Mitteleuropa, del historiador francés Jacques Le Rider, es un libro bien pensado sobre la posición de Alemania en el centro de Europa y su relación con los vecinos que tiene al Este.
Le Rider distingue con acierto, tras una atenta lectura de varios autores alemanes y austríacos, dos concepciones diferentes sobre el centro de Europa. Para los autores alemanes, sobre todo a partir del siglo XIX y aún más con la recreación del Imperio Alemán en 1871, Mitteleuropa es el espacio que hay entre Alemania y el Imperio Ruso. Una geografía que hay que "colonizar" y "civilizar". Citando a Gustav Freytag, por ejemplo, el Drang nach Osten (el impulso hacia el Este) es comparable al "destino manifiesto" de los Estados Unidos hacia el Poniente, y los eslavos del Este europeo serían análogos a los pieles rojas de las llanuras de América del Norte... Le Rider nos recuerda que el impulso hacia el Este, tan aclamado por los autores nacionalistas alemanes en la centuria decimonónica, no fue ni continuado ni significativo: en un siglo podían llegar a trasladarse poco más de doscientos mil alemanes. Por otro lado, hubo una fuerte asimilación cultural de esos alemanes instalados en medios eslavos, como ocurrió en las grandes ciudades polacas, pero no en los medios rurales, aislados.
Es claro que los pueblos eslavos vieron siempre con temor a la idea de la Mitteleuropa. La otra concepción de una Europa central partía desde Viena, capital del Imperio de los Habsburgo. La monarquía danubiana no pretendía germanizar, sino unificar en torno a su legitimidad dinástica un conjunto de pueblos heterogéneos, que llegaron a ser una docena hacia fines del siglo XIX.
Así, pues, en el auge de los sentimientos nacionalistas del XIX muchos europeos -incluyendo a los franceses- vieron a la monarquía austríaca como un óbice para la construcción de los Estados nacionales. Los alemanes que querían unificarse en torno a las ideas de Volk (pueblo) y Sprache (lengua) y que, en la revolución de 1848, intentaron hacerlo en el célebre y fracasado Parlamento de Frankfurt. Pero bien lo subraya Le Rider en un pasaje luminoso: los checos -que fueron parte del Sacro Imperio Romano Germánico con el Reino de Bohemia- no querían enviar diputados a Frankfurt, sino a Viena. Rescata entonces a la figura de František Palacký (Le Rider lo llama "Franz Palacky") que buscaba la solución "trialista" al imperio: la confederación de austríacos, húngaros y eslavos en una Dieta imperial. ¡Cuántos problemas hubiera ahorrado al mundo, cuánta sangre no se hubiera derramado con esta solución! Y Palacký se hizo célebre -en una fórmula que muchos parafrasean hasta el hartazgo, ignorando su origen- al afirmar que "Verdaderamente, si el imperio austríaco no existiera desde hace mucho tiempo, habría que darse prisa en crearlo, en interés de Europa, en interés de la misma humanidad".
Pero esta solución "trialista" era demasiado para un imperio que dirigió con mano de hierro el canciller Metternich hasta 1848, el gran arquitecto de la restauración después del post-napoleónico Congreso de Viena de 1814.
Las alternativas entre la "pequeña Alemania" -un imperio unificado en torno al reino de Prusia- y la "gran Alemania" -alrededor de Viena, incorporando entonces a los eslavos y magiares-, se decantó por la primera con la férrea decisión de Otto von Bismarck, el canciller prusiano que, a fuerza de tres guerras, creó el II Reich y lo proclamó en el mismísimo salón de los espejos del palacio de Versalles en enero de 1871. Fue la batalla de Sadowa en 1866, en la brevísima guerra austro-prusiana, la que obligó a la monarquía danubiana a hacer una amplia reforma constitucional en 1867. Y en aquella ocasión, que podría haber sido histórica y magnánima, se optó por la solución "dualista": austríacos y húngaros como sostenes del Imperio, dejando de lado a los eslavos. No obstante, el emperador Francisco José intentó presentarse como el pacificador y unificador de esa Europa central que se sentía amenazada por dos gigantes: Alemania y Rusia, ambas con deseos de engullir esa rica porción del Viejo Continente -y así lo demostraron en las dos guerras mundiales y en la guerra fría-.
Con los tambores de la primera guerra mundial sonando en las calles y los soldados atrincherados en ambos frentes, los alemanes volvieron a acariciar la idea de la Mitteleuropa como un espacio que les "pertenecía". Ya antes de esta conflagración nació el concepto del Lebensraum, que luego tomaron los nazis. Recordemos que, por el pacto de Brest-Litovsk -afortunadamente tardío-, los alemanes ocuparon grandes territorios de Europa central y oriental para abastecerse de alimentos y recursos para una guerra que se estimaba que duraría hasta 1920...
Hubo, entonces, dos ideas de la Europa central: una, la Mitteleuropa con visión expansionista; otra, de la Corte en Viena, que buscaba una unión supranacional de legitimidad monárquica. Esta segunda visión se derrumbó con la caída del Imperio, a pesar de los vanos intentos del kaiser Carlos II.
Le Rider suma dos capítulos de enorme interés: la vida cultural judía en Praga, Galitzia y Bukovina. La riqueza artística de intelectuales judíos de habla alemana o yiddisch fue invaluable en estos tres centros, que trágicamente se perdió por el genocidio y las posteriores campañas de rumanización en Bukovina. Estos centros de vida intelectual ponen de manifiesto el espíritu supranacional que estaba germinando en el Imperio Austro-Húngaro, en sus regiones casi periféricas.
Un libro rico, de buena lectura, bien documentado, necesario en estos tiempos en que los opinólogos caricaturescos y panfletarios hablan de una Europa "alemana" con tanta liviandad... Los tiempos han cambiado, la República Federal Alemana ya no cobija ideas de Mitteleuropa y ni siquiera menciona la geopolítica -dato que subraya Jacques Le Rider-.
Jacques Le Rider, Mitteleuropa. Barcelona, Idea Books, 2000. ISBN 84-8236-161-9
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