martes, 21 de enero de 2020

"The Great Fear", de James Harris.

Este libro de James Harris se concentra en el período del terror stalinista de los años treinta, aunque previamente hace un recorrido por el uso de la represión sistemática en la etapa de la conformación del poder zarista y en la revolución bolchevique, para resaltar que la violencia estatal fue una constante en la vida rusa.
Pero el acento está, claramente, no en la personalidad de Stalin sino en la dinámica del sistema socialista, en la que un poder sin límites pudo desplegar una ola de purgas contra la élite y personas comunes. En esto, Stalin heredó prácticas que venían de períodos precedentes, y también la maquinaria que supo montar Lenin durante la guerra civil. El autor establece con acierto un contexto de sensación de aislamiento y percepción de hostilidad externa hacia la Unión Soviética, que muchas veces utilizaron otros países para alimentar esa histeria paranoica del stalinismo.
Lo cierto es que el socialismo soviético, como tantos otros sistemas de planificación central, al anular los mecanismos de la economía de mercado, creó un complejo mecanismo estatal que se tornó burocrático, ineficaz y destructivo de todos los incentivos para la producción. El mantenimiento de la NEP (Nueva Política Económica) en el largo plazo, hubiera significado la admisión de que el mercado es más eficiente en la producción y distribución de bienes básicos para el consumo de los habitantes. La NEP salvó de la muerte por inanición a millones de habitantes, a diferencia del comunismo de guerra de la primera etapa bolchevique. No obstante, Stalin era consciente de que necesitaba un golpe de rumbo para emprender la acelerada industrialización de la URSS, pero se enfrentaba a un problema básico del marxismo: ¿cómo se acumula capital en una economía de planificación central, sin propiedad privada? La respuesta de Stalin fue la colectivización de la agricultura en las granjas colectivas (koljoz), con lo cual obtenía divisas por la exportación de productos y las volcaba a la industrialización. De este modo, Stalin concentraba más poder y libraba una lucha de clases contra el kulak, que reemplazaba o encarnaba de un nuevo modo al burgués. Toda crítica a su política era observada como un delito, ya que tanto los opositores por izquierda -Trotski, Zinoviev, Kamenev-, como los más prudentes como Bujarin, eran tildados y perseguidos como criminales contrarrevolucionarios. En este sentido, comparto la postura del autor en subrayar que no se trataba de una cuestión de rasgos personales de Stalin, sino en un sistema que se nutría de una visión conspiratoria, que le permitía justificar sus mecanismos de opresión en todos los niveles. Toda falencia personal, todo error, era explicado a través de la idea de la conspiración contra el sistema socialista, desde dentro y afuera, con enemigos agazapados en un vasto complot.
Pero el gran despliegue del terror, con juicios sumarios y rápidas ejecuciones, se dio a partir de 1934 con el asesinato de Sergei Kirov, líder del Partido Comunista de Leningrado. Si bien todo apunta a que se trata de un homicidio sin ramificaciones, Stalin interpretó que se trataba de una vasta conjura contra él. Una gran cantidad de funcionarios fueron víctimas de la persecución de la NKVD, la poderosa seguridad soviética, que utilizaba la tortura como un mecanismo habitual para la extracción de confesiones. Se desató una ola de acusaciones y delaciones, en el que cualquier acto fallido era considerado un sabotaje. Como todo régimen del terror, también llegó a los propios actores que lo impulsaban, como Iagoda o Ieshov, y fue utilizado para desestabilizarlo desde afuera, como fue la invención de información sobre el mariscal Tujachevski por parte de Reinhard Heydrich, de la Sicherheitsdienst, para provocar el descabezamiento de las fuerzas armadas soviéticas.
En 1938 se fue aplacando esta ola de purgas, ya que la atención se centró fundamentalmente en el escenario europeo. La inminencia de una guerra y la necesidad de armarse ante un hecho que Stalin consideraba inevitable, puso paños fríos al terror rojo. Stalin estaba seriamente preocupado por peligros desde Asia Oriental, desde inicios de los años treinta, con una eventual invasión japonesa, así como desde Occidente por parte de países como Alemania, Polonia, Rumania, Finlandia y los países bálticos. 
El libro resume adecuadamente la política represiva del régimen comunista, así como la preocupación de Stalin de ataques externos, presentándolo en un panorama amplio. Recomendable para quien busque adentrarse en los pormenores de la historia soviética.

James Harris, The Great Fear: Stalin's Terror of the 1930's. Oxford, Oxford University Press, 2016.

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