Hay libros que no pierden su vigencia por la frescura con la que han sido redactados. Este es el caso de El toro de Minos, de Leonard Cottrell, que relata la pasión de dos grandes aficionados a la arqueología que abrieron las puertas al mundo desconocido de la antigüedad griega. Parte, como es lógico suponer, con Heinrich Schliemann, el hombre que se labró a sí mismo, desde muy pequeño, adquirió una fortuna a base de esfuerzo y talento y luego, con ese dinero, partió hacia el entonces Imperio Otomano y después Grecia para excavar. ¿Su búsqueda? Demostrar que cuanto había escrito Homero en la Ilíada y la Odisea era cierto, literalmente cierto.
Más allá de los debates sobre si Homero existió y que los hallazgos de Schliemann en Troya y Micenas, en rigor, fueron de épocas anteriores al relato homérico, esto abrió nuevas fuentes para la investigación histórica y arqueológica.
En este camino lo siguió, años más tarde, Arthur Evans que en su juventud se interesó por la vida y la política en los Balcanes, primero oponiéndose a los otomanos y después a los austriacos en Bosnia-Herzegovina (valiéndole, incluso, la cárcel). En una visita a Grecia conoció a Heinrich Schliemann y a partir de allí nació su interés por objetos que no eran estrictamente micénicos.
Fue en Creta en donde Arthur Evans -que gastó gran parte de su fortuna personal en las excavaciones- encontró una civilización olvidada: la minoica. Leonard Cottrell nos recordará, página tras página, que Sir Arthur Evans fue un caballero con todas las letras, en su actitud, ejemplo e integridad. Durante la primera guerra mundial expresó sus quejas por la actitud anti-alemana de las academias científicas, ya que estimaba que, pasada la atroz conflagración, volverían a encontrarse trabajando juntos en la búsqueda del pretérito remoto. Cuando el Museo Ashmole, a su cargo, intentó ser utilizado por autoridades militares para instalar oficinas, se opuso vehementemente. Cottrell escribe con simpleza una gran verdad: "En épocas de emergencia nacional siempre hay funcionarios improvisados que se aprovechan de su breve autoridad para hacer un uso estúpido y arbitrario de su poder". Esto, tan claro, suele ocurrir no sólo en tiempos de emergencia... Pero Sir Arthur Evans era un hombre que no se dejaba arredrar por los uniformados y los burócratas, y logró que el edificio no fuera utilizado con fines militares. Gracias a Evans, Creta comenzó a ser un cantero rico en arqueología, descubriéndose nuevas ciudades olvidadas, o la cueva donde nació Zeus, investigada por D. G. Hogarth.
Quedan, pues, estos dos ejemplos extraordinarios de avances -con errores, con improvisación, con aciertos- que corrieron un poco el velo de la ignorancia que no nos permite comprender las luces y las sombras del pasado humano.
Leonard Cottrell, El toro de Minos. México, FCE, 2006. ISBN 968-16-0750-3
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