Libro notable el de A. James Gregor: se interna por los diferentes caminos que nacen desde una misma fuente, el pensamiento de Marx y Engels, y examina los derroteros intelectuales de lo que llama sus "heterodoxias": Josef Dietzgen, Eduard Bernstein, Ludwig Woltmann, Georges Sorel, Vladimir Ilich Lenin y Benito Mussolini, entre los más destacados. Pero, ¿qué hacen el racista Woltmann, uno de los teóricos de lo que años después de su muerte será el nazismo, y el fascista Benito Mussolini en este listado? He aquí el gran mérito de la labor del autor: al recorrer sus itinerarios, nos va descubriendo cómo cada uno de estos autores se fue nutriendo de la fuente del marxismo clásico.
Libro que sacude y remueve la concepción generalizada sobre el marxismo, porque nos presenta un árbol frondoso, con muchas ramas que parten de un mismo tronco. Con las muertes de Karl Marx (1883) y Friedrich Engels (1895), no hubo quien pudiera ser considerado el más puro representante de esas ideas, y es por ello que surgieron varios herederos que se proclamaron como los verdaderos custodios de esa "ciencia". Así, el marxismo de Karl Kautsky es uno de los tantos que salieron de esa causa común, que se erigió como el "ortodoxo" frente a otras versiones concurrentes. En Francia estaban los marxismos de Jules Guesde, Jean Allemane y Paul Brousse, por ejemplo, cada uno con su propia interpretación, o la corriente más reformista de Benoît Malon, de la que salió Jean Jaurès. Bernstein, que se proclamaba como marxista, ponía el acento en la necesidad de recabar datos cuantitativos sobre la supuesta pauperización de las masas proletarias, un fenómeno que él veía que no se cumplía, a pesar de seguir creyendo en los postulados de Marx y Engels.
Lo cierto es que fueron muchos los marxistas que no aceptaron mansamente que la llamada "superestructura" fuese un mero reflejo de las condiciones materiales y que, por consiguiente, las ideas políticas, las creencias religiosas, la moral, la ética y el arte -a lo que Marx y Engels llamaban "fantasmas en el cerebro"- estuvieran determinadas por el modo de producción. Los iniciadores del marxismo, más allá de la obra voluminosa que dejaron, no pudieron cubrir una enorme cantidad de huecos de la "ciencia" a la que daban luz.
Josef Dietzgen, por ejemplo, se preocupó por el rol de la voluntad en el compromiso revolucionario, lo que entraba en colisión con el rígido determinismo económico de Marx y Engels. ¿Cómo entraba allí, entonces, la voluntad? ¿Eran los humanos meros autómatas determinados por las condiciones materiales? ¿Cómo era posible, en consecuencia, que surgieran ideas de utopías igualitarias en contextos de sociedades con esclavos, como lo fue en tiempos del cristianismo primitivo, o el de Thomas Münzer en el siglo XVI? ¿Y la moral y la ética en el marxismo? Por su lado, Ludwig Woltmann intentó articular al marxismo con las ideas de Darwin, por lo que buscó enhebrar al determinismo económico con el biológico, acabando en el racismo que ubicaba a los nórdicos en la cima de la evolución humana, por lo que fue un antecedente del nazismo. ¿Y cómo es que Woltmann compatibilizó el marxismo con el racismo? Gregor señala varias expresiones racistas, típicamente eurocéntricas y decimonónicas, de Marx y Engels que dejaron aquí y allá, desperdigados en el extenso corpus de su producción escrita, contra los mexicanos, españoles, chinos y eslavos.
Los movimientos sindicales que nacieron al combate a finales del siglo XIX, adhirieron a la idea de la huelga general como metodología de lucha contra el capitalismo, así como pedagogía para el proletariado. Uno de los principales teóricos de lo que se llamó el "sindicalismo revolucionario", Georges Sorel, desarrolló la idea del "mito movilizador", ya que pensaba que Marx y Engels no habían alcanzado a ahondar en la psicología humana. Sorel, señala el autor, en rigor buscaba un tipo de sociedad en la cual el individuo quedaba sometido a grandes designios éticos y morales, como en las antiguas Grecia y Roma, y en el cristianismo primitivo. Para él, el individualismo de las sociedades democráticas burguesas llevaba a la destrucción de la civilización, por lo que era imprescindible convocar al sacrificio, la disciplina y la acción para alcanzar grandes metas. De ahí que, para Sorel, un "mito movilizador" era la gran huelga general de los obreros para derribar al capitalismo, recurriendo a la violencia. Fue frontalmente hostil a la participación política y electoral de los obreros, y esta posición fue sumamente influyente para que parte del movimiento obrero no votara a representantes socialistas para integrar los parlamentos.
Gregor, también autor de un libro publicado en 2006 sobre los intelectuales fascistas, traza el puente que fue desde el marxismo a través del sindicalismo revolucionario hasta aterrizar en el fascismo italiano: en esta travesía, nos encontramos con Robert Michels, Angelo Oliviero Olivetti, los autores de la revista La Voce como Giovanni Papini y Giuseppe Prezzolini, o Filippo Corridoni, entre otros, hasta llegar a Giovanni Gentile, en una atmósfera de discusión en torno a las clases sociales, el nacionalismo y las guerras libradas por Italia en los inicios del siglo XX. Los autores marxistas, ya fueran los austríacos o italianos, observaban que los proletarios tenían fuertes sentimientos de nacionalidad, una cuestión que debía ser analizada más allá de las limitaciones y vaguedades expresadas por Marx y Engels. Los bolcheviques, en cambio, siguieron considerando al nacionalismo como una estratagema de la burguesía, por lo que Lenin y Stalin observaban a este sentimiento como un problema transitorio.
El marxismo de Marx y Engels, asevera Gregor, había llegado a callejones sin salida. Será la gran conflagración de 1914 la que abra las compuertas a reformulaciones heterodoxas, a atajos revolucionarios como el leninismo y el fascismo, y con influencias a través de Woltmann en el nazismo. Pero el viejo marxismo ortodoxo, tal como lo elucubraron sus mentores, sólo quedará solitariamente defendido por Kautsky, una figura olvidada tras la revolución bolchevique en Rusia.
Lenin, pues, cambió sustancialmente la doctrina heredada: el partido con una élite intelectual revolucionaria profesional, erigida como vanguardia del proletariado, la teoría del imperialismo, la construcción del socialismo en un país básicamente agrario que recién estaba comenzando su industrialización. El autor sostiene que Lenin rediseñó al marxismo a su imagen, pero esta corriente quedó consagrada como la "ortodoxia" durante el pasado siglo XX. Sus ideas se plasmaron en el primer estado totalitario, sistema que habría de ser emulado en otras latitudes, con la implantación del disciplinamiento, la militarización del trabajo, el terror implacable y la planificación centralizada de la economía.
Con la primera guerra mundial, Mussolini -vocero oficial del Partido Socialista italiano, miembro del ala más ortodoxa de esa fuerza, y director del periódico Avanti!-, tras un primer momento en que rechazó la conflagración al considerarla "burguesa" e "imperialista", luego se tornó en un defensor de la participación en la misma a través de un nuevo periódico, Il Popolo d'Italia. Tras la guerra, el énfasis lo pondrá en el "mito movilizador" del nacionalismo, llamando al renacimiento del imperio en un país que no había obtenido ganancias territoriales y que se hallaba sumido en la desesperanza. Pero había rasgos comunes con el bolchevismo -además de un pasado común-, por lo que los marxistas-leninistas rápidamente ubicaron en la "extrema derecha" al fascismo, taxonomía que le sirvió para aparentar lejanía del nuevo fenómeno político italiano. Los rasgos comunes entre ambos señalan un origen común, que fue el marxismo clásico. Gregor, con buen criterio, señala que el marxismo clásico era una ideología moribunda a comienzos del siglo XX, y que fueron las heterodoxias las que prosiguieron el camino, creando gobiernos totalitarios que marcaron la centuria.
Las ideas tienen consecuencias, las ideas importan. La filosofía política, que pareciera ser un entretenimiento para unos pocos estudiosos alejados de la realidad, es un mapa que sirve de guía para el político profesional, aunque no lo advierta. De allí la importancia crucial de estos estudios sobre los itinerarios sinuosos, cruzados, y hasta caóticos de los autores que reflexionan sobre los asuntos públicos.
A. James Gregor, Marxism, Fascism, and Totalitarianism: Chapters in the Intellectual History of Radicalism. Stanford, Stanford University Press, 2009.
Bitácora de lecturas de Ricardo López Göttig. Historia, literatura, mitología, orientalismo y filosofía política.
miércoles, 29 de abril de 2015
sábado, 18 de abril de 2015
"La república en ciernes", de Ezequiel Gallo.
Por sus conocimientos, reflexión crítica y amplitud de lecturas, Ezequiel Gallo es un gran historiador de la segunda mitad del siglo XIX en Argentina. En este libro se reúnen varios ensayos de su autoría, originalmente desperdigados en otras obras como capítulos o prólogos. Felizmente fusionados en este volumen, el lector tiene a su disposición sus aproximaciones a figuras como Mitre, Alberdi, Sarmiento y Pellegrini, así como a cuestiones de la historia económica y social de la Argentina decimonónica.
Gallo se empeña en poner matices y explorar la complejidad de los cincuenta años de crecimiento económico entre 1880 y 1930, arrojando luz sobre terrenos en donde imperan narrativas ideológicas. Utilizando fuentes primarias, como los censos nacionales y provinciales, así como las memorias de instituciones bancarias, rastrea las mutaciones aceleradas del sur de Santa Fe y de la Provincia de Buenos Aires, en donde los nuevos emprendimientos agropecuarios y el arribo de la inmigración modificaron el escenario. Es así como señala a los ganadores y perdedores de este proceso de transformación y modernización, en el que hubo una señalada movilidad social ascendente con la expansión de la urbanización, alfabetización y acceso a la propiedad.
Este período no estuvo exento de controversias políticas, teñidas por enfrentamientos entre líderes que no diferían entre sí por su cosmovisión. Y es que el Partido Autonomista Nacional, hegemónico en la época hasta la sanción de la ley electoral de Roque Sáenz Peña, no buscó innovaciones en el mundo de las ideas, sino la aplicación de las experiencias exitosas del mundo occidental. No obstante, sus políticas económicas fueron heterodoxas a pesar de reconocer los aciertos de la escuela clásica, con esquemas proteccionistas que fueron cuestionados, sí, por el radicalismo de Leandro Alem y el Partido Socialista de Juan B. Justo, ambos partidarios del librecambio. Habrá de ser Hipólito Yrigoyen, en la Unión Cívica Radical, quien en su debate con Pedro Molina llame a su partido a no declararse ni librecambista ni proteccionista, con el objetivo político de aglutinar todas las fuerzas posibles y no dispersarlas en discusiones programáticas. Ezequiel Gallo, que abrió las puertas de la investigación en estos campos, pone en evidencia el crecimiento de la industria en Argentina en todo el período tratado, lo que se contrapone con el relato predominante sobre un supuesto desinterés del Estado argentino por ese sector.
De particular interés es el capítulo en el que trata sobre el pensamiento conservador, esquivo y difuso en Argentina. Se trata, más bien, de una tradición política que de una doctrina articulada, que no prestó mayor atención a un desarrollo reflexivo, y que por ello se encontró a la defensiva y casi sin herramientas conceptuales ante la aparición de los autores nacionalistas que en el período de entreguerras anhelaron la imposición de un modelo próximo al fascismo, atrayendo a buena parte de las Fuerzas Armadas, la Iglesia Católica y la intelectualidad. Tras la desaparición física de los grandes líderes del PAN, como Julio Roca, Carlos Pellegrini y Roque Sáenz Peña, los sectores conservadores quedaron sin figuras aglutinantes y de alcance nacional, debiendo recurrir a políticos de otras extracciones como candidatos, tal como ocurrió en 1916 con Lisandro de la Torre, o en 1928 apoyando al binomio antipersonalista de Leopoldo Melo y Vicente Gallo.
Gallo, también, fue un pionero en el estudio de las cuestiones monetarias. Es por ello que su capítulo sobre la ley de convertibilidad de 1899 es un excelente cierre para el libro, sumergiéndonos en el gran debate que despertó la adopción del patrón oro que rigió hasta los inicios de la Gran Guerra de 1914, que significó estabilidad monetaria y más de un decenio de expansión comercial y progreso social.
Ezequiel Gallo, La república en ciernes. Buenos Aires, Siglo XXI, 2013.
Gallo se empeña en poner matices y explorar la complejidad de los cincuenta años de crecimiento económico entre 1880 y 1930, arrojando luz sobre terrenos en donde imperan narrativas ideológicas. Utilizando fuentes primarias, como los censos nacionales y provinciales, así como las memorias de instituciones bancarias, rastrea las mutaciones aceleradas del sur de Santa Fe y de la Provincia de Buenos Aires, en donde los nuevos emprendimientos agropecuarios y el arribo de la inmigración modificaron el escenario. Es así como señala a los ganadores y perdedores de este proceso de transformación y modernización, en el que hubo una señalada movilidad social ascendente con la expansión de la urbanización, alfabetización y acceso a la propiedad.
Este período no estuvo exento de controversias políticas, teñidas por enfrentamientos entre líderes que no diferían entre sí por su cosmovisión. Y es que el Partido Autonomista Nacional, hegemónico en la época hasta la sanción de la ley electoral de Roque Sáenz Peña, no buscó innovaciones en el mundo de las ideas, sino la aplicación de las experiencias exitosas del mundo occidental. No obstante, sus políticas económicas fueron heterodoxas a pesar de reconocer los aciertos de la escuela clásica, con esquemas proteccionistas que fueron cuestionados, sí, por el radicalismo de Leandro Alem y el Partido Socialista de Juan B. Justo, ambos partidarios del librecambio. Habrá de ser Hipólito Yrigoyen, en la Unión Cívica Radical, quien en su debate con Pedro Molina llame a su partido a no declararse ni librecambista ni proteccionista, con el objetivo político de aglutinar todas las fuerzas posibles y no dispersarlas en discusiones programáticas. Ezequiel Gallo, que abrió las puertas de la investigación en estos campos, pone en evidencia el crecimiento de la industria en Argentina en todo el período tratado, lo que se contrapone con el relato predominante sobre un supuesto desinterés del Estado argentino por ese sector.
De particular interés es el capítulo en el que trata sobre el pensamiento conservador, esquivo y difuso en Argentina. Se trata, más bien, de una tradición política que de una doctrina articulada, que no prestó mayor atención a un desarrollo reflexivo, y que por ello se encontró a la defensiva y casi sin herramientas conceptuales ante la aparición de los autores nacionalistas que en el período de entreguerras anhelaron la imposición de un modelo próximo al fascismo, atrayendo a buena parte de las Fuerzas Armadas, la Iglesia Católica y la intelectualidad. Tras la desaparición física de los grandes líderes del PAN, como Julio Roca, Carlos Pellegrini y Roque Sáenz Peña, los sectores conservadores quedaron sin figuras aglutinantes y de alcance nacional, debiendo recurrir a políticos de otras extracciones como candidatos, tal como ocurrió en 1916 con Lisandro de la Torre, o en 1928 apoyando al binomio antipersonalista de Leopoldo Melo y Vicente Gallo.
Gallo, también, fue un pionero en el estudio de las cuestiones monetarias. Es por ello que su capítulo sobre la ley de convertibilidad de 1899 es un excelente cierre para el libro, sumergiéndonos en el gran debate que despertó la adopción del patrón oro que rigió hasta los inicios de la Gran Guerra de 1914, que significó estabilidad monetaria y más de un decenio de expansión comercial y progreso social.
Ezequiel Gallo, La república en ciernes. Buenos Aires, Siglo XXI, 2013.
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sábado, 11 de abril de 2015
"Desafíos para el fortalecimiento democrático en la Argentina", de Carlos Gervasoni et al.
Ante el cambio de gobierno en Argentina y, quizás, de signo partidario, desde los ámbitos académicos se convoca a la reflexión sobre las instituciones y la necesidad de fortalecer los mecanismos de control propios de la democracia liberal. CADAL y la Konrad Adenauer Stiftung han reunido, en este libro compilado por Gabriel C. Salvia y prologado por Marcos Novaro, los textos de un grupo de especialistas en áreas variadas, que se presentan como los desafíos que deberán asumir las nuevas autoridades a partir de diciembre del 2015.
Marcos Novaro precisa el contorno y características sobresalientes del deterioro institucional argentino de los últimos doce años, y Carlos Gervasoni nos introduce en el estado del federalismo, con las peculiaridades de un sistema electoral que se ha apartado del texto constitucional. Gervasoni señala la sobrerrepresentación de provincia de escasa población en el Congreso argentino, una deformación heredada por la ley electoral vigente de 1983, que otorga un mínimo de diputados. Esto no ha hecho más de agravarse con el correr de los decenios, quedando congelada la representación de acuerdo al censo de 1980. Provincias poco pobladas reciben una colosal transferencia de recursos desde el gobierno federal, ya que estas forman una coalición que apoya sistemáticamente al presidente de turno. Así, mientras la provincia de Buenos Aires recibe $2100 por habitante, a Tierra del Fuego le son transferidos $15000 por habitante, aun cuando esta tenga, además, un régimen de "promoción industrial" y cobre regalías por la explotación gasífera. Gervasoni señala, entonces, la "periferización" del voto justicialista para los presidentes, poniendo de relieve que Carlos Menem, Adolfo Rodríguez Sáa y Néstor Kirchner fueron líderes que provinieron de provincias con esas características.
Gerardo Scherlis pone el foco en el hiperdesarrollo del peronismo, que pareciera abarcar a todo el escenario político argentino, y el paralelo desgajamiento de la Unión Cívica Radical. Y esto, a pesar del proceso de desideologización imperante. Señala que la utilización del Estado en todos sus niveles, ha alimentado un partido del poder que se perpetúa y reproduce, en tanto que las alternativas se perciben como fugaces o con insuficiente despliegue territorial.
Aleardo Laría Rajneri habrá de desarrollar esta temática a partir de la multiplicación del empleo en el sector público durante los años del kirchnerismo para beneficiar a sus militantes, llamando la atención sobre la necesidad impostergable de que el próximo gobierno cumpla con las leyes y establezca en la práctica un sistema de concursos y oposiciones para ingresar al Estado.
María Clara Güida escribió un capítulo esclarecedor sobre el derecho a la información pública en Argentina y cómo esta es retaceada al ciudadano. Son varios los proyectos de ley que se han presentado en las dos cámaras del Congreso, aguardando ser debatidas desde hace años. Diego Hernán Armesto, por su lado, nos introduce al debilitamiento e intentos de colonización que ha puesto en marcha el kirchnerismo hacia los poderes Legislativo y Judicial, recurriendo a eufemismos como la "democratización de la Justicia". En esta línea, Néstor Osvaldo Loza se adentra en los organismos de control, los que no cumplen con la función que tienen asignados. Para cerrar la magnífica compilación, Néstor Sclauzero brinda el panorama de cómo los medios de comunicación son utilizados como instrumentos de propaganda gubernamental, y presenta las líneas fundamentales para tener un sistema de medios públicos altamente profesionalizado y pluralista, tal como los que hay en Chile, Reino Unido, Francia y Japón.
El libro es de necesaria lectura para el ciudadano genuinamente preocupado por los asuntos públicos, y de ineludible referencia para quienes se han comprometido en la política activa y quieren asumir funciones de relevancia en los próximos años. El universo académico tiene propuestas y enfoques de gran riqueza y contenido, que el mundo político debe atender. En este sentido, CADAL y la Konrad Adenauer Stiftung en Argentina vienen estableciendo puentes de encuentro entre estas dos esferas, a fin de fortalecer la democracia liberal y el Estado de Derecho.
Carlos Gervasoni et al., Desafíos para el fortalecimiento democrático en la Argentina. Buenos Aires, CADAL y Konrad Adenauer Stiftung, 2015.
Marcos Novaro precisa el contorno y características sobresalientes del deterioro institucional argentino de los últimos doce años, y Carlos Gervasoni nos introduce en el estado del federalismo, con las peculiaridades de un sistema electoral que se ha apartado del texto constitucional. Gervasoni señala la sobrerrepresentación de provincia de escasa población en el Congreso argentino, una deformación heredada por la ley electoral vigente de 1983, que otorga un mínimo de diputados. Esto no ha hecho más de agravarse con el correr de los decenios, quedando congelada la representación de acuerdo al censo de 1980. Provincias poco pobladas reciben una colosal transferencia de recursos desde el gobierno federal, ya que estas forman una coalición que apoya sistemáticamente al presidente de turno. Así, mientras la provincia de Buenos Aires recibe $2100 por habitante, a Tierra del Fuego le son transferidos $15000 por habitante, aun cuando esta tenga, además, un régimen de "promoción industrial" y cobre regalías por la explotación gasífera. Gervasoni señala, entonces, la "periferización" del voto justicialista para los presidentes, poniendo de relieve que Carlos Menem, Adolfo Rodríguez Sáa y Néstor Kirchner fueron líderes que provinieron de provincias con esas características.
Gerardo Scherlis pone el foco en el hiperdesarrollo del peronismo, que pareciera abarcar a todo el escenario político argentino, y el paralelo desgajamiento de la Unión Cívica Radical. Y esto, a pesar del proceso de desideologización imperante. Señala que la utilización del Estado en todos sus niveles, ha alimentado un partido del poder que se perpetúa y reproduce, en tanto que las alternativas se perciben como fugaces o con insuficiente despliegue territorial.
Aleardo Laría Rajneri habrá de desarrollar esta temática a partir de la multiplicación del empleo en el sector público durante los años del kirchnerismo para beneficiar a sus militantes, llamando la atención sobre la necesidad impostergable de que el próximo gobierno cumpla con las leyes y establezca en la práctica un sistema de concursos y oposiciones para ingresar al Estado.
María Clara Güida escribió un capítulo esclarecedor sobre el derecho a la información pública en Argentina y cómo esta es retaceada al ciudadano. Son varios los proyectos de ley que se han presentado en las dos cámaras del Congreso, aguardando ser debatidas desde hace años. Diego Hernán Armesto, por su lado, nos introduce al debilitamiento e intentos de colonización que ha puesto en marcha el kirchnerismo hacia los poderes Legislativo y Judicial, recurriendo a eufemismos como la "democratización de la Justicia". En esta línea, Néstor Osvaldo Loza se adentra en los organismos de control, los que no cumplen con la función que tienen asignados. Para cerrar la magnífica compilación, Néstor Sclauzero brinda el panorama de cómo los medios de comunicación son utilizados como instrumentos de propaganda gubernamental, y presenta las líneas fundamentales para tener un sistema de medios públicos altamente profesionalizado y pluralista, tal como los que hay en Chile, Reino Unido, Francia y Japón.
El libro es de necesaria lectura para el ciudadano genuinamente preocupado por los asuntos públicos, y de ineludible referencia para quienes se han comprometido en la política activa y quieren asumir funciones de relevancia en los próximos años. El universo académico tiene propuestas y enfoques de gran riqueza y contenido, que el mundo político debe atender. En este sentido, CADAL y la Konrad Adenauer Stiftung en Argentina vienen estableciendo puentes de encuentro entre estas dos esferas, a fin de fortalecer la democracia liberal y el Estado de Derecho.
Carlos Gervasoni et al., Desafíos para el fortalecimiento democrático en la Argentina. Buenos Aires, CADAL y Konrad Adenauer Stiftung, 2015.
viernes, 10 de abril de 2015
"Regime and Periphery in Northern Yemen. The Huthi Phenomenon", de Barak Salmoni et al.
Yemen, un país con una posición estratégica en el paso marítimo entre Europa y el Océano Índico, ha vuelto a aparecer en los medios de comunicación por la guerra civil en la que está envuelto, con la irrupción del movimiento Huthi que tomó el control de San'a, la capital. La perspectiva occidental tiende a observar los conflictos de Medio Oriente desde una óptica binaria, pero el fenómeno de los Huthi, visto en detalle, escapa a esas simplificaciones.
La familia Huthi, de la que el movimiento toma el nombre, es descendiente del Profeta Muhammad y, en la versión zaydi del Islam, son los que tienen la legitimidad política para gobernar la comunidad musulmana. El zaydismo es una rama de la Shía pero, a diferencia de la imperante en Irán e Irak -Shía duodecimana-, la línea sucesoria es diferente después de la quinta generación desde Alí, el califa yerno de Muhammad. Para los zaydíes, el quinto imám fue Zayd bin Alí, en tanto que para el resto de los shiítas fue Muhammad al Bakit. El zaydismo pone énfasis en la filosofía y el racionalismo, por ello ha tenido una buena relación con la escuela Shafí'i de los sunnitas, que es considerada como la más flexible de las escuelas de jurisprudencia. El centro religioso del zaydismo se ubica en Sa'da, ciudad del norte de Yemen, desde gobernaron los imames zaydíes hasta los años sesenta, cuando se instaura la república. El nuevo régimen republicano se asentó y priorizó las regiones de más recursos de Yemen, dejando olvidadas y marginadas a zonas como el norte, de clima hostil y atravesado por un sistema de tribus -qabyala-, en la predominaba un código de honor colectivo. Yemen, al igual que otros países árabes, tiene un escaso control sobre sus periferias, y el régimen político de Ali Abdullah Saleh se basaba en la cooptación de los liderazgos tribales como una forma de asentar la soberanía y evitar las tendencias centrífugas.
Pero en el decenio de los ochenta comenzó un renacimiento del zaydismo ante el patrocinio que tenía el salafismo en Yemen, que es de la rama sunní del Islam, fomentado tanto por el gobierno como por el wahhabismo de Arabia Saudí. A esto se añadía que muchos yemeníes zaydíes habían viajado, estudiado o trabajado en otros países de la región, por lo que sus perspectivas se ampliaron, así como hubo zaydíes que no eran descendientes del Profeta y que, al incorporar las herramientas de la educación formal, pudieron cuestionar a los liderazgos tradicionales de las tribus. Con la unificación de Yemen en 1990, los Hashimi -descendientes del Profeta Muhammad- formaron el partido Hizb al-Haqq como expresión de los intereses zaydíes, a la par que una red de instituciones civiles conocida como Juventud Creyente, de asociaciones deportivas y de tiempo libre para los jóvenes, sin importar las divisiones sociales o tribales. Allí estaban los hijos del reconocido líder zaydi Badr al-Din al-Huthi, respetados por su condición de Hashimi. De sus vástagos, habrá de ser Husayn al-Huthi quien descuelle por su liderazgo y sapiencia religiosa, envuelto en el prestigio del progenitor.
En 2001, Saleh se convirtió en un aliado de Estados Unidos en la guerra internacional contra el terrorismo, recibiendo en consecuencia apoyo financiero y militar. Husayn al-Huthi cobró notoriedad por sus proclamas contra las intervenciones estadounidenses en Irak y Afganistán, echando culpas a esa nación norteamericana, a Israel y a los judíos en general de estar en una cruzada contra el Islam.
Los autores -tres académicos de prestigiosas universidades- trazan el contorno de la demografía, la topografía, la economía y el mercado de armas en la región boreal de Yemen, subrayando que entre las costumbres del país podemos hallar que la posesión de AK 47, Kalashnikov y lanzagranadas forma parte de una manifestación estentórea de masculinidad. Se suma la frontera porosa con Arabia Saudí y la proximidad de Somalía, corredores en los que circulan armas de origen soviético y chino que quedaron de decenios de guerras civiles. De allí que, además de la escasa presencia del estado central en las regiones periféricas y la confrontación religiosa, hay desde hace muchos una gran proliferación de armamento. El tránsito de la adolescencia a la vida adulta se expresa en la portación de un puñal como un elemento más del atuendo cotidiano.
Desde el centro se manejó el desdén hacia la región septentrional, identificando al tribalismo como feudal y bárbaro, una narrativa que también impulsó la República Democrática Popular de Yemen. Con la acusación de querer restaurar el imamato "reaccionario", el entonces presidente Saleh buscó arrinconar a la familia Huthi y sus partidarios a los márgenes de la política yemení. Saleh es zaydí, pero no proviene de una familia Hashimi. De las tres grandes confederaciones tribales, Saleh pertenece a la Hashidi, la que se ha beneficiado con las funciones gubernamentales. Pero los autores advierten al lector que las identificaciones de tribus con denominación religiosa no son exactas, y que las líneas se entrecruzan en un mar de complejidades.
El gobierno de Yemen, antes y después de la unificación, promocionó al salafismo como un modo de contrarrestar la influencia marxista de los socialistas de la República Democrática Popular de Yemen, así como para balancear a las élites zaydíes. Por otro lado, los trabajadores y estudiantes que habían emigrado a los países del Golfo Pérsico volvían con influencias wahhabíes, muchos de ellos convertidos. Y el wahhabismo pone en cuestión varios elementos del zaydismo, como la preeminencia de los Hashimi, los santuarios y las tumbas de los imames a los que se recordaba con devoción. Los yemeníes practicantes del salafismo formaron el partido Islah, con el que tuvo mucha relación el Congreso General del Pueblo, el partido del presidente Saleh.
El enfrentamiento armado entre el gobierno de Yemen y los Huthi comenzó en 2004. Si bien Husayn al Huthi hacía ardientes proclamas contra Estados Unidos, el Estado de Israel y los judíos, esto no era diferente a lo que abiertamente sostenían otras figuras prominentes del país y del mundo árabe. Pero es muy probable que el presidente Saleh temiera que este líder siguiera cobrando notoriedad y popularidad, sobre todo cuando se había alineado en la guerra contra el terrorismo a partir del 2001, diferenciándose de su neutralidad en la guerra del Golfo de 1990-1991. Indirectamente, lo que afirmaba Husayn al Huthi cuestionaba su carácter de "buen musulmán" y, muy probablemente por este temor, fue arrestado y ejecutado en 2004. A partir de ese momento, comenzó una espiral de violencia que fue escalando entre ambas partes, una guerra interna con atentados, violaciones de los derechos fundamentales y participación armada de Arabia Saudí en 2009 para combatir a los Huthi. El gobierno de Qatar intentó mediar, sin resultado, en 2007. El gobierno yemení acusó a los Huthi de estar sostenidos por Irán, aunque de esto no hay pruebas y, además, el zaydismo difiere teológicamente de la Shia duodecimana. Al morir Husayn, por breve tiempo el movimiento fue encabezado por su padre, pero luego la figura emergente y decisiva fue uno de los hermanos menores, Abd-al Malik al-Huthi, vástago del cuatro matrimonio de Badr al-Din al-Huthi.
Los autores hacen un análisis preciso de la estrategia de contrainsurgencia del gobierno yemení, así como de los Huthi como combatientes, en un contexto complejo en el que las tribus fueron utilizadas como fuerzas paramilitares y en la que también cobró importancia el AQAP, la rama de Al Qaeda de la Península Arábiga, que se desarrolló en los territorios que antes fueron parte de la República Democrática Popular del Yemen. Las líneas se cruzan y entrecruzan, con zaydíes apoyando al gobierno, con salafíes que miraban con recelo al poder central. Si bien el libro concluye en 2010, cuando fue publicado, el escenario se tornó más complejo aún con la salida del presidente Saleh y la formación de un nuevo gobierno, hoy combatiendo contra los Huthi en Aden, tras haber sido capturada la capital. Para desafiar los moldes blanquinegros, ahora las fuerzas leales al ex presidente Saleh apoyan militarmente a los Huthi. Todo esto se está precipitando en una nueva guerra civil y una crisis humanitaria de magnitud en una región inestable.
El propósito del libro es reflexionar desde la complejidad sobre el escenario yemení, a fin de no caer en los simplismos de taxonomías inadecuadas y perjudiciales.
Barak A. Salmoni, Bryce Loidolt y Madeleine Wells, Regime and Periphery in Northern Yemen. The Huthi Phenomenon. Santa Monica, Rand, 2010.
La familia Huthi, de la que el movimiento toma el nombre, es descendiente del Profeta Muhammad y, en la versión zaydi del Islam, son los que tienen la legitimidad política para gobernar la comunidad musulmana. El zaydismo es una rama de la Shía pero, a diferencia de la imperante en Irán e Irak -Shía duodecimana-, la línea sucesoria es diferente después de la quinta generación desde Alí, el califa yerno de Muhammad. Para los zaydíes, el quinto imám fue Zayd bin Alí, en tanto que para el resto de los shiítas fue Muhammad al Bakit. El zaydismo pone énfasis en la filosofía y el racionalismo, por ello ha tenido una buena relación con la escuela Shafí'i de los sunnitas, que es considerada como la más flexible de las escuelas de jurisprudencia. El centro religioso del zaydismo se ubica en Sa'da, ciudad del norte de Yemen, desde gobernaron los imames zaydíes hasta los años sesenta, cuando se instaura la república. El nuevo régimen republicano se asentó y priorizó las regiones de más recursos de Yemen, dejando olvidadas y marginadas a zonas como el norte, de clima hostil y atravesado por un sistema de tribus -qabyala-, en la predominaba un código de honor colectivo. Yemen, al igual que otros países árabes, tiene un escaso control sobre sus periferias, y el régimen político de Ali Abdullah Saleh se basaba en la cooptación de los liderazgos tribales como una forma de asentar la soberanía y evitar las tendencias centrífugas.
Pero en el decenio de los ochenta comenzó un renacimiento del zaydismo ante el patrocinio que tenía el salafismo en Yemen, que es de la rama sunní del Islam, fomentado tanto por el gobierno como por el wahhabismo de Arabia Saudí. A esto se añadía que muchos yemeníes zaydíes habían viajado, estudiado o trabajado en otros países de la región, por lo que sus perspectivas se ampliaron, así como hubo zaydíes que no eran descendientes del Profeta y que, al incorporar las herramientas de la educación formal, pudieron cuestionar a los liderazgos tradicionales de las tribus. Con la unificación de Yemen en 1990, los Hashimi -descendientes del Profeta Muhammad- formaron el partido Hizb al-Haqq como expresión de los intereses zaydíes, a la par que una red de instituciones civiles conocida como Juventud Creyente, de asociaciones deportivas y de tiempo libre para los jóvenes, sin importar las divisiones sociales o tribales. Allí estaban los hijos del reconocido líder zaydi Badr al-Din al-Huthi, respetados por su condición de Hashimi. De sus vástagos, habrá de ser Husayn al-Huthi quien descuelle por su liderazgo y sapiencia religiosa, envuelto en el prestigio del progenitor.
En 2001, Saleh se convirtió en un aliado de Estados Unidos en la guerra internacional contra el terrorismo, recibiendo en consecuencia apoyo financiero y militar. Husayn al-Huthi cobró notoriedad por sus proclamas contra las intervenciones estadounidenses en Irak y Afganistán, echando culpas a esa nación norteamericana, a Israel y a los judíos en general de estar en una cruzada contra el Islam.
Los autores -tres académicos de prestigiosas universidades- trazan el contorno de la demografía, la topografía, la economía y el mercado de armas en la región boreal de Yemen, subrayando que entre las costumbres del país podemos hallar que la posesión de AK 47, Kalashnikov y lanzagranadas forma parte de una manifestación estentórea de masculinidad. Se suma la frontera porosa con Arabia Saudí y la proximidad de Somalía, corredores en los que circulan armas de origen soviético y chino que quedaron de decenios de guerras civiles. De allí que, además de la escasa presencia del estado central en las regiones periféricas y la confrontación religiosa, hay desde hace muchos una gran proliferación de armamento. El tránsito de la adolescencia a la vida adulta se expresa en la portación de un puñal como un elemento más del atuendo cotidiano.
Desde el centro se manejó el desdén hacia la región septentrional, identificando al tribalismo como feudal y bárbaro, una narrativa que también impulsó la República Democrática Popular de Yemen. Con la acusación de querer restaurar el imamato "reaccionario", el entonces presidente Saleh buscó arrinconar a la familia Huthi y sus partidarios a los márgenes de la política yemení. Saleh es zaydí, pero no proviene de una familia Hashimi. De las tres grandes confederaciones tribales, Saleh pertenece a la Hashidi, la que se ha beneficiado con las funciones gubernamentales. Pero los autores advierten al lector que las identificaciones de tribus con denominación religiosa no son exactas, y que las líneas se entrecruzan en un mar de complejidades.
El gobierno de Yemen, antes y después de la unificación, promocionó al salafismo como un modo de contrarrestar la influencia marxista de los socialistas de la República Democrática Popular de Yemen, así como para balancear a las élites zaydíes. Por otro lado, los trabajadores y estudiantes que habían emigrado a los países del Golfo Pérsico volvían con influencias wahhabíes, muchos de ellos convertidos. Y el wahhabismo pone en cuestión varios elementos del zaydismo, como la preeminencia de los Hashimi, los santuarios y las tumbas de los imames a los que se recordaba con devoción. Los yemeníes practicantes del salafismo formaron el partido Islah, con el que tuvo mucha relación el Congreso General del Pueblo, el partido del presidente Saleh.
El enfrentamiento armado entre el gobierno de Yemen y los Huthi comenzó en 2004. Si bien Husayn al Huthi hacía ardientes proclamas contra Estados Unidos, el Estado de Israel y los judíos, esto no era diferente a lo que abiertamente sostenían otras figuras prominentes del país y del mundo árabe. Pero es muy probable que el presidente Saleh temiera que este líder siguiera cobrando notoriedad y popularidad, sobre todo cuando se había alineado en la guerra contra el terrorismo a partir del 2001, diferenciándose de su neutralidad en la guerra del Golfo de 1990-1991. Indirectamente, lo que afirmaba Husayn al Huthi cuestionaba su carácter de "buen musulmán" y, muy probablemente por este temor, fue arrestado y ejecutado en 2004. A partir de ese momento, comenzó una espiral de violencia que fue escalando entre ambas partes, una guerra interna con atentados, violaciones de los derechos fundamentales y participación armada de Arabia Saudí en 2009 para combatir a los Huthi. El gobierno de Qatar intentó mediar, sin resultado, en 2007. El gobierno yemení acusó a los Huthi de estar sostenidos por Irán, aunque de esto no hay pruebas y, además, el zaydismo difiere teológicamente de la Shia duodecimana. Al morir Husayn, por breve tiempo el movimiento fue encabezado por su padre, pero luego la figura emergente y decisiva fue uno de los hermanos menores, Abd-al Malik al-Huthi, vástago del cuatro matrimonio de Badr al-Din al-Huthi.
Los autores hacen un análisis preciso de la estrategia de contrainsurgencia del gobierno yemení, así como de los Huthi como combatientes, en un contexto complejo en el que las tribus fueron utilizadas como fuerzas paramilitares y en la que también cobró importancia el AQAP, la rama de Al Qaeda de la Península Arábiga, que se desarrolló en los territorios que antes fueron parte de la República Democrática Popular del Yemen. Las líneas se cruzan y entrecruzan, con zaydíes apoyando al gobierno, con salafíes que miraban con recelo al poder central. Si bien el libro concluye en 2010, cuando fue publicado, el escenario se tornó más complejo aún con la salida del presidente Saleh y la formación de un nuevo gobierno, hoy combatiendo contra los Huthi en Aden, tras haber sido capturada la capital. Para desafiar los moldes blanquinegros, ahora las fuerzas leales al ex presidente Saleh apoyan militarmente a los Huthi. Todo esto se está precipitando en una nueva guerra civil y una crisis humanitaria de magnitud en una región inestable.
El propósito del libro es reflexionar desde la complejidad sobre el escenario yemení, a fin de no caer en los simplismos de taxonomías inadecuadas y perjudiciales.
Barak A. Salmoni, Bryce Loidolt y Madeleine Wells, Regime and Periphery in Northern Yemen. The Huthi Phenomenon. Santa Monica, Rand, 2010.
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sábado, 4 de abril de 2015
"On the Edge of the Cold War", de Igor Lukes.
El historiador Igor Lukes se introduce en el fascinante mundo de la diplomacia y el espionaje de Estados Unidos en la Checoslovaquia renacida tras la segunda guerra mundial, tras haber sido ocupada por la Alemania nazi. El destino fatal de países como Polonia y Hungría, así como de los bálticos, ya había sido trazada antes de que finalizara la conflagración planetaria; no era así con Checoslovaquia, que había tenido una república parlamentaria hasta 1938.
En octubre de 1938, luego de que las democracias europeas capitularon ante las exigencias de Hitler de ocupar los Sudetes en Checoslovaquia en el ominoso Pacto de Munich, el hasta entonces presidente Edvard Beneš se exilió en Londres. Allí, al comenzar la guerra, formó el gobierno provisional y fue reconocido como primer magistrado de la desaparecida nación centroeuropea por los países aliados.
El regreso de Beneš fue un anticipo de la silenciosa pugna entre Occidente y la Unión Soviética por atraer a Checoslovaquia. El presidente en el exilio se propuso ser un puente entre ambos polos y, de hecho, el país fue una zona gris entre ambos al finalizar la gran guerra planetaria. Los soviéticos avanzaron hacia el Oeste y llevaron a Beneš a la ciudad de Košice, en Eslovaquia, en donde retomó in situ su presidencia. El presidente hizo muchas concesiones a la Unión Soviética, como tolerar en silencio que Rutenia, la región más oriental de Checoslovaquia, fuera anexada de hecho por Stalin. Pero el regreso de Beneš se hizo rodeándolo de una burbuja soviética y con comunistas checoslovacos, impidiendo su contacto con políticos democráticos y diplomáticos estadounidenses y británicos.
El tercer Ejército de Estados Unidos tuvo la oportunidad de liberar Praga, ya que había llegado inesperadamente hasta Plzen pero, por órdenes de Truman, Eisenhower y Marshall, las tropas debieron detenerse a poco menos de cien kilómetros, a pedido de Stalin. Esto sirvió para que el Ejército Rojo y los comunistas checoslovacos ocuparan posiciones de preeminencia en el control y gobierno del país, exhibiéndose como los genuinos liberadores.
Lo cierto es que, si bien las autoridades estadounidenses eran plenamente conscientes de la importancia estratégica de Checoslovaquia por su ubicación en el centro de Europa, fueron en extremo negligentes en atraer al país hacia la órbita occidental. Culturalmente, Checoslovaquia era el país más próximo al Occidente, y tenía un reciente pasado como democracia parlamentaria, encarnado por Edvard Beneš. Mas la larga sombra del ominoso Pacto de Munich, en el que el Reino Unido y Francia abandonaron al país centroeuropeo a la voracidad nazi, hizo que Beneš buscara una sólida alianza con la URSS para detener una posible revancha germánica.
El primer embajador de Estaos Unidos enviado a Praga en la posguerra fue Laurence Steinhardt, cuya actuación en Checoslovaquia contrastó con toda su carrera previa en el servicio exterior. Se desempeñó como embajador en la Unión Soviética hasta que fue invadida por los alemanes, y luego fue enviado a Turquía, en donde exitosamente logró que ese país se mantuviera neutral, siendo una posición clave en el entramado del espionaje. Pero Steinhardt retornó a Estados Unidos antes de ir a Praga, y allí volvió a involucrarse activamente en su labor como abogado. Steinhardt llegó a la capital checoslovaca a mediados de 1945, en un tiempo enormemente valioso en el que las fuerzas democráticas hubieran precisado del apoyo activo de Estados Unidos frente al avance soviético. Y es que el Partido Comunista checoslovaco, apoyado por el Ejército Rojo, tomó posesión de los principales ministerios -Interior, Defensa, Agricultura- y gran parte de las funciones en las demás áreas, llegando a tener pleno dominio de la policía y de los nuevos organismos de inteligencia.
El embajador, muy lejos de buscar representar a los valores de la democracia en una frontera aún no definida con el coloso socialista, se dedicó a realizar reformas al edificio de la embajada, el Palacio Schönborn, a operaciones inmobiliarias bastante reñidas con la ética, y a involucrarse socialmente y sentimentalmente con la aristocracia checa. Sus interlocutores eran miembros de la élite social con los que jugaba al bridge, y por ello enviaba regularmente informes distorsionados sobre la realidad política y económica del país, teñidos de una gran ingenuidad sobre el comportamiento del Partido Comunista.
Igor Lukes nos presenta, a lo largo de las páginas bien documentadas de este libro, cómo los diplomáticos estadounidenses fueron incapaces de prever el triunfo electoral comunista de 1946, así como no supieron crear un entramado de inteligencia en el país. Charles Katek, encargado de llevar adelante las labores de inteligencia, creó un círculo social en la Military Mission, ubicada en Loretanské Náměstí, en un edificio en el que la única llave de la puerta principal la tenía el portero -vrátný- y donde los dos primeros pisos estaban ocupados por una comisaría... Y como en la Military Mission no tenía un guardia durante la noche, los policías entraban en horario nocturno para revisar los papeles. A esto, se añade que Katek había hecho de su sede un ámbito de sociabilidad, al que concurrían gente de variados segmentos, pero a la vista de la fuerza policial. Fue luego reemplazado por Spencer Taggart, que había estado en los años treinta en el país como misionero mormón y que, por su devoción religiosa, tenía un horario estricto de trabajo pero sin involucrarse en la vida social de Praga en la noche.
El Partido Comunista checoslovaco aumentaba su cantidad de afiliados porque a él acudían aventureros y ventajistas, deseosos de lograr una posición en el nuevo orden que se estaba delineando. Contaba con el apoyo de Moscú, y la sombra del Ejército Rojo -que se retiró en diciembre de 1945, tras meses de violaciones, saqueos, robos y maltratos- se proyectaba amenazante, pero a la vez como único seguro frente a Alemania.
Durante 1947, el embajador Steinhardt pasó más de la mitad del año en Estados Unidos, atendiendo sus negocios personales, por lo que su conocimiento del deterioro político en Checoslovaquia era escaso. Sus informes eran siempre optimistas sobre la democracia y la recuperación económica, y sus consejos contrarios sobre un posible préstamo al gobierno checoslovaco no hicieron más que debilitar la imagen de Estados Unidos. El Partido Comunista, entonces, se fue fortaleciendo ante la debilidad de sus rivales democráticos -el Socialismo Nacional de Beneš, la socialdemocracia y el Partido Popular, de carácter socialcristiano, así como los partidos eslovacos-. Los medios de comunicación estaban prácticamente monopolizados por el PC y el 70% de la economía estaba nacionalizada, por lo que Checoslovaquia estaba cada día más detrás de la cortina de hierro.
Por indicaciones de Stalin, el gobierno checoslovaco se negó a formar parte del Plan Marshall y, tras esto, el PC comenzó una furiosa campaña contra los políticos democráticos, incluso atentando contra los ministros Prokop Drtina -Justicia-, Jan Masaryk -Relaciones Exteriores- y el viceprimer ministro Petr Zenkl. En esta atmósfera cada vez más enrarecida, el embajador Steinhardt volvió a Estados Unidos por dos meses... En febrero de 1948, cuando el golpe de Estado comunista ya estaba en marcha, Taggart se había tomado vacaciones en Italia con su familia.
Para sorpresa del cuerpo diplomático estadounidense en Praga, el 25 de febrero de 1948 el Partido Comunista tomaba el poder con el control de las calles, sus milicias desplegadas y con absoluto control de la policía, los servicios de inteligencia y el ejército. El ministro Jan Masaryk, que permaneció en su función, apareció muerto quince días después, habiéndose montado la escenificación del suicidio. El desolado Edvard Beneš renunció en junio de 1948, falleciendo en septiembre.
Ante la anexión de Checoslovaquia a la órbita soviética, el embajador Steinhardt tuvo especial deferencia en salvar a sus antiguos compañeros de bridge, encargando al tercer secretario en las operaciones clandestinas. Pero también, a requerimiento del Departamento de Estado, se ayudó a partir al exilio a políticos demócratas como Petr Zenkl.
Una suma de errores e incomprensión del escenario político, llevaron a la inacción y la consiguiente pérdida de Checoslovaquia para el bloque occidental. Steinhardt, que había conocido el horror del régimen stalinista y del que era un gran crítico, no supo hacer la lectura adecuada del proceso en marcha. Los miembros del servicio exterior enviados a Praga, no recibían preparación sobre Checoslovaquia; los encargados de tejer una red de información e inteligencia, actuaron como aficionados. La falibilidad humana y el desinterés por expresar con claridad los valores liberales y democráticos, dejaron que el país centroeuropeo que en 1918 liberó el presidente-filósofo T. G. Masaryk quedara en manos del tosco stalinista Klement Gottwald, que recibía órdenes directas de Moscú y contaba con un partido disciplinado.
En suma, un libro magnífico.
Igor Lukes, On the Edge of the Cold War: American Diplomats and Spies in Postwar Prague. New York, Oxford University Press, 2012.
En octubre de 1938, luego de que las democracias europeas capitularon ante las exigencias de Hitler de ocupar los Sudetes en Checoslovaquia en el ominoso Pacto de Munich, el hasta entonces presidente Edvard Beneš se exilió en Londres. Allí, al comenzar la guerra, formó el gobierno provisional y fue reconocido como primer magistrado de la desaparecida nación centroeuropea por los países aliados.
El regreso de Beneš fue un anticipo de la silenciosa pugna entre Occidente y la Unión Soviética por atraer a Checoslovaquia. El presidente en el exilio se propuso ser un puente entre ambos polos y, de hecho, el país fue una zona gris entre ambos al finalizar la gran guerra planetaria. Los soviéticos avanzaron hacia el Oeste y llevaron a Beneš a la ciudad de Košice, en Eslovaquia, en donde retomó in situ su presidencia. El presidente hizo muchas concesiones a la Unión Soviética, como tolerar en silencio que Rutenia, la región más oriental de Checoslovaquia, fuera anexada de hecho por Stalin. Pero el regreso de Beneš se hizo rodeándolo de una burbuja soviética y con comunistas checoslovacos, impidiendo su contacto con políticos democráticos y diplomáticos estadounidenses y británicos.
El tercer Ejército de Estados Unidos tuvo la oportunidad de liberar Praga, ya que había llegado inesperadamente hasta Plzen pero, por órdenes de Truman, Eisenhower y Marshall, las tropas debieron detenerse a poco menos de cien kilómetros, a pedido de Stalin. Esto sirvió para que el Ejército Rojo y los comunistas checoslovacos ocuparan posiciones de preeminencia en el control y gobierno del país, exhibiéndose como los genuinos liberadores.
Lo cierto es que, si bien las autoridades estadounidenses eran plenamente conscientes de la importancia estratégica de Checoslovaquia por su ubicación en el centro de Europa, fueron en extremo negligentes en atraer al país hacia la órbita occidental. Culturalmente, Checoslovaquia era el país más próximo al Occidente, y tenía un reciente pasado como democracia parlamentaria, encarnado por Edvard Beneš. Mas la larga sombra del ominoso Pacto de Munich, en el que el Reino Unido y Francia abandonaron al país centroeuropeo a la voracidad nazi, hizo que Beneš buscara una sólida alianza con la URSS para detener una posible revancha germánica.
El primer embajador de Estaos Unidos enviado a Praga en la posguerra fue Laurence Steinhardt, cuya actuación en Checoslovaquia contrastó con toda su carrera previa en el servicio exterior. Se desempeñó como embajador en la Unión Soviética hasta que fue invadida por los alemanes, y luego fue enviado a Turquía, en donde exitosamente logró que ese país se mantuviera neutral, siendo una posición clave en el entramado del espionaje. Pero Steinhardt retornó a Estados Unidos antes de ir a Praga, y allí volvió a involucrarse activamente en su labor como abogado. Steinhardt llegó a la capital checoslovaca a mediados de 1945, en un tiempo enormemente valioso en el que las fuerzas democráticas hubieran precisado del apoyo activo de Estados Unidos frente al avance soviético. Y es que el Partido Comunista checoslovaco, apoyado por el Ejército Rojo, tomó posesión de los principales ministerios -Interior, Defensa, Agricultura- y gran parte de las funciones en las demás áreas, llegando a tener pleno dominio de la policía y de los nuevos organismos de inteligencia.
El embajador, muy lejos de buscar representar a los valores de la democracia en una frontera aún no definida con el coloso socialista, se dedicó a realizar reformas al edificio de la embajada, el Palacio Schönborn, a operaciones inmobiliarias bastante reñidas con la ética, y a involucrarse socialmente y sentimentalmente con la aristocracia checa. Sus interlocutores eran miembros de la élite social con los que jugaba al bridge, y por ello enviaba regularmente informes distorsionados sobre la realidad política y económica del país, teñidos de una gran ingenuidad sobre el comportamiento del Partido Comunista.
Igor Lukes nos presenta, a lo largo de las páginas bien documentadas de este libro, cómo los diplomáticos estadounidenses fueron incapaces de prever el triunfo electoral comunista de 1946, así como no supieron crear un entramado de inteligencia en el país. Charles Katek, encargado de llevar adelante las labores de inteligencia, creó un círculo social en la Military Mission, ubicada en Loretanské Náměstí, en un edificio en el que la única llave de la puerta principal la tenía el portero -vrátný- y donde los dos primeros pisos estaban ocupados por una comisaría... Y como en la Military Mission no tenía un guardia durante la noche, los policías entraban en horario nocturno para revisar los papeles. A esto, se añade que Katek había hecho de su sede un ámbito de sociabilidad, al que concurrían gente de variados segmentos, pero a la vista de la fuerza policial. Fue luego reemplazado por Spencer Taggart, que había estado en los años treinta en el país como misionero mormón y que, por su devoción religiosa, tenía un horario estricto de trabajo pero sin involucrarse en la vida social de Praga en la noche.
El Partido Comunista checoslovaco aumentaba su cantidad de afiliados porque a él acudían aventureros y ventajistas, deseosos de lograr una posición en el nuevo orden que se estaba delineando. Contaba con el apoyo de Moscú, y la sombra del Ejército Rojo -que se retiró en diciembre de 1945, tras meses de violaciones, saqueos, robos y maltratos- se proyectaba amenazante, pero a la vez como único seguro frente a Alemania.
Durante 1947, el embajador Steinhardt pasó más de la mitad del año en Estados Unidos, atendiendo sus negocios personales, por lo que su conocimiento del deterioro político en Checoslovaquia era escaso. Sus informes eran siempre optimistas sobre la democracia y la recuperación económica, y sus consejos contrarios sobre un posible préstamo al gobierno checoslovaco no hicieron más que debilitar la imagen de Estados Unidos. El Partido Comunista, entonces, se fue fortaleciendo ante la debilidad de sus rivales democráticos -el Socialismo Nacional de Beneš, la socialdemocracia y el Partido Popular, de carácter socialcristiano, así como los partidos eslovacos-. Los medios de comunicación estaban prácticamente monopolizados por el PC y el 70% de la economía estaba nacionalizada, por lo que Checoslovaquia estaba cada día más detrás de la cortina de hierro.
Por indicaciones de Stalin, el gobierno checoslovaco se negó a formar parte del Plan Marshall y, tras esto, el PC comenzó una furiosa campaña contra los políticos democráticos, incluso atentando contra los ministros Prokop Drtina -Justicia-, Jan Masaryk -Relaciones Exteriores- y el viceprimer ministro Petr Zenkl. En esta atmósfera cada vez más enrarecida, el embajador Steinhardt volvió a Estados Unidos por dos meses... En febrero de 1948, cuando el golpe de Estado comunista ya estaba en marcha, Taggart se había tomado vacaciones en Italia con su familia.
Para sorpresa del cuerpo diplomático estadounidense en Praga, el 25 de febrero de 1948 el Partido Comunista tomaba el poder con el control de las calles, sus milicias desplegadas y con absoluto control de la policía, los servicios de inteligencia y el ejército. El ministro Jan Masaryk, que permaneció en su función, apareció muerto quince días después, habiéndose montado la escenificación del suicidio. El desolado Edvard Beneš renunció en junio de 1948, falleciendo en septiembre.
Ante la anexión de Checoslovaquia a la órbita soviética, el embajador Steinhardt tuvo especial deferencia en salvar a sus antiguos compañeros de bridge, encargando al tercer secretario en las operaciones clandestinas. Pero también, a requerimiento del Departamento de Estado, se ayudó a partir al exilio a políticos demócratas como Petr Zenkl.
Una suma de errores e incomprensión del escenario político, llevaron a la inacción y la consiguiente pérdida de Checoslovaquia para el bloque occidental. Steinhardt, que había conocido el horror del régimen stalinista y del que era un gran crítico, no supo hacer la lectura adecuada del proceso en marcha. Los miembros del servicio exterior enviados a Praga, no recibían preparación sobre Checoslovaquia; los encargados de tejer una red de información e inteligencia, actuaron como aficionados. La falibilidad humana y el desinterés por expresar con claridad los valores liberales y democráticos, dejaron que el país centroeuropeo que en 1918 liberó el presidente-filósofo T. G. Masaryk quedara en manos del tosco stalinista Klement Gottwald, que recibía órdenes directas de Moscú y contaba con un partido disciplinado.
En suma, un libro magnífico.
Igor Lukes, On the Edge of the Cold War: American Diplomats and Spies in Postwar Prague. New York, Oxford University Press, 2012.
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