Como todas las obras de Natalio Botana, este libro es un minucioso ejercicio reflexivo sobre el devenir y la conformación de un sistema constitucional en las entonces Provincias Unidas del Río de la Plata. Itinerario fallido, puesto que el texto constitucional de 1819 fue rechazado por los líderes federales de Santa Fe y Entre Ríos, y arrumbado al desván de los recuerdos, aunque influye en los proyectos posteriores.
Inevitablemente, Botana rastrea en el pretérito del concepto del constitucionalismo, que tanta fuerza cobra hacia fines del siglo XVIII tanto en las trece colonias de América del Norte, como en la Francia revolucionaria. El disloque profundo de las invasiones napoleónicas repercute en las remotas latitudes rioplatenses, primero con las dos incursiones bélicas británicas, y luego con la proclamación de la primera Junta de Gobierno en Buenos Aires, en 1810. Y es que, implantado el hermano de Napoleón Bonaparte como monarca español, se desata en el reino ibérico una guerra de guerrillas a las que las águilas imperiales francesas no pudieron contener, azotadas una y otra vez en un prolongado desgaste. En ese escenario, en Cádiz se debatió y aprobó un nuevo esquema con la Constitución que estableció una monarquía constitucional, cuyas influencias intelectuales llegaron a las agitadas regiones de Hispanoamérica.
Las autoridades rioplatenses llamaron al Congreso que declaró la emancipación en 1816, un manifiesto exigido por el general San Martín: ¿se podía ir a la guerra por una nación que aún no había nacido formalmente? A esta declaración, por supuesto, le seguía un texto constitucional, proyecto que promovió un vivo y rico debate en torno a la forma de gobierno. Monarquía o república, era ese el dilema del tiempo. Manuel Belgrano y José de San Martín se inclinaron por la forma monárquica, fórmula del orden que se había consagrado en el Congreso de Viena de 1814, tras la tormenta napoleónica. Una monarquía constitucional, siguiendo los pasos de Gran Bretaña, que desde 1688 evolucionó políticamente por ese sendero. Belgrano le sumó el color local, al proponer a un miembro de la depuesta dinastía de los Incas para el trono de esa nación. Era un modo de ganar la simpatía de las comunidades indígenas, de presentar a la emancipación como una reparación histórica frente a los españoles, de alejarse de las contiendas europeas. La impugnación de todo lo español era la tónica del momento, la identificación del otro como la suma de todos los males, como suele ocurrir en circunstancias revolucionarias.
No obstante, la forma republicana fue ganando adeptos con el correr del tiempo, y allí entran los sesudos debates en torno al origen de la legitimidad: ¿representantes del pueblo o de la Nación? ¿Quiénes componían el cuerpo de ciudadanos, qué derechos individuales se le reconocía, hasta dónde llegaban las libertades? La libertad de opinión y de religión, por ejemplo, se mantenían en los estrechos moldes heredados, lo que no constituía una rareza en esa primera mitad de la centuria decimonónica. El texto de 1819 recogía esas ambigüedades: el catolicismo era la religión del Estado, pero se toleraban las expresiones cristianas disidentes sólo por una cuestión de utilidad, ya que se esperaba una inmigración que provendría de latitudes díscolas hacia el trono de San Pedro.
Pero esta constitución callaba lo esencial: ¿era una república -aunque sea transitoria- o una monarquía? El texto nada decía al respecto, y tras ser juramentada, comenzaron las gestiones secretas por parte de Valentín Gómez en las cortes europeas, para instaurar al Duque de Luca como rey rioplatense. Las circunstancias políticas derrumbaron la delicada armazón que se iba formando para poner en vigencia esa constitución: las provincias que no formaron parte del Congreso de Tucumán permanecían fuera de esa endeble congregación que tenía al Director Supremo como Poder Ejecutivo. El liderazgo del oriental Artigas, que propugnaba una república federal, se había extendido hacia Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y Misiones. De allí vendrán las impugnaciones al orden directorial, y los ejércitos de los Andes y del Norte no acudieron al llamado del general Rondeau para salvar lo que quedaba.
En el epílogo, Botana llama a Alberdi, Sarmiento, Mitre y Vicente F. López a que presenten sus reflexiones e interpretaciones; luego le siguen Joaquín V. González y José Ingenieros, cada uno con un ángulo diferente, rico, sugestivo.
Obra ineludible para quien quiera conocer más sobre los grandes debates constitucionales y políticos de la historia argentina, se suma a esos grandes clásicos que nos obsequia Natalio Botana.
Natalio Botana, Repúblicas y Monarquías. La encrucijada de la Independencia. Buenos Aires, Edhasa, 2016.
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