En términos generales, los judíos del Imperio Austro-Húngaro veían a la monarquía danubiana como un factor de protección y, por consiguiente, le eran leales. El comportamiento de las tropas rusas contra los judíos en la región de Galitzia, con sus pogroms, llevó a que miles de judíos debieran refugiarse en Moravia y Eslovaquia, recibiendo ayuda internacional. Esto fortaleció el apego de los judíos del Imperio hacia la institución monárquica, pero a la vez puso en evidencia el amplio círculo de apoyo que tenían en Estados Unidos. Los nacionalistas checos observaron esta relación con desconfianza, ya que por un lado querían la derrota del Imperio, y a su vez eran eslavófilos y querían restaurar el Reino de Bohemia con un príncipe de la familia Románov. No obstante, la figura del profesor Masaryk, exiliado en Occidente y que gestionaba activamente el reconocimiento de la independencia checoslovaca, era reconocido por las comunidades judías ya que, contra la corriente, era un fuerte crítico del antisemitismo y así lo demostró con el caso de Leopold Hilsner, acusado de "ritual de sangre" en 1899, al salir en defensa del acusado. De allí nació una estrecha alianza de Masaryk con el sionismo de Bohemia.
Checoslovaquia nació como una alianza entre checos y eslovacos para constituir una república que pudiera frenar las aspiraciones irredentistas de alemanes y húngaros, dos minorías que también poblaban el nuevo país. En este esquema, el predominio checo se gestó desde un Pragocentrismo que no fue del agrado del componente eslovaco, pero que vio a esta alternativa como menos mala ante el irredentismo magiar. Fue así como la heterogénea comunidad judía de Checoslovaquia desplegó estrategias de reconocimiento y renovación, en especial el sector sionista. Por un lado, pudo ser reconocida como una minoría nacional -y así logró figurar en los censos de 1921 y 1930-, pero con la singularidad de no tener una lengua propia que los identificara. El concepto de nacionalidad europea, ligada a una lengua, no existía en este caso y se lo atribuía a razones históricas. Esto era un paso importante para el sionismo pero que, a pesar de todos sus esfuerzos, no logró que este reconocimiento como una minoría nacional se tradujera en apoyo gubernamental para la creación de escuelas judías solventadas por el Estado checoslovaco, como sí era el caso con las otras minorías, siguiendo a grandes rasgos la política autrohúngara. Los judíos de Bohemia y Moravia hablaban checo o alemán; los de Eslovaquia en idish, eslovaco o húngaro; los de la lejana Rutenia/Rusia subcarpática en idish y muy pocos en hebreo.
Para los sionistas checoslovacos era fundamental transmitir su lealtad patriótica hacia el nuevo Estado, y consideraban que el fortalecimiento del carácter nacional judío resultaba en provecho de la república. Desde la creación y financiamiento de escuelas privadas judías -en donde se enseñaba checo, alemán y hebreo- hasta las organizaciones deportivas como Macabi, hubo un objetivo deliberado de promover valores y actitudes que proyectaran su respetabilidad como comunidad e individuos en
el entorno checoslovaco.
T. G. Masaryk en Jerusalem |
Ahora bien: los sionistas de Checoslovaquia debieron enfrentar varios desafíos internos en su propia comunidad. El primero, el de la heterogeneidad, ya que los judíos de Bohemia y Moravia eran mayormente de clases medias, profesionales, empresarios o comerciantes, con una mentalidad cosmopolita; los judios de Eslovaquia, en cambio, se hallaban en una escala desplazada por los húngaros y, finalmente, los de Rutenia eran en su abrumadora mayoría campesinos ortodoxos y jasídicos, en una región que apenas había sido tocada por la modernidad europea. El segundo desafío era el de la asimilación, el de aquellos que optaban por estrategias de acomodamiento al entorno y por ello no le veían sentido al renacimiento judío que buscaban los sionistas. El tercero fue el de la "asimilación roja": el Partido Comunista fue el gran rival del sionismo, ya que prometía el fin del conflicto a través de su incorporación en la gran familia proletaria mundial. La URSS, a través de su propaganda de las granjas en Crimea y la creación de Birobidjan, dándole un sentido a la existencia con su utopía socialista, tenía un atractivo colosal que el sionismo apenas podía enfrentar en el terreno político e ideológico. Y sobre todo en los años treinta, en que las alternativas para los judíos se reducían al sionismo y al comunismo. Los sionistas, en ese estrecho contexto, se aliaron a la socialdemocracia.
Con la invasión alemana, muchos líderes sionistas se exiliaron en el mandato británico de Palestina, sorteando las severas restricciones. Allí no les resultó fácil la adaptación, pero lograron sobrevivir. Se estima que el 85% de los judíos en Bohemia-Moravia y Rutenia murieron por las políticas genocidas del nazismo, y aproximadamente la mitad de los de Eslovaquia. El gobierno en el exilio de Checoslovaquia tampoco fue receptivo de las minorías nacionales -a las que veía como causantes de la debacle- y Edvard Beneš anhelaba un país étnicamente homogéneo después de la guerra, con lo que contemplaba la emigración de los judíos y la expulsión de alemanes y húngaros. Los que quisieran quedarse tenían el camino de la completa asimilación.
La historia del sionismo checoslovaco es la de un éxito en la creación de una serie de instituciones que buscaba fortalecer su sentido nacional, pero también la de un naufragio por la tormenta de las utopías genocidas de pureza racial. A la hecatombe del nazismo, le siguió luego la persecución antisionista -en rigor, antisemita- de los primeros años del socialismo real, destruyendo los últimos vestigios de una cultura vibrante y milenaria en el centro de Europa.
Tatjana Lichtenstein, Zionists in Interwar Czechoslovakia. Minority Nationalism and the Politics of Belonging. Bloomington, Indiana University Press, 2016
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