Varios autores, especialistas en historia judía, se han reunido en este libro para tratar las diferentes facetas de una antigua acusación que recorrió Europa y Asia durante siglos: el libelo de sangre. De acuerdo a un relato muy extendido en la geografía y el tiempo, muchos infanticidios fueron atribuidos desde la Edad Media hasta inicios del siglo XX al ritual de matar niños cristianos, durante Pésaj, para hacer matzá con la sangre de las víctimas. Lo que a todas luces es una fantasía macabra, no obstante, fue creída en la Europa occidental y luego se transmitió hacia el centro y Este europeos, incluso llegando a Damasco en la actual Siria.
Los autores estudiaron varios de estos casos en la Rusia imperial, Austria-Hungría y Alemania. En el caso de la Rusia zarista, en donde los judíos sólo podían vivir en la llamada "zona de residencia" en la parte más occidental del reino, la animosidad de los funcionarios era evidente tanto en los procesos judiciales como en el trato cotidiano. En las actuales Polonia y Lituania, entonces partes de ese imperio, también había un fuerte prejuicio, ya que eran observados como elementos extraños en plena tensión de los nacionalismos emergentes.
Los autores remarcan el giro "científico" de la acusación del libelo de sangre: ya quedaban atrás los argumentos teológicos para dar paso a la medicina -en gran medida teñida de la pseudociencia de la eugenesia- y la descripción etnográfica. El capítulo de Marina Mogilner traza esta transformación, y toma el ejemplo de cómo el pueblo de los udmurtos es descripto como salvaje -y que podían celebrar sacrificios humanos-, siguiendo los parámetros de las concepciones etnológicas de Tylor, en contraste con la civilización blanca, cristiana y rusa. A partir de entonces, el darwinismo social ingresó en la escena para establecer límites entre razas, fijando conductas de acuerdo a rígidas tipologías genéticas. Vladímir Jabotinsky tomó este discurso y sostuvo que la sangre era determinante, y que los judíos iban a salir de su degeneración y deterioro racial sólo si volvían a su tierra de origen en Medio Oriente.
El capítulo dedicado a Dostoievski, Rozanov e Isaac Babel es singularmente rico en su tratamiento de los tres autores. Dostoievski, un eslavófilo antisemita, conocía la literatura racial pero su concepción no era de ese tipo, y aspiraba al triunfo de la ortodoxia rusa. Contribuyó en gran medida a propagar la idea del judío como un individuo materialista que sólo busca sacar provecho de los no judíos, y que este pueblo era perjudicial para Rusia. Para Vasili Rozanov, en cambio, era admirable la vitalidad del pueblo judío: la clave estaba en la aceptación de lo carnal, al contrario del ascetismo cristiano. Para Rozanov, los judíos eran "hijos del sol". De acuerdo a sus contradictorias hipótesis, los textos judíos son crípticos para el no judío, pero su propósito esencial es el asesinato ritual y el uso de la sangre. A esa conclusión llega, por ejemplo, cuando señala la ausencia de vocales en el hebreo...
Ronald Weinberg nos introduce al pensamiento mágico de los últimos años de la Rusia zarista, que tanto influyó en círculos políticos en los que el antisemitismo fue una de las marcas descollantes. En el juicio a Mendel Beilis en 1913, acusado de haber realizado un asesinato ritual, movilizó los recursos de las autoridades para implicarlo no sólo personalmente a él, sino también echar un manto de sospecha colectiva sobre la comunidad judía. Sin embargo, Mendel Beilis fue declarado inocente.
Beilis emigró a Palestina y luego a los Estados Unidos, en donde se transformó en una persona que hasta 1930 vivió de las ayudas económicas de la American Jewish Committee y otras organizaciones, victimizándose y advirtiendo que cometería suicidio si no era asistido. Incluso llegó a coquetear con la idea de ser protagonista de un vaudeville en New York, lo que evidentemente hubiera dañado la reputación de la comunidad judía local. Cuando en 1930, ya cansados de sus actitudes, le avisaron que debía procurarse un empleo, dejó de circular en las organizaciones judías exigiendo sostén económico.
El libro se cierra con los capítulos dedicados al antisemitismo en la URSS que, como tal, fue prohibido por las autoridades soviéticas por una razón específica: se había extendido, durante la guerra civil en la que se impuso el Ejército Rojo, que el Partido Bolchevique estaba compuesta por una abrumadora mayoría de judíos. Por consiguiente, la crítica antisemita equivalía al cuestionamiento a la instauración soviética. No obstante, tras la segunda guerra mundial hubo una oleada antisemita desplegada por las propias autoridades soviéticas con Stalin a la cabeza, pero no en tanto "judíos", sino como agentes del sionismo, o "cosmopolitas", que colaboraban con los Estados Unidos y Gran Bretaña para deponer al socialismo. En esta narrativa, si bien ya desconectada con la leyenda del asesinato ritual, se inscribe la supuesta conspiración de los médicos contra Stalin y otros jerarcas del Partido Comunista. El hecho de que fueran médicos se vinculaba con el supuesto apego de los judíos por la sangre y el cuerpo humanos.
El pogrom de Kielce, en 1946 en Polonia, comenzó con la acusación del asesinato ritual: la propaganda nazi también había dejado plantadas sus semillas en Polonia, los países bálticos y Ucrania, en donde el regreso de los sobrevivientes judíos a sus antiguos hogares no era bien recibido por aquellos que se habían apoderado de sus casas y bienes.
Esta leyenda, que nació en el siglo XII en el occidente europeo, se esparció hacia el Este y llegó hasta el siglo XX, aunque ya desprovisto de connotaciones religiosas y, con frecuencia, adornado por el discurso científico. Se trata de una de las facetas del prejuicio antijudío, el rechazo del "otro", la deshumanización y demonización de aquel que es visto como un extraño.
Eugene Avrutin, Jonathan Dekel-Chen et al., Ritual Murder in Russia, Eastern Europe, and Beyond: New Histories of an Old Accusation. Bloomington, Indiana University Press, 2017.
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