sábado, 27 de enero de 2018

"Churchill, the Unexpected Hero", de Paul Addison.

Durante el siglo XX, los europeos se enzarzaron en conflictos bélicos que arrastraron al resto del planeta. Además de la gigantesca pérdida en vidas, de las mutilaciones y heridas, de la destrucción de bienes, las antiguas potencias del continente se vieron desplazadas por dos emergentes que los fueron reemplazando en la posguerra.
Consecuencia o continuación de la primera guerra, durante el período de entreguerras se iban dibujando los contornos del infierno que se desató en 1939. Winston Churchill fue uno de los pocos que anticiparon la guerra, aun cuando la mayoría prefería no ver el desastre hacia el cual se encaminaban.
En esta biografía introductoria, el autor desarrolla la formación del carácter de Churchill, un hombre al que muchos de sus contemporáneos lo miraron con recelo. Su juventud transcurrió en la era victoriana y él prolongó esa vivencia a lo largo de su existencia. De familia aristocrática, descendiente del duque de Marlborough, hijo del político conservador Randolph Churchill, se inició en la vida militar y como tal participó en distintos escenarios, siendo el más notorio el de la guerra de los Boers, en Sudáfrica. Pero no un hombre que sólo usaba la espada, sino también utilizaba su pluma en el periodismo y como autor de libros, que le valieron una gran fama más allá de su país. Supo congeniar su ambición política con la formación militar y su trabajo de escritor, lo que lo catapultó al parlamento británico. Comenzó como tory, siguiendo la tradición familiar, luego se pasó al Partido Liberal y, en los años 20, retornó al conservadorismo. Estos dos tránsitos y su personalidad egocéntrica, hicieron que muchos políticos lo vieran como un personaje sin principios. 
En su etapa liberal, muy cercano a los sectores radicales de reforma social, hizo su carrera junto a Lloyd George. Fue Primer Lord del Almirantazgo hasta el fracaso de la operación en Gallipoli, en 1915, en el estrecho de los Dardanelos. Luego ministro de armamentos durante la Gran Guerra. No obstante, se separó de las filas liberales cuando los laboristas comenzaron a tener un gran peso, volviendo al seno del Partido Conservador. Su sueño era formar un gran partido político que sirviera de contención al socialismo, reuniendo a conservadores y liberales, lo que nunca ocurrió. En el nuevo gobierno tory, fue ministro de finanzas (Chancellor of Exchequer), pero su paso no fue exitoso ya que al retornar al patrón oro, se generó deflación y desempleo en Gran Bretaña. 
Para recuperar su protagonismo, se transformó en un férreo opositor a la política con respecto a la India: no sólo se oponía a la eventual independencia, sino también a su elevación a la categoría de dominio. En su visión, hindúes y musulmanes entrarían en conflicto y sólo la presencia británica podía mantener el orden en el Raj Británico. Asimismo, suponía -equivocadamente- que los líderes nacionalistas de India no tenían gran popularidad. Con el retorno de los conservadores al poder en 1931, Churchill no fue llamado a ocupar un puesto en el gabinete. 


Desde su escaño, se convirtió en una voz de alerta frente al ascenso del nazismo, cada vez más clara y evidente. Él tenía una gran simpatía por el sionismo y rechazaba la política antisemita de Hitler; pero lo que más le preocupaba era la pérdida del equilibrio de poder en el continente, ya que advertía que las ambiciones del nazismo no se limitaban a reunir a todos los alemanes en un solo Estado. Esto fue evidente cuando los alemanes invadieron y anexaron al llamado "protectorado de Bohemia y Moravia" en marzo de 1939, liquidando los restos de Checoslovaquia. Neville Chamberlain, quizás a su pesar, convocó a Churchill nuevamente como Primer Lord del Almirantazgo, para preparar a la Armada para un conflicto bélico que se hacía cada vez más inevitable. En 1940, ante la arrolladora invasión alemana a Francia, Chamberlain dimitió y dejó su paso a Churchill como primer ministro, quien formó un gobierno de unidad con los laboristas y liberales. Como jefe de gobierno, supo inspirar a millones de conciudadanos por su voluntad férrea de combatir por la integridad del Imperio y no rendirse ante Hitler. 
El autor señala que Churchill se concentró en el escenario europeo y supuso, erróneamente, que las fuerzas británicas en Asia Oriental y Sudoriental podrían contener eventuales ataques japoneses. Cuando la URSS fue invadida en junio de 1941, no dudó en brindar su apoyo al régimen de Stalin, a pesar de todo su rechazo por el sistema comunista. Al ingresar los Estados Unidos en la guerra, en diciembre de ese año, Gran Bretaña dejó de estar sola en el frente occidental. De madre estadounidense, Churchill aspiraba a una coalición militar de los países de habla inglesa y que, victoriosos, habrían de mantener su predominio planetario tras la conflagración. 
El autor remarca la sorpresa de Churchill en haber logrado que Stalin respetara que Grecia fuera parte de la esfera de influencia británica. Y es que Stalin quería tener las manos libres en Polonia por una cuestión defensiva ante una revancha germana en el futuro, así como consolidar lo obtenido por el Pacto Ribbentrop-Molotov de 1939. Si bien el primer ministro era un hombre de inteligencia desbordante y gran visión, tomó decisiones erróneas durante el transcurso de la guerra, pero que no significaron su cuestionamiento al frente del gobierno. 
Remarca que Churchill era un hombre que se sentía pleno en tiempo de guerra y que, curiosamente, le fue favorable perder los comicios de 1945, mientras estaba en las sesiones de la conferencia de Potsdam. Influido por F. A. Hayek, su campaña electoral se centró en advertir por el peligro del avance del socialismo de la mano de un gobierno laborista. Lo cierto es que su sucesor, Attlee, debió hacer frente a los desafíos de la posguerra y comienzos de la guerra fría, años tremendamente difíciles y de gran austeridad para los ciudadanos británicos. En ese contexto, además, tuvo lugar la guerra de Corea. De modo que Churchill, que siguió presidiendo el Partido Conservador en la oposición, se transformó en un estadista de proyección mundial que advirtió tempranamente, en 1946, sobre la pesada cortina de hierro que se iba extendiendo en Europa Oriental. Y si bien en ese momento despertó el rechazo de sus contemporáneos -todavía había buena voluntad hacia la URSS-, en poco tiempo demostró que una vez más estaba en lo cierto, tal como había acontecido con la amenaza nazi. Esos años en que sirvió como líder de la oposición, fueron fructíferos para el desarrollo de su carrera literaria, en los que escribió su libro de varios tomos sobre la segunda guerra mundial, utilizando documentación hasta entonces inédita. En 1951 volvió a ganar los comicios generales y retornó a Downing Street 10, con muchos de sus antiguos colaboradores, entre ellos Anthony Eden en el Foreign Office. Fatigado y cada vez más alejado de los problemas internos, presentó su renuncia y lo sucedió Eden en 1955. En 1953 recibió el Premio Nobel de Literatura, lo que ponía de relieve que se trataba de una figura política que trascendía las estrechas fronteras de la función pública, para proyectarse como un estadista que, además, pensaba y escribía. Y lo hacía realmente bien.
El autor lo retrata como un hombre vivió intensamente, que supo construir un mito en torno suyo y que no resultó indiferente para sus contemporáneos. Tuvo entusiastas y detractores. Hombre de contradicciones y prejuicios típicos del siglo victoriano, tuvo como meta mantener la unidad del Imperio. Fue leal al sistema de la monarquía parlamentaria y nunca intentó ponerse por encima de las instituciones. Excéntrico, dispendioso, amante del alcohol y los cigarros, centrado en sí mismo, supo enfrentar el mayor desafío para la existencia de su país y de la civilización en el siglo XX, y lo hizo con toda su energía e inteligencia. Sin lugar a dudas, una de las grandes figuras de la centuria pasada.

Paul Addison, Churchill, the Unexpected Hero. Oxford, Oxford University Press, 2015.

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