miércoles, 5 de febrero de 2025

"Rusia", de Antony Beevor

Mucho se ha escrito y se seguirá escribiendo en torno a la revolución rusa de 1917, así como sobre el zarismo tardío. Esta obra de Antony Beevor se concentra con sumo detalle en la etapa inmediatamente posterior, estrechamente vinculada, como es la de la guerra civil entre 1917 y 1921, que comenzó cuando aún la Gran Guerra (1914-1918) no había finalizado.

Beevor recurre a una multiplicidad de fuentes para escribir su libro: memorias, archivos, cartas; desde los grandes protagonistas que tomaron las decisiones políticas y militares, hasta la de las personas que combatieron o, simplemente, padecieron una tragedia inhumana y gigantesca durante esos años. El relato es estremecedor, de principio a fin, ya que fue una etapa marcada por el más profundo desprecio por la existencia humana, de destrucción sistemática, con hechos que anticiparon en veinte años lo que fue la Shoá. Ejecuciones masivas, muertes a sablazos, cadáveres colgados en los faroles, violaciones, torturas, fusilamientos en fosas comunes: la lista es mucho más larga. 

Como en toda guerra civil, la crueldad supera los límites de lo imaginable, ya que se manifestaron los peores rostros de la conducta humana. 

La monarquía zarista se desplomó rápidamente a comienzos de 1917 y se formó un gobierno provisional presidido por el príncipe Lvov, del partido Constitucional Demócrata (KD, o "kadete"), acompañado por los social-revolucionarios ("eseristas" que luego se dividieron en derecha e izquierda) y los mencheviques. El minúsculo partido bolchevique, marginal, se mantuvo expectante para dar su propia revolución bajo la guía férrea de Vladímir Ilich Lenin, lo que hizo en noviembre de 1917 (calendario gregoriano). Tras sabotear las deliberaciones de la Asamblea Constituyente, en donde la mayoría era de los social-revolucionarios, los bolcheviques junto a la fracción de los eseristas de izquierda -que tenían cargos de menor jerarquía en el Consejo de Comisarios del Pueblo -Sovnarkom- fueron estableciendo la dictadura del proletariado que, en rigor, fue una dictadura del partido único. Además de consolidarse, en una situación de gran fragilidad política y carente de legitimidad de origen, en el poder, el otro gran desafío paralelo para el régimen bolchevique era lograr un tratado de paz con las potencias centrales en la frontera occidental. Las autoridades del Imperio Alemán ayudaron a Lenin en su campaña antibélica, ya que proponía la salida unilateral del conflicto mundial, lo que beneficiaba a los teutones. Por otro lado, los germanos ambicionaban ocupar las fértiles llanuras de Ucrania y Bielorrusia, consolidarse en los bálticos Lituania, Estonia y Letonia, y apoyar la independencia de Finlandia. Todo esto se pudo lograr gracias al tratado Brest-Litovsk, que para los bolcheviques no era más que un retroceso estratégico ante la supuesta inminencia de una serie de revoluciones socialistas en Europa.

Antony Beevor, con maestría, se abocó a la etapa bélica siguiente: las intervenciones de los países Aliados (Reino Unido, Francia, Estados Unidos, Japón) en suelo del antiguo Imperio Ruso, cómo actuaron la Legión Checoslovaca y la Polaca, cómo es que las tropas alemanas -por decisión expresa de los vencedores de la Gran Guerra- siguieron presentes en los países bálticos para contener la expansión bolchevique, y cómo se fueron conformando los ejércitos Blancos que combatieron contra el Ejército Rojo a lo largo de esos años. Hubo otras fuerzas combatientes en un tablero en el que hubo muchos, muchísimos actores participando simultáneamente, cada uno con sus propios objetivos: los partisanos verdes, el ejército de Nestor Majnó, los independentistas ucranianos, finlandeses, bálticos y del Cáucaso. Beevor traza los contornos de personalidades de los ejércitos Blancos, como Kolchak (Gobernante Supremo), Kornílov, Mai-Mayevski, Iudénich, Wrangel, Denikin, entre muchos otros, que alentaron o permitieron que sus tropas y oficiales llevaran adelante todo tipo de saqueos y despojos, al mismo tiempo que el Ejército Rojo también lo hacía con su "comunismo de guerra". El Ejército Rojo fue formado rápidamente por Lev Trotski, quien lo manejó con puño de hierro, y en él también tuvo participación Stalin en el frente sur, en una situación en la que se puede ver el inicio de la rivalidad mortal entre ambos líderes bolcheviques. En medio quedaban los campesinos, impotentes ante distintas formaciones militares que asolaban todo a su paso, y que procedían a ejecutar a quien se les cruzara sin el menor miramiento. Los dejaban en una situación imposible: al incautar todo el grano y los animales, no había forma no sólo de producir, sino de alimentarse en lo inmediato, lo que terminó provocando una hambruna en suelo ruso.

A diferencia del Partido Comunista, los Blancos carecían no sólo de un mando central -por eso escribo "ejércitos" en plural-, sino tampoco de un programa político que fuera creíble y aceptable para los campesinos, que en ese entonces era la abrumadora mayoría de la población, y tradicionalmente reticente ante las autoridades. El nacionalismo gran ruso imperaba entre los oficiales Blancos, lo que hizo imposible articular con fuerzas independentistas: el todo o nada, los llevó a perderlo todo. Ese nacionalismo mesiánico era profundamente antisemita, heredero de las Centurias Negras, y por ello creían que todos los judíos eran bolcheviques, con lo cual en medio de esta guerra llevaron adelante varios pogroms.

Antony Beevor, además, retrata actores aparentemente marginales como fueron los combatientes chinos, la Liga Polaca en Siberia -descendientes de polacos trasladados a esa región tras el levantamiento de 1863-, o la terrible masacre en suelo persa durante la Gran Guerra y la guerra polaco-soviética, casi nunca registradas en los textos. 

También analizó las actuaciones de los oficiales de los ejércitos Aliados en esta guerra, y funcionarios como Winston Churchill, entonces secretario de Guerra en el Reino Unido, que era furibundamente antibolchevique y quiso apoyar a los Blancos hasta el último momento. Los occidentales sostuvieron a los Blancos con el único objetivo de impedir la expansión comunista en Europa, aunque aborrecían de sus prácticas, corrupción e ineptitud.  Beevor cierra, en sus conclusiones, con esto que cito: "Demasiado a menudo los Blancos representaron los peores ejemplos de la humanidad. Pero en lo que atañe a la inhumanidad implacable, nadie superó a los bolcheviques". Se abrió, así, un siglo XX marcado por el horror abismal, la deshumanización sistemática e industrializada.

El libro de Antony Beevor tiene muchísimos méritos, desde lo académico como para el público en general, llenando lagunas que otros textos suelen pasar por alto. De lectura imprescindible para quien quiera comprender la historia de Rusia y de la URSS, de Europa oriental, del siglo XX.


Antony Beevor, Rusia. Revolución y guerra civil 1917-1921. Barcelona, Crítica, 2022.

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