Jenny Strauss Clay ha dedicado este libro al cosmos de Hesíodo, conformado por su Teogonía y Los trabajos y los días. En su visión, que sostiene con acierto a lo largo del libro, ambas obras son complementarias y muestran, por un lado, el cosmos de los dioses olímpicos y, por el otro, la vida humana.
La Teogonía se nos presenta como una espiga, abigarrada, y la autora saca una por una cada semilla para mostrarnos toda la fecundidad del libro. Es así como nos explica la lucha generacional de Urano, Cronos y Zeus, así como las alianzas que este último sabe articular para quedar como jefe del panteón, tras haber derrotado a los Titanes y a Tifón. La diosa Gea, insiste Jenny Strauss Clay, colaboró sistemáticamente en ayudar siempre al pretendiente más joven, tierra fértil que da nacimiento a la vida, vientre feraz de deidades. Zeus, no obstante, supo tejer un orden cósmico que se mantiene en equilibrio, a la par que logró no ser enfrentado por ninguno de sus descendientes.
Asimismo, dedica un capítulo muy interesante a Prometeo a partir de su tratamiento en los dos libros, y rescata a la diosa Hécate, colocándola en un plano más elevado, completamente diferente del habitual, ya que su actuación es la que determina el éxito de cualquier empresa.
De gran relevancia es el tratamiento que tiene la antropogonía y las cinco edades de la humanidad. Las dos primeras, de oro y plata, fracasaron por su imposibilidad de reproducirse. La tercera, de bronce, se dedicó enteramente a la guerra, por lo que la intervención divina participó en la génesis de la de los héroes, comparable a la edad dorada, pero luego la humanidad cae en la edad de hierro por el alejamiento de los dioses.
Este libro fue escrito con inteligencia, conocimiento y perspicacia, mostrándonos cómo es posible seguir nutriéndonos con la cultura clásica con el transcurso de los siglos.
Jenny Strauss Clay, Hesiod's Cosmos. Cambridge, Cambridge University Press, 2003.
Bitácora de lecturas de Ricardo López Göttig. Historia, literatura, mitología, orientalismo y filosofía política.
domingo, 22 de septiembre de 2013
domingo, 15 de septiembre de 2013
"Pathways: A Study of Six Post-Communist Countries", de Lars Johannsen (comp.).
En este libro se analizan seis países post-comunistas, muy diferentes entre sí: Kazajistán, Georgia, Estonia, Eslovenia, República Checa y Polonia. Los tres primeros fueron parte de la Unión Soviética; Eslovenia fue la primera república que se independizó de la ex Yugoslavia, en tanto que la República Checa y Polonia fueron satélites de la URSS.
Sally Cummings aborda el caso de Kazajistán, cuyo gobierno de mano de hierro de Nursultan Nazarbaiev continúa desde la descomposición soviética. Los kazajos lograron ser la mayoría de la población varios años después de la independencia por la emigración de los rusos que allí habitaban. La fuerte presencia de la minoría rusa, que habita en la zona boreal, fronteriza con la Federación de Rusia, llevó a que el régimen autoritario sea más unitario, a la vez que reconoció la lengua rusa como segundo idioma oficial. Kazajistán juega entre Rusia y la República Popular China, y en menor grado con los Estados Unidos, la Unión Europea y otros países asiáticos para mantener un grado de autonomía con respecto a sus grandes vecinos. Los cuantiosos ingresos por la explotación de sus recursos naturales le permiten mantener el régimen autoritario y corrupto de Nazarbaiev frente a sus opositores dispersos y sin posibilidad de acceder a los medios de comunicación, manipulados por el poder.
Georgia, país inestable del Cáucaso, ha tenido una difícil transición post-comunista por las tendencias separatistas de abjazios y osetios -apoyados por Rusia- así como por el régimen clientelista montado -o preservado- por Eduard Shevardnadze, el otrora ministro de Asuntos Exteriores de Mijail Gorbachov. Si bien la Revolución de las Rosas de Saakashvili logró la renuncia de Shevardnadze y una política de reformas democráticas y de economía de mercado, el país sigue en jaque por las presiones exteriores.
Estonia, en cambio, exhibe un contrapunto interesante: no sólo es una democracia liberal y una próspera economía de mercado, sino que también logró ingresar en la OTAN y la Unión Europea. Tutelada por una élite política muy joven, logró la formación de un estado nacional que privó de la ciudadanía a la numerosa minoría rusa -en su mayor parte, asentada tras la ocupación soviética resultante del pacto Ribbentropp-Molotov de 1939-. Su meta era clara: asegurar la supervivencia de Estonia con la adhesión a las grandes alianzas occidentales, para separarse de toda influencia rusa. Esto llevó a la formación de varias coaliciones de centro-derecha que bloquearon toda posibilidad de que la centroizquierda -percibida como filorrusa- tuviese posibilidades de acceder al gobierno.
Eslovenia es un caso atípico: la ex Yugoslavia socialista del Mariscal Tito hizo su propio camino al separarse del modelo soviético y dejó una fuerte impronta. Asimismo, hay una fuerte tradición corporativista que se expresa en el Consejo Nacional, la cámara alta, en la que están representados los intereses económicos y regionales del país. Se advierte una gran desconfianza hacia los partidos políticos. Sin embargo, su alto nivel de vida, la vecindad con Austria e Italia y la estabilidad política y económica le permitieron ingresar a la Unión Europea y la OTAN.
La República Checa tuvo una rápida transición a la economía de mercado y un desarrollo pacífico hacia la democracia liberal. El acento del capítulo escrito por Rick Fawn está puesto en que desde la revolución de terciopelo hasta hoy, todos los gobiernos han sido de coalición, ya que ninguno de los partidos logró tener una mayoría propia en el Parlamento. El liderazgo de Václav Havel como presidente le permitió a la República Checa tener una gran presencia internacional, ya que se desmarcó de las opiniones de Václav Klaus -a la sazón primer ministro-. El autor no ha señalado los gobiernos "técnicos" que hubo en algunos períodos. Si bien los partidos más votados han sido el ODS (Partido Cívico Democrático) durante muchos años liderado por Klaus, y el ČSSD, ninguno de ellos ha tenido la mayoría parlamentaria, y tuvieron que formar coaliciones con otras expresiones de centro derecha y la democracia cristiana. Hasta ahora, ha habido un consenso general de que el Partido Comunista de Bohemia y Moravia, que mantiene una representación parlamentaria más o menos estable, no forme parte de ningún gobierno. Este mapa habría de cambiar significativamente en los próximos comicios parlamentarios, adelantados, del 25 y 26 de octubre, ya que el ODS se está derrumbando en la intención de voto, desplazado por TOP 09.
Polonia, el último de los países bajo análisis, es el que más lentamente hizo sus reformas económicas y administrativas para ingresar a la UE, a las que les dio celeridad e intensidad bajo presión tras advertencias desde Bruselas.
Lars Johannsen y Karin Hilmer Pedersen (comp.), Pathways: A Study of Six Post-Communist Countries. Aarhus, Aarhus University Press, 2009.
Sally Cummings aborda el caso de Kazajistán, cuyo gobierno de mano de hierro de Nursultan Nazarbaiev continúa desde la descomposición soviética. Los kazajos lograron ser la mayoría de la población varios años después de la independencia por la emigración de los rusos que allí habitaban. La fuerte presencia de la minoría rusa, que habita en la zona boreal, fronteriza con la Federación de Rusia, llevó a que el régimen autoritario sea más unitario, a la vez que reconoció la lengua rusa como segundo idioma oficial. Kazajistán juega entre Rusia y la República Popular China, y en menor grado con los Estados Unidos, la Unión Europea y otros países asiáticos para mantener un grado de autonomía con respecto a sus grandes vecinos. Los cuantiosos ingresos por la explotación de sus recursos naturales le permiten mantener el régimen autoritario y corrupto de Nazarbaiev frente a sus opositores dispersos y sin posibilidad de acceder a los medios de comunicación, manipulados por el poder.
Georgia, país inestable del Cáucaso, ha tenido una difícil transición post-comunista por las tendencias separatistas de abjazios y osetios -apoyados por Rusia- así como por el régimen clientelista montado -o preservado- por Eduard Shevardnadze, el otrora ministro de Asuntos Exteriores de Mijail Gorbachov. Si bien la Revolución de las Rosas de Saakashvili logró la renuncia de Shevardnadze y una política de reformas democráticas y de economía de mercado, el país sigue en jaque por las presiones exteriores.
Estonia, en cambio, exhibe un contrapunto interesante: no sólo es una democracia liberal y una próspera economía de mercado, sino que también logró ingresar en la OTAN y la Unión Europea. Tutelada por una élite política muy joven, logró la formación de un estado nacional que privó de la ciudadanía a la numerosa minoría rusa -en su mayor parte, asentada tras la ocupación soviética resultante del pacto Ribbentropp-Molotov de 1939-. Su meta era clara: asegurar la supervivencia de Estonia con la adhesión a las grandes alianzas occidentales, para separarse de toda influencia rusa. Esto llevó a la formación de varias coaliciones de centro-derecha que bloquearon toda posibilidad de que la centroizquierda -percibida como filorrusa- tuviese posibilidades de acceder al gobierno.
Eslovenia es un caso atípico: la ex Yugoslavia socialista del Mariscal Tito hizo su propio camino al separarse del modelo soviético y dejó una fuerte impronta. Asimismo, hay una fuerte tradición corporativista que se expresa en el Consejo Nacional, la cámara alta, en la que están representados los intereses económicos y regionales del país. Se advierte una gran desconfianza hacia los partidos políticos. Sin embargo, su alto nivel de vida, la vecindad con Austria e Italia y la estabilidad política y económica le permitieron ingresar a la Unión Europea y la OTAN.
La República Checa tuvo una rápida transición a la economía de mercado y un desarrollo pacífico hacia la democracia liberal. El acento del capítulo escrito por Rick Fawn está puesto en que desde la revolución de terciopelo hasta hoy, todos los gobiernos han sido de coalición, ya que ninguno de los partidos logró tener una mayoría propia en el Parlamento. El liderazgo de Václav Havel como presidente le permitió a la República Checa tener una gran presencia internacional, ya que se desmarcó de las opiniones de Václav Klaus -a la sazón primer ministro-. El autor no ha señalado los gobiernos "técnicos" que hubo en algunos períodos. Si bien los partidos más votados han sido el ODS (Partido Cívico Democrático) durante muchos años liderado por Klaus, y el ČSSD, ninguno de ellos ha tenido la mayoría parlamentaria, y tuvieron que formar coaliciones con otras expresiones de centro derecha y la democracia cristiana. Hasta ahora, ha habido un consenso general de que el Partido Comunista de Bohemia y Moravia, que mantiene una representación parlamentaria más o menos estable, no forme parte de ningún gobierno. Este mapa habría de cambiar significativamente en los próximos comicios parlamentarios, adelantados, del 25 y 26 de octubre, ya que el ODS se está derrumbando en la intención de voto, desplazado por TOP 09.
Polonia, el último de los países bajo análisis, es el que más lentamente hizo sus reformas económicas y administrativas para ingresar a la UE, a las que les dio celeridad e intensidad bajo presión tras advertencias desde Bruselas.
Lars Johannsen y Karin Hilmer Pedersen (comp.), Pathways: A Study of Six Post-Communist Countries. Aarhus, Aarhus University Press, 2009.
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lunes, 9 de septiembre de 2013
"Faith and Power", de Bernard Lewis.
Este libro de Bernard Lewis, reconocido especialista en el mundo árabe, es una selección de artículos, conferencias y discursos que busca establecer un puente de conocimiento sobre la civilización islámica. Como toda cultura, tiene sus luces y sombras, sus procesos y dinámicas, concepciones y vocabulario que lo hacen diferente y a veces despierta la perplejidad, otras la admiración y también la indignación del observador occidental.
Bernard Lewis se esmera con paciencia en desbrozar el camino, señalando qué es lo específicamente islámico y qué no, a lo largo de las catorce centurias de su existencia. Y lo hace desde el estudio y la reflexión, no desde el sentimiento de culpa, la apología o el panfleto incendiario.
El autor nos recuerda que Muhammad (Mahoma) no sólo fue el profeta que dio origen a una nueva religión, sino también un gobernante. Esta diferencia en el nacimiento del Islam es clave para comprender su distancia con respecto, por ejemplo, al judaísmo (Moisés no pudo entrar a la tierra prometida) y al cristianismo, que fue religión estatal tres siglos después de la muerte de Jesús. De allí que en el Islam no exista la diferencia entre la religión y el Estado, o de lo sagrado y lo profano, tal como en Occidente. No hay una autoridad "eclesiástica" de los musulmanes, y la ley y el gobierno están inspirados por la religión, tomando como modelo el tiempo en que el profeta Muhammad fue el líder político de Medina. Por otro lado, tanto el cristianismo como el Islam se consideran a sí mismos como la revelación definitiva de Dios, y ambos se asientan en civilizaciones de gran arraigo histórico.
Cuando surgió el Islam, la cristiandad estaba difundida no sólo en Europa, sino también en el norte de África y el Medio Oriente: el imperio bizantino se extendía por Siria, Irak y Palestina. Allí están, como recuerdo de ese pasado, los cristianos sirios e irakíes, así como los coptos de Egipto. Bernard Lewis señala que el Islam no es la religión de la paz -ya que se expandió por medio de la guerra hacia Occidente y Oriente-, pero que tampoco hace de la guerra su finalidad, y que tanto en el Corán como en los Hadith y el desarrollo jurisprudencial, tiene reglas claras y precisas sobre los enfrentamientos bélicos. Lewis lo subraya: el terrorismo no es islámico, ni tampoco el suicidio. De hecho, propone a los jóvenes que actualmente se entrenan para colocar bombas que matan a inocentes, que lean las fuentes del conocimiento musulmán, para que puedan descubrir que son manipulados en contra de la enseñanza islámica.
El vocabulario construido por ambas civilizaciones no ha contribuido para hallar caminos de convivencia: musulmanes y cristianos se han acusado de infieles y no creyentes, y tampoco han reconocido al otro como religión. Los musulmanes se han referido a los cristianos por sus nacionalidades: francos, romanos, eslavos, o bien con el término derogatorio de "nazarenos". Los cristianos, por su lado, hablaron de sarracenos, árabes, turcos o tátaros, o bien con la denominación -aún extendida- de "mahometanos".
En los catorce siglos, hubo avances y repliegues de ambas partes, quedando los judíos en medio del enfrentamiento, debiendo adaptarse lo mejor posible en ambas culturas. Lewis señala diferencias notorias entre los judíos del mundo cristiano, de los judíos que vivieron en el universo islámico, cuestión sobre la que escribió un libro anteriormente.
Lo cierto es que cristianos y judíos pudieron desarrollar sus comunidades en los países musulmanes, con sus autoridades religiosas y costumbres, siendo el Imperio Otomano un ejemplo de ello, a pesar de las imposiciones gubernamentales. El otro gran ejemplo, no citado por Lewis, fue la España musulmana, Al Andalus, con su espléndida cultura, aunque fue la periferia del mundo árabe. No ocurrió lo mismo, bien lo sabemos, con los judíos y musulmanes en la Europa de la Edad Media, en donde hubo expulsiones, bautismos forzados y persecuciones.
Si bien Bernard Lewis recuerda que es historiador y que, como tal, su material de estudio es el pasado y no el futuro, se adentra en territorios como la posibilidad de la democracia liberal en el mundo islámico, rescatando algunos elementos que podrían ayudarla a crecer. Advierte al lector, sí, que los regímenes autoritarios de Medio Oriente no han sido lo habitual, en el sentido de que los gobiernos tradicionales no han tenido un poder casi ilimitado como el que han dispuesto Hussein, Assad o Gaddafi. Nos recuerda que el partido Baath fue fundado bajo el modelo fascista en los años cuarenta, bajo la influencia del régimen de Vichy, y luego reconvertido al modelo leninista soviético. Pero, además, pone de relieve que la centralización del poder se fue acrecentando con la incorporación de nuevas tecnologías. Si bien en el mundo islámico no hay una tradición parlamentaria, sí hubo una costumbre de buscar consejos de los diversos sectores de la sociedad.
También pone énfasis en un aspecto significativo: para los musulmanes, lo que distingue un buen gobierno de uno malo, es que sea justo, no que sea libre. Y esa justicia, inevitablemente en el contexto islámico, es que esté de acuerdo al Corán. No obstante, y por la creciente influencia de los medios occidentales, la concepción de la libertad individual se abre camino en esa cultura.
Lewis dedica gran espacio a la situación de la mujer en el Islam, que tanto nos choca a los occidentales. Si bien hay mucho por recorrer, también en esto la modernización abrirá nuevas puertas, y ahí está el modelo turco para demostrarlo. Y aquí agrego: la mujer musulmana tenía una gran libertad cuando los árabes eran nómadas, en aquellas caravanas que atravesaban los desiertos, pero pierde y se la encierra cuando se transforman en sociedades urbanas. Los rastros de esa libertad perdida se hallan en la literatura árabe clásica, exquisita y refinada expresión de una cultura que estuvo abierta a la fantasía y el despliegue de la imaginación.
El autor deplora que el islamismo radical tenga simpatizantes en Occidente, ya sea de la izquierda -por su antiamericanismo-, o por la derecha -por su antijudaísmo-. La influencia y difusión del wahhabismo en Europa se debe a los cuantiosos recursos que dispone.
El libro es una invitación a reflexionar. Si bien muchos de sus argumentos se reiteran en varios capítulos, su buena e inteligente prosa ayuda a navegar en un océano que, infortunadamente, se nos presenta turbulento en estas jornadas en las que se debate la posible intervención en Siria.
Bernard Lewis, Faith and Power: Religion and Politics in the Middle East. New York, Oxford University Press, 2010.
Bernard Lewis se esmera con paciencia en desbrozar el camino, señalando qué es lo específicamente islámico y qué no, a lo largo de las catorce centurias de su existencia. Y lo hace desde el estudio y la reflexión, no desde el sentimiento de culpa, la apología o el panfleto incendiario.
El autor nos recuerda que Muhammad (Mahoma) no sólo fue el profeta que dio origen a una nueva religión, sino también un gobernante. Esta diferencia en el nacimiento del Islam es clave para comprender su distancia con respecto, por ejemplo, al judaísmo (Moisés no pudo entrar a la tierra prometida) y al cristianismo, que fue religión estatal tres siglos después de la muerte de Jesús. De allí que en el Islam no exista la diferencia entre la religión y el Estado, o de lo sagrado y lo profano, tal como en Occidente. No hay una autoridad "eclesiástica" de los musulmanes, y la ley y el gobierno están inspirados por la religión, tomando como modelo el tiempo en que el profeta Muhammad fue el líder político de Medina. Por otro lado, tanto el cristianismo como el Islam se consideran a sí mismos como la revelación definitiva de Dios, y ambos se asientan en civilizaciones de gran arraigo histórico.
Cuando surgió el Islam, la cristiandad estaba difundida no sólo en Europa, sino también en el norte de África y el Medio Oriente: el imperio bizantino se extendía por Siria, Irak y Palestina. Allí están, como recuerdo de ese pasado, los cristianos sirios e irakíes, así como los coptos de Egipto. Bernard Lewis señala que el Islam no es la religión de la paz -ya que se expandió por medio de la guerra hacia Occidente y Oriente-, pero que tampoco hace de la guerra su finalidad, y que tanto en el Corán como en los Hadith y el desarrollo jurisprudencial, tiene reglas claras y precisas sobre los enfrentamientos bélicos. Lewis lo subraya: el terrorismo no es islámico, ni tampoco el suicidio. De hecho, propone a los jóvenes que actualmente se entrenan para colocar bombas que matan a inocentes, que lean las fuentes del conocimiento musulmán, para que puedan descubrir que son manipulados en contra de la enseñanza islámica.
El vocabulario construido por ambas civilizaciones no ha contribuido para hallar caminos de convivencia: musulmanes y cristianos se han acusado de infieles y no creyentes, y tampoco han reconocido al otro como religión. Los musulmanes se han referido a los cristianos por sus nacionalidades: francos, romanos, eslavos, o bien con el término derogatorio de "nazarenos". Los cristianos, por su lado, hablaron de sarracenos, árabes, turcos o tátaros, o bien con la denominación -aún extendida- de "mahometanos".
En los catorce siglos, hubo avances y repliegues de ambas partes, quedando los judíos en medio del enfrentamiento, debiendo adaptarse lo mejor posible en ambas culturas. Lewis señala diferencias notorias entre los judíos del mundo cristiano, de los judíos que vivieron en el universo islámico, cuestión sobre la que escribió un libro anteriormente.
Lo cierto es que cristianos y judíos pudieron desarrollar sus comunidades en los países musulmanes, con sus autoridades religiosas y costumbres, siendo el Imperio Otomano un ejemplo de ello, a pesar de las imposiciones gubernamentales. El otro gran ejemplo, no citado por Lewis, fue la España musulmana, Al Andalus, con su espléndida cultura, aunque fue la periferia del mundo árabe. No ocurrió lo mismo, bien lo sabemos, con los judíos y musulmanes en la Europa de la Edad Media, en donde hubo expulsiones, bautismos forzados y persecuciones.
Si bien Bernard Lewis recuerda que es historiador y que, como tal, su material de estudio es el pasado y no el futuro, se adentra en territorios como la posibilidad de la democracia liberal en el mundo islámico, rescatando algunos elementos que podrían ayudarla a crecer. Advierte al lector, sí, que los regímenes autoritarios de Medio Oriente no han sido lo habitual, en el sentido de que los gobiernos tradicionales no han tenido un poder casi ilimitado como el que han dispuesto Hussein, Assad o Gaddafi. Nos recuerda que el partido Baath fue fundado bajo el modelo fascista en los años cuarenta, bajo la influencia del régimen de Vichy, y luego reconvertido al modelo leninista soviético. Pero, además, pone de relieve que la centralización del poder se fue acrecentando con la incorporación de nuevas tecnologías. Si bien en el mundo islámico no hay una tradición parlamentaria, sí hubo una costumbre de buscar consejos de los diversos sectores de la sociedad.
También pone énfasis en un aspecto significativo: para los musulmanes, lo que distingue un buen gobierno de uno malo, es que sea justo, no que sea libre. Y esa justicia, inevitablemente en el contexto islámico, es que esté de acuerdo al Corán. No obstante, y por la creciente influencia de los medios occidentales, la concepción de la libertad individual se abre camino en esa cultura.
Lewis dedica gran espacio a la situación de la mujer en el Islam, que tanto nos choca a los occidentales. Si bien hay mucho por recorrer, también en esto la modernización abrirá nuevas puertas, y ahí está el modelo turco para demostrarlo. Y aquí agrego: la mujer musulmana tenía una gran libertad cuando los árabes eran nómadas, en aquellas caravanas que atravesaban los desiertos, pero pierde y se la encierra cuando se transforman en sociedades urbanas. Los rastros de esa libertad perdida se hallan en la literatura árabe clásica, exquisita y refinada expresión de una cultura que estuvo abierta a la fantasía y el despliegue de la imaginación.
El autor deplora que el islamismo radical tenga simpatizantes en Occidente, ya sea de la izquierda -por su antiamericanismo-, o por la derecha -por su antijudaísmo-. La influencia y difusión del wahhabismo en Europa se debe a los cuantiosos recursos que dispone.
El libro es una invitación a reflexionar. Si bien muchos de sus argumentos se reiteran en varios capítulos, su buena e inteligente prosa ayuda a navegar en un océano que, infortunadamente, se nos presenta turbulento en estas jornadas en las que se debate la posible intervención en Siria.
Bernard Lewis, Faith and Power: Religion and Politics in the Middle East. New York, Oxford University Press, 2010.
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