Esta obra, dedicada a la vida y el pensamiento del jurista Raphaël Lemkin, recorre su trayectoria intelectual y vital, sus desvelos para lograr que los genocidios tuvieran una sanción en un mundo hostil a sus ideas, en pleno auge de las ideas totalitarias y durante el inicio de la guerra fría.
Lemkin vivió sus primeros años dentro del Imperio Ruso, luego parte de la Polonia independiente, renacida tras la primera guerra mundial. Se formó en el terreno de la abogacía en varias universidades, comenzando sus estudios en Lviv/Lemberg, en lo que fue la capital cosmopolita de la antigua Galitzia. Fue durante la primera conflagración que su familia, ante el avance de las tropas germanas, se preocupó por ocultar los libros en los bosques, temerosos de lo que pudiera ocurrir con la biblioteca familiar. De este modo, es posible observar que Lemkin fue educado en un entorno que daba prioridad al estudio, tal como solía ocurrir con los judíos que habían adherido a la filosofía de la Haskalá. Y es que Raphaël Lemkin no sólo fue una persona cultivada en el derecho, sino también en literatura, lingüística, música y filosofía, conocedor de varias lenguas. De allí que tanto apreciara las diferencias culturales y que las viera como elementos valiosos para la civilización humana, parte constituyente de la persona. El autor señala que Lemkin estudió y acuñó el concepto de genocidio, pero con su mirada puesta en los derechos individuales que eran vulnerados. Ya en los años treinta, tomando como ejemplos históricos recientes a los genocidios contra los armenios y los ucranianos, así como la creciente persecución antisemita del nazismo, propuso que la fallida Sociedad de las Naciones tipificara como delitos a la "barbarie" y el "vandalismo", porque aún no había desarrollado el concepto de genocidio.
Cuando las tropas de Hitler invadieron Polonia, Lemkin logró huir hacia Suecia y, de allí, a los Estados Unidos. En su estadía en el país escandinavo neutral, logró reunir documentación legal sobre el proceso de destrucción que estaba llevando adelante el régimen nazi en el continente europeo, cuestión que ordenó y sistematizó en su libro sobre el dominio del Eje en los países ocupados, publicado en el exilio hacia el final de la guerra. Su libro fue clave para arrojar luz sobre la arquitectura legal montada por el nazismo para aplicar su política de exterminio y esclavización, en nombre de la "pureza racial", y por consiguiente fue de gran utilidad para los jueces en Nuremberg. Observado con desconfianza por los soviéticos, que en todo momento buscaron impedir el avance de los conceptos planteados por Lemkin.
Tanto en la Declaración Universal sobre Derechos Humanos como en la Convención sobre Genocidio, Raphaël Lemkin procuró ejercer su influencia para que este tipo de crímenes fuera severamente castigado, pero halló que la lógica bipolar de la guerra fría se impuso sobre sus preocupaciones humanistas. Obsesivo en su causa, no supo ganarse el apoyo del establishment político de los Estados Unidos, ya que sus ideas resultaban sospechosas para quienes querían mantener el status quo de segregación racial en los estados meridionales de los Estados Unidos.
Sus ideas y preocupaciones, no obstante, sobrevivieron a la guerra fría y comenzaron a revalorizarse en los años noventa, por los genocidios en la ex Yugoslavia y Ruanda, universalizando la visión en torno al respeto a la vida, la integridad y la libertad de millones de seres humanos.
Douglas Irvin-Erickson, Raphaël Lemkin and the Concept of Genocide. Philadelphia, University of Pennsylvania Press, 2017.