre, otrora, le expresaba sus pesares durante su exilio en Chile y Uruguay-, un calor humano que no se puede vislumbrar en la obra historiográfica ni en el discurso parlamentario. En el decenio de 1880, fue publicada su monumental historia argentina, que tan profunda huella ha dejado en nuestro país.

En 1889, se sumó a la Unión Cívica junto a Mitre, Alem y el joven Francisco Barroetaveña, que cuestionó severamente la política del entonces presidente Miguel Ángel Juárez Celman. Si bien la revolución del Parque, de 1890, fracasó en su propósito, el primer magistrado renunció un mes después, por lo que asumió Carlos Pellegrini para completar el sexenio. En dicha circunstancia, y ante una grave crisis económica, Vicente Fidel López prestó una vez más sus servicios siendo ya un hombre septuagenario y con problemas de audición, esta vez como ministro de Hacienda. Acompañó a Pellegrini en los momentos más agitados, y en su paso por el ministerio se crearon la Caja de Conversión y el Banco de la Nación Argentina; pero debió abandonar la función antes de que el primer magistrado concluyese su mandato. No por ello se alejó del compromiso cívico, colaborando activamente en la creación de la Escuela Libre de Segunda Enseñanza. Pasó sus últimos años recluido con su familia, manteniendo el vigor intelectual y la producción literaria, hasta su fallecimiento en 1903.

Hombre de reflexión y acción, de estudio y de gobierno, Vicente Fidel López precisaba una biografía, y es por ello que damos la bienvenida a este libro erudito, minucioso y documentado de Pablo Palermo, convirtiéndose en un texto de referencia para los lectores sobre la historia argentina del siglo XIX. 


Pablo Emilio Palermo
, Vicente Fidel López. Una biografía. Buenos Aires, Dunken, 2022.

 

jueves, 21 de enero de 2021

"La ignorancia", de Milan Kundera

Ubicada la novela en la Checoslovaquia de la transición, en algún momento del principio de los años noventa, Milan Kundera relata el retorno de dos emigrados que escaparon en 1968. Irena, que huyó con su marido a Francia, y Josef, que escapó a Dinamarca. 

Cada uno por su lado, retorna a un pasado al que se habían aferrado, al que habían reconstruido en sus frágiles memorias humanas, en tanto que quienes se quedaron no intentaban descubrir los itinerarios vitales de los emigrados. Era un regreso a un lugar conocido, a una lengua con la que se reencontraban, pero al mismo tiempo era un abandono de las vidas que habían trazado en otras latitudes. 

Los pretéritos de Josef e Irena estaban entrelazados, momento significativo y singular para uno, completamente olvidado por el otro. Los hilos se entremezclan, las búsquedas de sentido se solapan, la necesidad de hallar un significado a todo lo pasado también sacude a quienes no emigraron. Y así, quienes permanecieron en Checoslovaquia tras la invasión soviética de 1968 ignoran cómo fue la existencia de los emigrados y se produce un silencio incómodo, sin preguntas, sin respuestas.

Novela de búsqueda existencial, de interrogatorios y de situaciones cotidianas, de vidas comunes en una Europa que buscaba entender el porqué de tanta tragedia.


Milan Kundera, La ignorancia. Buenos Aires, Tusquets, 2006.

martes, 21 de enero de 2020

"The Great Fear", de James Harris.

Este libro de James Harris se concentra en el período del terror stalinista de los años treinta, aunque previamente hace un recorrido por el uso de la represión sistemática en la etapa de la conformación del poder zarista y en la revolución bolchevique, para resaltar que la violencia estatal fue una constante en la vida rusa.
Pero el acento está, claramente, no en la personalidad de Stalin sino en la dinámica del sistema socialista, en la que un poder sin límites pudo desplegar una ola de purgas contra la élite y personas comunes. En esto, Stalin heredó prácticas que venían de períodos precedentes, y también la maquinaria que supo montar Lenin durante la guerra civil. El autor establece con acierto un contexto de sensación de aislamiento y percepción de hostilidad externa hacia la Unión Soviética, que muchas veces utilizaron otros países para alimentar esa histeria paranoica del stalinismo.
Lo cierto es que el socialismo soviético, como tantos otros sistemas de planificación central, al anular los mecanismos de la economía de mercado, creó un complejo mecanismo estatal que se tornó burocrático, ineficaz y destructivo de todos los incentivos para la producción. El mantenimiento de la NEP (Nueva Política Económica) en el largo plazo, hubiera significado la admisión de que el mercado es más eficiente en la producción y distribución de bienes básicos para el consumo de los habitantes. La NEP salvó de la muerte por inanición a millones de habitantes, a diferencia del comunismo de guerra de la primera etapa bolchevique. No obstante, Stalin era consciente de que necesitaba un golpe de rumbo para emprender la acelerada industrialización de la URSS, pero se enfrentaba a un problema básico del marxismo: ¿cómo se acumula capital en una economía de planificación central, sin propiedad privada? La respuesta de Stalin fue la colectivización de la agricultura en las granjas colectivas (koljoz), con lo cual obtenía divisas por la exportación de productos y las volcaba a la industrialización. De este modo, Stalin concentraba más poder y libraba una lucha de clases contra el kulak, que reemplazaba o encarnaba de un nuevo modo al burgués. Toda crítica a su política era observada como un delito, ya que tanto los opositores por izquierda -Trotski, Zinoviev, Kamenev-, como los más prudentes como Bujarin, eran tildados y perseguidos como criminales contrarrevolucionarios. En este sentido, comparto la postura del autor en subrayar que no se trataba de una cuestión de rasgos personales de Stalin, sino en un sistema que se nutría de una visión conspiratoria, que le permitía justificar sus mecanismos de opresión en todos los niveles. Toda falencia personal, todo error, era explicado a través de la idea de la conspiración contra el sistema socialista, desde dentro y afuera, con enemigos agazapados en un vasto complot.
Pero el gran despliegue del terror, con juicios sumarios y rápidas ejecuciones, se dio a partir de 1934 con el asesinato de Sergei Kirov, líder del Partido Comunista de Leningrado. Si bien todo apunta a que se trata de un homicidio sin ramificaciones, Stalin interpretó que se trataba de una vasta conjura contra él. Una gran cantidad de funcionarios fueron víctimas de la persecución de la NKVD, la poderosa seguridad soviética, que utilizaba la tortura como un mecanismo habitual para la extracción de confesiones. Se desató una ola de acusaciones y delaciones, en el que cualquier acto fallido era considerado un sabotaje. Como todo régimen del terror, también llegó a los propios actores que lo impulsaban, como Iagoda o Ieshov, y fue utilizado para desestabilizarlo desde afuera, como fue la invención de información sobre el mariscal Tujachevski por parte de Reinhard Heydrich, de la Sicherheitsdienst, para provocar el descabezamiento de las fuerzas armadas soviéticas.
En 1938 se fue aplacando esta ola de purgas, ya que la atención se centró fundamentalmente en el escenario europeo. La inminencia de una guerra y la necesidad de armarse ante un hecho que Stalin consideraba inevitable, puso paños fríos al terror rojo. Stalin estaba seriamente preocupado por peligros desde Asia Oriental, desde inicios de los años treinta, con una eventual invasión japonesa, así como desde Occidente por parte de países como Alemania, Polonia, Rumania, Finlandia y los países bálticos. 
El libro resume adecuadamente la política represiva del régimen comunista, así como la preocupación de Stalin de ataques externos, presentándolo en un panorama amplio. Recomendable para quien busque adentrarse en los pormenores de la historia soviética.

James Harris, The Great Fear: Stalin's Terror of the 1930's. Oxford, Oxford University Press, 2016.

miércoles, 8 de enero de 2020

"Communists and Their Victims", de Roman David

Cómo retribuir a las víctimas de un sistema totalitario que duró cuatro decenios, con la hiperpolitización de la vida cotidiana en todos sus aspectos, fue uno de los capítulos más complejos de las transiciones del comunismo a la democracia liberal en el continente europeo.
En este caso, el autor se centró en Checoslovaquia y, más específicamente, en la República Checa y cómo influyó en el desarrollo de la democracia en los años siguientes a la revolución de terciopelo. Es un caso muy singular en Europa, ya que fue un país ocupado -pero no devastado- por la Alemania nazi entre 1939 y 1945, y luego del golpe de estado comunista de febrero de 1948, quedó como un satélite de la Unión Soviética hasta fines de 1989, cuando el régimen socialista se desmoronó en la revolución de terciopelo.
A partir de 1990 comenzó un proceso de restitución de propiedades a los herederos de aquellas personas que fueron perjudicadas por la implantación del régimen socialista a partir de 1948, así como muchos antiguos disidentes y prisioneros políticos recibieron una indemnización. Se hicieron públicos los listados de aquellos que fueron parte o colaboraron con la Seguridad del Estado (StB), el organismo de seguridad interna que vigilaba, acechaba y detenía a los opositores al régimen. Se aplicó, a partir de 1991, la lustración, por la cual antiguos miembros de la StB y destacados miembros del PC checoslovaco, no pudieron ocupar más funciones en el Estado. En 1993, a instancias de la coalición gubernamental de centro-derecha en República Checa, se votó favorablemente la ley de declaración de ilegitimidad del régimen comunista. Hubo, entonces, varias decisiones que significaron retribuciones o reconocimientos tanto en el plano material como en el simbólico. No obstante, para muchos antiguos disidentes, estas medidas no fueron suficientes, ya que persistió el aislamiento social que habían padecido durante el régimen socialista. Y percibían, además, que antiguos miembros del PC y de la StB no fueron debidamente sancionados.
El antiguo Partido Comunista checoslovaco no cambió su nombre ni su ideología, tan sólo su nombre por el de Partido Comunista de Chequia y Moravia. Preservó, de este modo, un caudal electoral más o menos estable a lo largo de los decenios, y apenas esbozó una tibia disculpa que, para sus afiliados, fue más que suficiente. Pero en términos generales, este PC se mantiene férreo en su defensa nostálgica del régimen totalitario. Sus miembros desconocen abiertamente las violaciones contra los derechos individuales y se lamentan de que las propiedades que tuvo esta fuerza política hayan sido convertidas, por los gobiernos democráticos, en hoteles o residencias. 
El autor hizo numerosas entrevistas con antiguos detenidos políticos, miembros de la StB y el PC, así como ciudadanos comunes, para analizar las perspectivas, y señala que considera que a partir de 1990 no hubo una política que buscara la reconciliación, que sólo podría salir como resultado del reconocimiento y disculpa de los miembros del PC y del conocimiento de la verdad sobre la opresión durante cuatro decenios en ese país centroeuropeo.
Se trata de un trabajo minucioso, sistemático y analítico de los procesos de justicia en Chequia, una obra que debe ser tenida en cuenta para comprender no sólo el pasado y presente de esa nación, sino también como herramienta de comparación con otros países que atraviesen situaciones similares.

Roman David, Communists and Their Victims: The Quest for Justice in the Czech Republic. Philadelphia, University of Pennsylvania Press, 2018.  

viernes, 3 de enero de 2020

"El ocaso de la república oligárquica", de Martín O. Castro.

El libro de Martín Castro recorre la historia política argentina en los inicios del siglo XX, cuando Julio A. Roca deja su segunda presidencia y comienza un proceso de profundas mutaciones dentro de las fuerzas conservadoras. Y lo hace con criterio analítico, erudición, respaldado con amplia documentación, manteniendo un buen ritmo para el lector. La tarea comienza con la crisis del PAN o Partido Nacional en 1901, cuando el entonces senador y ex presidente Carlos Pellegrini se distancia del presidente Julio Roca, con motivo del debate por la unificación de la deuda. En esas tensas jornadas de discusión parlamentaria, la opinión pública despertó y salió a las calles para expresar su desacuerdo con vehemencia. Roca retiró el proyecto del Congreso, y Pellegrini se sintió desairado en su defensa del mismo. Martín Castro le otorga especial significación a este debate parlamentario, por las consecuencias que tuvo tanto para la unidad del Partido Nacional, claramente hegemónico desde 1880 en Argentina, como para expresar el descontento de buena parte de la opinión pública. A su criterio, este fue el detonante de la reforma electoral de 1902 que impulsó Roca, de circunscripciones uninominales, que contó con el ministro Joaquín V. González como principal expositor del Poder Ejecutivo. El debate parlamentario de la reforma electoral de 1902 no sólo contemplaba el establecimiento de circunscripciones uninominales para la elección de diputados nacionales, electores de presidente y electores de senador nacional por la Capital Federal, sino también el voto secreto, nuevas sanciones ante su incumplimiento y el sufragio para los extranjeros que fueran propietarios o profesionales universitarios -esta última modificación fue rápidamente dejada de lado por los diputados-. Para Martín Castro, el eje de esta reforma fue el estado de la opinión pública en 1901 y la ruptura del Partido Nacional. La fragmentación del sistema de partidos en Argentina, sumado a que el sistema de lista completa bloqueaba el acceso de las minorías al Congreso, llevaba a un juego de personalismos y facciones que el Partido Nacional utilizaba para neutralizar a algunos sectores opositores a través de acuerdos para integrar listas comunes, como era el caso con la mitrista Unión Cívica Nacional. 
Carlos Pellegrini creó el Partido Autonomista en 1903, en tanto que el mitrismo se reagrupó en el Partido Republicano, liderado desde 1902 hasta 1909 por Emilio Mitre. Julio Roca tenía las riendas del Partido Nacional, que en rigor no era una formación orgánica y estructurada, sino una alianza de situaciones provinciales y gobernadores. Ante la proximidad de una nueva elección presidencial, el oficialismo propició la llamada "Convención de notables", en la cual se elegiría una fórmula de consenso. El pellegrinismo intentó, en vano, tomar el control de esa convención, que terminó impulsando la candidatura de Manuel Quintana para el sexenio 1904-1910.
El autor analiza la configuración del gobierno de Quintana, el realineamiento de las fuerzas opositoras en la Capital Federal -el pellegrinista Partido Autonomista y el mitrista Partido Republicano, que forman la Coalición Popular-, la influencia de diarios como La Nación y La Prensa, así como el retorno a la lista completa con la reforma electoral de 1905. El fallecimiento del primer magistrado y el ascenso de Figueroa Alcorta a la presidencia entre 1906 y 1910, retrata el desmantelamiento del sistema roquista y la agonía del PAN, sostenido por los gobernadores provinciales. El presidente Figueroa Alcorta busca apoyos en el antirroquismo en el universo conservador, sumando a figuras como Estanislao Zeballos y Roque Sáenz Peña, así como promovió a personas de su cercanía. 
Fue Roque Sáenz Peña quien logró tejer una alianza de sectores unidos en su rechazo a Julio Roca y su sistema partidario: antiguos juaristas, políticos católicos, sectores empresariales que no habían contado con el apoyo roquista. De este modo, Sáenz Peña formó la Unión Nacional aunque no logró organizarla como partido político orgánico. Los gobernadores provinciales acompañaron con reticencia, sin presentar un candidato alternativo.
Los partidos de cuadros, "orgánicos", eran la Unión Cívica Radical y el Partido Socialista. El primero se estaba reorganizando desde 1903 e hizo una revolución en 1905 contra Manuel Quintana, infructuosamente, aunque logró mostrar la capacidad operativa del partido. Los socialistas, por su parte, no lograban salir del ámbito estrecho de la ciudad de Buenos Aires.
La Ley Sáenz Peña, que estableció el voto obligatorio y secreto y el sistema de lista incompleta, supuso un intento de "regeneración moral" que alentaban los sectores antirroquistas, que veían en Roca la suma de todos los males: los católicos, desde la moral; los conservadores antirroquistas, como una reparación histórica al ser desplazados durante tantos años. Fue la acción del presidente Sáenz Peña la que posibilitó que el Congreso aprobara su reforma, que fue puesta en vigor a partir de las elecciones legislativas de 1912. 
Las fuerzas conservadoras, en su conjunto, fueron incapaces de amalgamarse en torno a un solo partido político común, ya que comenzaron a competir entre ellas, lo que favoreció el triunfo de la UCR en sucesivos comicios. La creación del Partido Demócrata Progresista fue puesta en jaque por el gobernador bonaerense Marcelino Ugarte, sin advertir que se abría un nuevo escenario político con las reglas del juego que habían cambiado. 
Un libro necesario y recomendable para comprender esta etapa de grandes mutaciones de la vida política argentina, cuya lectura sugiero para adentrarse en la complejidad de nuestra historia.

Martín O. Castro, El ocaso de la república oligárquica. Buenos Aires, Edhasa, 2012.

lunes, 30 de diciembre de 2019

"Generation Stalin", de Andrew Sobanet

Francia fue y es uno de los más vibrantes centros intelectuales del planeta, y fue también uno de los lugares en Europa occidental donde el Partido Comunista local tuvo arraigo a lo largo de decenios. En este libro, el autor recorre las travesías de cuatro intelectuales que tuvieron militancia activa en el PCF y que contribuyeron poderosamente, con sus herramientas, a replicar y agrandar el culto a la personalidad de Iósif Stalin. Cuatro intelectuales que pusieron su talento al servicio del endiosamiento de un régimen totalitario y de su líder, en campañas coordinadas con la Unión Soviética.
Comienza con Henri Barbusse, autor de una biografía (en rigor, una hagiografía) de Stalin, que fue uno de los eslabones en la configuración del culto a la personalidad del dictador en el período de entreguerras. Barbusse hizo su primer viaje a la Unión Soviética en 1927, cuando se celebró el decenio de la revolución bolchevique, y luego sumó otros periplos en los que se vinculó con Stalin, relación que continuó por vía epistolar. Escribió libros laudatorios sobre la Unión Soviética, Georgia y Stalin, con amplia repercusión -y aprobación previa del departamento de cultura y propaganda del Comité Central del PC soviético- no sólo en la propia URSS, sino también en la cultura francesa. El libro sobre Stalin, severamente criticado por Nikita Jruschov en tiempos de la desestalinización, contenía un retrato legendario de Stalin y sobre su participación en la revolución bolchevique, con actos heroicos inexistentes. Era Stalin un superhombre, heredero legítimo de Lenin. Barbusse tenía un singular talento en teñir de comunista a figuras históricas que nada tenían que ver con el bolchevismo, como Jesús o Gandhi, pero su pluma era una herramienta eficaz para transformar la realidad en una ficción que recibía el aplauso de su sector político.
La gran incorporación a las filas del stalinismo fue Romain Rolland, el Premio Nobel de Literatura de 1915, un militante del pacifismo durante la primera guerra mundial y que se fue acercando a la Unión Soviética y al stalinismo en el período de entreguerras, ante el ascenso del fascismo y el nazismo en Europa. Rolland tuvo un largo viaje desde el pacifismo durante la primera guerra mundial, la adhesión a la no violencia de Gandhi, la crítica a los métodos violentos de la revolución bolchevique, hasta su aproximación a la URSS y, finalmente, su adhesión pública a Stalin y su régimen. El periplo que realizó a la URSS en 1934, organizado por la agencia VOKS, lo transformó en uno de los puntales del culto a la personalidad de Stalin dentro y fuera del régimen. El autor señala que la publicación en 1936 de Retour de l'URSS, de André Gide, provocó una conmoción en el mundo intelectual galo y en las filas del PCF: crítico severo de lo que vio en su viaje a la Unión Soviética, Gide ponía el acento en la pobreza, la persecución al pensamiento crítico, el conformismo, el desconocimiento de cuanto ocurría en el mundo exterior y el culto a la personalidad de Stalin. Lo que agravaba la crítica es que Gide había querido ver, antes de su periplo, en la URSS una tabla de salvación para la humanidad. Rolland salió a embestir públicamente a Gide, una vez más ensalzando a Stalin. Y aquí, sin embargo, encontramos un rasgo de duplicidad de Romain Rolland en el que pone el acento el autor, ya que en sus diarios personales desplegó toda su crítica a la opresión stalinista, la pobreza generalizada en la URSS. Esto significa que, íntimamente, Rolland conocía la realidad que se vivía en el stalinismo de las purgas y los juicios fabricados, así como adhería a lo que Gide se animaba a plantear en público. ¿Por qué esta deshonestidad intelectual y grave falla ética? ¿Temía más al ascenso del nazismo y del fascismo, o bien no se animaba a romper con la maquinaria propagandística soviética y el PCF? Es un dato relevante y a tener en cuenta que el PCF tenía un desarrollado sistema propio de prensa, con periódicos y revistas, que se le volvería en contra en el caso de expresar lo que realmente opinaba sobre la URSS. El Pacto Ribbentropp-Molotov entre la URSS y la Alemania nazi, que significó la declaración de ilegalidad del PCF, también marcó el distanciamiento de Rolland. No obstante, la invasión alemana a la URSS de 1941 colocó al régimen comunista en las filas de los enemigos del Eje, por lo que Rolland pudo callar a su conciencia atribulada, y en sus últimos días de vida en 1944 volvió a formar parte de la pléyade de los intelectuales del PCF. Sus diarios íntimos se conocieron en 1992, cuando ya había caído la Unión Soviética y el marxismo-leninismo entraba en un ocaso temporal.
El tercero de los intelectuales que se analizan en el libro es Paul Eluard, entrando en el período de la posguerra e inicios de la guerra fría. La figura de Maurice Thorez, líder del PCF, recibió también un culto a su personalidad, aunque no como el de Stalin. El PCF elaboró una interpretación histórica que enhebraba al patriotismo francés con el soviético, uniendo a ambos países en un entramado que iba desde el jacobinismo de Robespierre, la Comuna de París y figuras como Jean-Jaurés y Victor Hugo, incluyendo a la Resistencia en tiempos de la ocupación alemana.
En esa clave narrativa que buscaba instalar a Stalin como una figura decisiva de la historia francesa, Paul Eluard hizo el guión del film propagandístico Staline: l'homme que nous aimons le plus, de 1949, en homenaje al septuagésimo natalicio del dictador soviético. El PCF, en sintonía con los dictados de Moscú, pretendía asimilar al Plan Marshall y a la OTAN con la ocupación alemana durante la guerra, en tanto que la URSS representaba no sólo el futuro de la humanidad, sino también a la democracia y el antiimperialismo. 
Paul Eluard se mantuvo fiel a André Breton y el movimiento surrealista hasta 1938; Louis Aragon, en cambio, rompió con Breton para incorporarse al PCF, en el que fue un activo militante y propagandista hasta su muerte en 1982. De este modo, gran parte de su vida política transcurrió bajo el stalinismo en clave gala, siempre sosteniendo la línea -sinuosa y cambiante- del Partido Comunista. A diferencia Thorez, que migró a la URSS antes de la guerra, Aragon sí estuvo en las filas francesas frente a la invasión alemana de 1940. Su voluminosa obra Les Communistes (1949-51 y 1966) es parte de su militancia literaria y partidaria, y las dos versiones presentan variaciones directamente relacionadas con el contexto del comunismo en las etapas del stalinismo tardío y con la URSS posterior a la desestalinización.
De un modo ameno y bien documentado, Andrew Sobanet nos transporta a la obra, las ideas políticas y la militancia partidaria de cuatro intelectuales que orbitaron en el universo del comunismo francés en torno a la figura de Stalin, cimentando el culto a su personalidad en tierras galas. 

Andrew Sobanet, Generation Stalin: French Writers, the Fatherland, and the Cult of Personality. Bloomington, Indiana University Press, 2018.