Roma, una de nuestras fuentes de civilización, se nos presenta como un extraño universo religioso, muy distante a lo que hoy concebimos. A su historia de diferentes regímenes políticos y la expansión por el Mediterráneo, debemos agregarle la sedimentación e incorporación de expresiones religiosas de culturas a las que absorbieron en su órbita. La idea del "panteón", en donde incorporaban a las deidades de los pueblos conquistados, no es del todo exacta y obedece a circunstancias políticas e históricas, pero no a un sistema de sumas sin criterio alguno.
Afirma Eric Orlin que hubo una romanización de los cultos incorporados, de adopción y adaptación de los ritos y concepciones. Asimismo, hubo un criterio de estrategia política al sumar deidades de pueblos vecinos o bien lejanos, atendiendo a las alianzas militares. La cosmovisión romana estaba fundada en la pax deorum, la armonía entre los dioses y los humanos, que podía romperse por circunstancias terrestres y enmendarse con ritos y expiaciones.
Estos cambios en las creencias religiosas estuvieron íntimamente vinculados a la transformación de la ciudad-Estado en un imperio mediterráneo, forjada a lo largo de varios enfrentamientos militares. La segunda guerra púnica, librada en la península itálica, fue uno de los eslabones clave para el desarrollo de una concepción religiosa en la que se incorporaron y adoptaron otras expresiones del culto.
Como ejemplos de estas integraciones, caben destacarse las diferentes formas de culto a Venus, a Juno, y la adopción de la Magna Mater. En algunos casos, se sumaban también sacerdotes extranjeros, como los harúspices etruscos o los galli frigios, que oficiaban en torno a la Magna Mater. Los harúspices eran reconocidos por su especialidad en comprender ciertos prodigios que señalaban la ruptura de la pax deorum. Sus consejos eran especialmente tenidos en cuenta cuando había lluvia de meteoritos o nacimientos de niños hermafroditas, aunque la palabra última sobre qué era -y qué no era- un prodigio, estaba en manos del Senado. Los galli, en cambio, se mantenían aparte de la comunidad romana por su carácter de eunucos y sus ceremonias, aunque la élite romana formó sodalitates para participar en las ceremonias a la Magna Mater, que tenía su templo en el monte capitolino.
Y es que la élite gobernante tuvo presente el concepto de la romanidad, procurando establecer los límites de la misma, aun cuando fue incorporando al populus romanus a otros pueblos a lo largo de las centurias.
Los ludi, los juegos, formaban parte de este despliegue de creencias, siempre en honor a una deidad y con una regularidad ya establecida en los calendarios. Y para que los ciudadanos romanos que vivían allende el ager romanus pudieran participar, se extendieron por más días, a fin de sumar su presencia en estas ceremonias que ayudaban a configurar la idea de la romanitas.
El libro, pues, nos adentra en una perspectiva diferente y rica a la vida romana, nos aporta una luz sobre la complejidad de sus relaciones y en cómo se fue adaptando y recreando en su historia para conformar uno de los imperios que más huella han dejado en la historia de la humanidad.
Eric M. Orlin, Foreign Cults in Rome: Creating a Roman Empire. New York, Oxford University Press, 2010.