miércoles, 15 de junio de 2011

"Napoleón", de Emil Ludwig.

Napoleón es una de las tantas biografías escritas por Emil Ludwig, hace ya algunos decenios atrás.
No es un libro académico, sino uno dirigido al público lector que quiere comprender la vida y la trayectoria política del emperador Napoleón. El texto comienza con Napolione Buonaparte, el joven que tiene por ambición la libertad de su Córcega natal, y por ello se enrola -paradojalmente- en el ejército francés, a fin de adquirir los conocimientos militares necesarios para independizar a su ínsula.
El estallido de la revolución francesa y el caos subsiguiente le brindarán la oportunidad de volver a Córcega e intentar, en vano, tomar el control de la isla. El ambicioso veinteañero retornará al continente y será en el ejército francés en donde descollará, brincando a la fama con su defensa del puerto de Tolón frente a los ingleses.
Primero al servicio de los jacobinos y luego del Directorio, su prestigio crecerá en su campaña en Italia, a donde había sido enviado para que fracasara. Cosechará varios éxitos militares y políticos. Pero Europa era pequeña para sus aspiraciones, y se embarca a Egipto, con intenciones de recrear el gran imperio alejandrino, soñando con llegar a las fronteras de la India...
Cercado por mar por las fuerzas británicas, volverá a Francia en una humilde embarcación pesquera y, nuevamente en el continente europeo, conspirará para derribar al Directorio, ayudado por su hermano Lucien (o Luciano).
Figura principal del Consulado, se lanzará a nuevas campañas militares y, finalmente, se proclamará Emperador de los franceses en 1804. Su esposa Josephine -mujer de la nobleza- se convertirá en emperatriz y abandonará su vida de aventuras sexuales, que tantas jaquecas provocó a Napoleón en su campaña egipcia.
El imperio napoleónico buscará emular al romano, tomando su simbología. Centralizará el poder, implantará la censura, abolirá conquistas liberales y democráticas, comenzará a crear a los franceses.
Y es que, antes de la revolución, existía Francia, pero no los franceses. No, al menos, tal como lo concebimos ahora. Tan sólo un magro 5% hablaba francés, el idioma de la administración y de París. El resto hablaba el occitano, corso, bretón, alemán, vasco, catalán... Será, pues, Napoleón el creador de una nación francesa, siguiendo el proceso de centralización que habían iniciado los jacobinos, a fuerza de represión, terror y censura.
Tras la anulación del matrimonio con Josephine, se casará con la princesa austríaca María Luisa, de la dinastía de los Habsburgo, quien le dará un hijo: Napoleón II. Pero el imperio comenzará a desmoronarse por dos iniciativas expansionistas que lo conducirán al fracaso: España, que con su guerra de guerrillas desangrará a las tropas galas, y el intento de conquistar Rusia, que causará la muerte de cientos de miles de sus soldados en las vastas estepas.
Recurrirá, pues, a su genio militar para intentar salvar su imperio. Pero los propios lo irán abandonando -entre ellos, su esposa-, los antiguos príncipes alemanes se pasarán al campo enemigo y será derrotado. Tras abdicar, fue insultado en su periplo hacia la isla de Elba por los franceses, que lo culpaban de la humillación.
El zar Nicolás I, instalado en París, optará por la restauración borbónica, presionado por los británicos. Los otros posibles candidatos eran el niño Napoleón II y el general Bernadotte, a la sazón rey de Suecia.
Emil Ludwig retrata vívidamente este período de Napoleón en Elba, en donde gobernó por el espacio de algunos meses como un príncipe. No obstante, los errores del rey Luis XVIII le dieron la oportunidad de retornar a Francia como emperador por escasos cien días, en los que trató de ser un monarca constitucional, con el auxilio de Benjamin Constant.
A pesar de proponerse como un emperador de la paz y la libertad, la gran coalición de países europeos lo derrotó nuevamente en Waterloo, tras lo cual fue deportado a la lejana e inhóspita Santa Helena, posesión británica en el Atlántico. Allí irá muriendo lentamente, vilipendiado por sus guardianes y olvidado por muchos de sus antiguos compañeros de armas y de la política.
Personaje en verdad singular, que representó el espíritu de la revolución por su capacidad de ascenso social, pero que a la vez restauró la jerarquía estamental, fue un genio militar y un político oportunista. Creyó ciegamente en que una buena estrella guiaba su destino, y ello lo llevó por los caminos de imprudencia y el fracaso. Marcó con su sello inconfundible el siglo XIX de Francia, creando una tradición bonapartista que duró en la nación gala hasta fines de la centuria decimonónica.
La biografía es ágil, sin perder seriedad. Una muy buena introducción a la vida de Napoleón.

Ludwig, Emil, Napoleón. Barcelona, Juventud.

2 comentarios:

  1. usted no tiene la version electronica de ese libro, mi correo es vicper316@gmail.com

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