sábado, 17 de diciembre de 2022

"La historia de Rusia", de Orlando Figes.

Orlando Figes es un autor erudito, inteligente y con una excelente pluma, que acompaña al lector con su conocimiento y reflexiones. Autor de varias obras sobre el pasado ruso y soviético, entre las que ya he comentado aquí Crimea y El baile de Natacha, y a las que debemos añadir la monumental La Revolución Rusa y Los que susurran, entre otros. Este año 2022, con la invasión rusa a Ucrania -que, en rigor, es una continuación de la anexión de Crimea en 2014, junto al apoyo a los dos gobiernos separatistas de Lugansk y Donetsk-, el pretérito de Rusia cobra relevancia para comprender este presente tan inquietante.

Parte desde la Rus de Kiev, con los principados de gobernantes vikingos instalados en lo que hoy son Ucrania, Bielorrusia y Rusia, en gran parte teñido por la leyenda dada la escasez de documentación del período. El error en el texto de Figes -ignoro si fue en la traducción, o si ya está en el original- es denominar "rusos" a los hombres de la Rus de Kiev y Novgorod. Es tan equivocado como suponer que los galos y los francos eran franceses, o que los germanos que lucharon contra Marco Aurelio eran alemanes. Son denominaciones extemporáneas que llevan no sólo a la confusión, sino también alimentan las narrativas políticas de los nacionalismos en esas regiones, pero que no contribuyen en nada a la comprensión histórica. El espejo era el Imperio Romano de Oriente, o Bizancio, cuya capital era una de las grandes ciudades de aquel tiempo, junto a Bagdad. En ese contexto, los gobernantes de Kiev se convierten al cristianismo ortodoxo, para aproximarse al esplendor de esa cultura antigua a la que admiraban. Por debajo de esa franja que dominaba, estaban los eslavos, de los que tomaron la lengua y con los que se fueron mezclando. Pero en el siglo X aún no se puede hablar de "ucranianos", ni "rusos", ni "bielorrusos". El súbdito seguía la religión del monarca y se identificaba con él, no con una nación, que es un concepto que podemos hallar acabadamente en el siglo XIX europeo.

La invasión mongola del siglo XIII dejó marcas y legados en la cultura de esa región, y Figes se encarga puntillosamente en señalar algunas en las costumbres, pero sobre todo en el concepto patrimonialista del monarca: las tierras, los bienes, las personas son patrimonio personal del gobernante, y esto permite explicar el desarrollo posterior del zarismo, de la Unión Soviética y hasta de la presente Rusia post soviética. Pero la parte occidental de lo que hoy es Ucrania, mayormente quedó bajo el dominio de la Mancomunidad Polaco-Lituana, marcando una diferencia política y cultural que persiste hasta nuestros días. Si bien los eslavos locales -¿proto ucranianos?- se fueron rebelando contra los señores polacos, hasta llegar al hetmanato cosaco, se fue incorporando a la órbita cultural europea de un modo por completo diferente al que se vivía en los territorios bajo dominio mongol, en donde se desarrollaron los ducados como el de Moscovia, que si bien era un señor local, mostraba su lealtad a la Horda de Oro.

La creación de los mitos fundacionales rusos en torno al zar, a la misión providencial de Moscú en tanto "tercera Roma", en su vinculación histórica y religiosa con el imperio bizantino, es una concatenación que recorre el texto hasta llegar a Vladímir Putin, pasando por la Unión Soviética y, en particular, en el rol que asumió Stalin. Esa pretendida excepcionalidad rusa -prácticamente todos los países tejen este tipo de relatos para legitimar sus acciones- es una fuerza motriz y, a la vez, enceguecedora, ya que se transforma en un velo frente a los horrores, los crímenes y las falencias. Como señalé precedentemente, el lector inquieto hallará en los otros libros de Orlando Figes las claves para comprender el auge y la caída del zarismo, así como la repetición de errores como la falta de equipamiento adecuado de su ejército, el desprecio por la vida de sus soldados, las visiones estratégicas sobre su espacio. 

El capítulo dedicado a la URSS post stalinista me dejó sabor a poco: la necesidad de publicar el libro mientras comenzaba la injusta invasión a Ucrania llevó a ahorrar páginas y explicaciones que, si bien no afectan el sentido, sí le quitan fuerza argumental. Omitió, por ejemplo, unas pocas páginas a la ruptura sino-soviética, a la rusificación de Asia Central y el Cáucaso, a la pérdida de los países satélites en 1989 en Europa central y oriental. En los capítulos previos, del tiempo zarista, apenas se menciona a la guerra ruso-japonesa, que impactó severamente en el poder imperial y en la visión que los rusos tenían de sí mismos, una humillación ante quienes querían ver como inferiores. 

Sí es muy claro y bien concentrado el capítulo final sobre Putin, aunque discrepo en su opinión respecto al supuesto impacto negativo de la expansión de la OTAN hacia Europa oriental -siempre hay que "comprender" a los gobernantes rusos, pero nunca se presta atención a los de las naciones de Europa central y oriental...-. El entramado oligárquico y prebendario de la vieja nomenklatura y cómo siguió apoderándose del país, a la vez que no logró formarse una sociedad civil fuerte, permite entender la lógica de la Rusia putinista de los últimos veinte años.  Este texto ayuda a desmontar el andamiaje de tantos relatos míticos del pasado ruso y eso, en sí mismo, es una labor de inmensa ayuda para que la racionalidad y la dignidad humana comiencen a ganarse espacio en la política internacional.


Orlando Figes, La historia de Rusia. Buenos Aires, Taurus, 2022.
 

domingo, 6 de noviembre de 2022

"Vicente Fidel López", de Pablo Emilio Palermo.

Vicente Fidel López (1815-1903), hijo único de Vicente López y Planes -autor del Himno Nacional argentino, presidente provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata tras la renuncia de Bernardino Rivadavia, y luego gobernador de la Provincia de Buenos Aires en 1852 después de la derrota de Rosas- fue un hombre de enorme talento y prodigiosa labor intelectual y política. Pablo Emilio Palermo, autor de la biografía sobre este hombre público, acometió una tarea difícil, como es la de sistematizar en esta obra lo que venía siendo una necesidad. 

Como el autor ya escribió una biografía sobre Vicente López y Planes, la concatenación es lógica y necesaria entre ambos libros. Pero aquí vemos cómo el padre se preocupó en forma constante por el hijo que, díscolo, se enroló muy joven en las contiendas políticas de su tiempo, que lo llevaron al exilio en Chile y Uruguay, en tanto Juan Manuel de Rosas fuera el gobernador de Buenos Aires. Habiendo nacido en un hogar en el que la política y los asuntos públicos estuvieron siempre presentes, el joven Vicente Fidel López se sumó a la sociedad literaria de Marcos Sastre y sintió el fuerte influjo del pensamiento de Esteban Echeverría, formando parte de lo que llamamos la Generación de 1837. Por su participación en las contiendas políticas en Córdoba, debió exiliarse en Chile, en donde ejerció el periodismo y la docencia. A pesar de los ruegos de su progenitor, el joven no cejó en su persistencia en labrarse su propio camino, y por ello emigró luego a Montevideo, en donde tuvo una destacada labor como abogado. 

La derrota de Juan Manuel de Rosas en la batalla de Caseros y el nombramiento de Vicente López y Planes como nuevo gobernador de Buenos Aires, llevaron a que este joven retornara a la orilla occidental del río de la Plata y que, por iniciativa de Justo José de Urquiza, fuese el primero en ocupar el novel ministerio de Instrucción Pública de la provincia. Desde esa cartera y como conocedor del derecho, participó en el debate en torno al Acuerdo de San Nicolás y luego lo defendió en la Legislatura porteña, frente a los embates de Bartolomé Mitre y Dalmacio Vélez Sarsfield, enconados críticos de lo rubricado para organizar constitucionalmente la República. Con firmeza e inteligencia, utilizó su artillería verbal para erigirse en el vocero de ese Acuerdo en un entorno hostil, lo que le significó el ostracismo en su pequeña patria natal durante algunos años. Tras la dimisión de su padre a la gobernación, retornó a Uruguay y ejerció la abogacía, a la vez que daba sus pasos por la investigación histórica. Vicente Fidel López fue, como tantos otros hombres de su tiempo, un hacedor en distintos campos: la política, el derecho, la historia, la lingüística y la literatura. Pero a partir de la década de 1870, Vicente Fidel López retornó a Argentina y tuvo una actuación notable: convencional constituyente en la Provincia de Buenos Aires, diputado provincial y luego diputado nacional, a la vez que Rector de la Universidad de Buenos Aires. Esto no fue óbice para que prosiguiera su labor historiográfica e incluso tuviera un debate con Bartolomé Mitre. En varias cuestiones tomó partido con resolución: el proteccionismo económico, el laicismo, la autonomía municipal, la inmigración, las cuestiones limítrofes con Chile. 

Pablo Emilio Palermo rastreó y logró plasmar en la biografía esta acción pública con su vida privada, gracias a su minuciosa investigación de la correspondencia personal. De esos documentos brotan las preocupaciones por su hijo Lucio Vicente López -tal como su padre, otrora, le expresaba sus pesares durante su exilio en Chile y Uruguay-, un calor humano que no se puede vislumbrar en la obra historiográfica ni en el discurso parlamentario. En el decenio de 1880, fue publicada su monumental historia argentina, que tan profunda huella ha dejado en nuestro país.

En 1889, se sumó a la Unión Cívica junto a Mitre, Alem y el joven Francisco Barroetaveña, que cuestionó severamente la política del entonces presidente Miguel Ángel Juárez Celman. Si bien la revolución del Parque, de 1890, fracasó en su propósito, el primer magistrado renunció un mes después, por lo que asumió Carlos Pellegrini para completar el sexenio. En dicha circunstancia, y ante una grave crisis económica, Vicente Fidel López prestó una vez más sus servicios siendo ya un hombre septuagenario y con problemas de audición, esta vez como ministro de Hacienda. Acompañó a Pellegrini en los momentos más agitados, y en su paso por el ministerio se crearon la Caja de Conversión y el Banco de la Nación Argentina; pero debió abandonar la función antes de que el primer magistrado concluyese su mandato. No por ello se alejó del compromiso cívico, colaborando activamente en la creación de la Escuela Libre de Segunda Enseñanza. Pasó sus últimos años recluido con su familia, manteniendo el vigor intelectual y la producción literaria, hasta su fallecimiento en 1903.

Hombre de reflexión y acción, de estudio y de gobierno, Vicente Fidel López precisaba una biografía, y es por ello que damos la bienvenida a este libro erudito, minucioso y documentado de Pablo Palermo, convirtiéndose en un texto de referencia para los lectores sobre la historia argentina del siglo XIX. 


Pablo Emilio Palermo
, Vicente Fidel López. Una biografía. Buenos Aires, Dunken, 2022.