Roberto Cortés Conde, destacado historiador económico, parte de un racconto de lo que fueron las teorías del Estado desde tiempos medievales hasta la modernidad, y cómo estas se vinculaban con la tributación, llegando al concepto de que no hay impuesto sin representación (no taxation without representation) que alegaron los revolucionarios de las trece colonias británicas de América del Norte.
El pretérito colonial de cada uno de estos países en grado considerable ha condicionado el desarrollo posterior de las fuentes de recursos para financiar a los Estados.
En las colonias británicas del norte de América, los trece gobiernos recibieron cartas del rey en las que les eran concedidas facultades de administración. Cada colonia tenía una asamblea en la que se votaban los impuestos, en su gran mayoría directos, es decir, a la propiedad. Con esos tributos se sustentaba la justicia, la seguridad y, en los ámbitos más locales, la educación y los hospitales. Durante el siglo XVII, mientras en la metrópoli se libraba una dura batalla entre el parlamentarismo y la supremacía del rey, las colonias lograron un mayor grado de desarrollo autónomo, sentando las bases para su propio desarrollo institucional. Tiempo atrás, he comentado en este blog el libro Democracy, Liberty, and Property sobre las experiencias constitucionales de Massachusetts, New York y Virginia. A diferencia de lo que ocurrió en Hispanoamérica, en las trece colonias jamás hubo una administración central.
En las colonias españolas, en cambio, sí hubo una clara presencia de la concentración del poder, y no hubo mecanismo de consultas para establecer impuestos. Asimismo, la gran fuente de ingresos era la minería que debía pagar las regalías, y los impuestos al comercio, sobre todo a través de las alcabalas, una suerte de aduanas interiores.
De este modo, en las nacientes repúblicas hispanoamericanas se carecía de una experiencia de gobierno propio y debió pasar del absolutismo centralizado a un ensayo de gobierno constitucional; y mientras en los Estados Unidos había impuestos locales y estaduales a los propietarios, esto resultó fácticamente imposible en las provincias argentinas por la falta de catastros, la escasa población y la falta de comunicaciones. Fue así como el Estado argentino logró consolidarse recién en el decenio de 1880 por la expansión del ferrocarril y el telégrafo, así como por la inserción en el comercio internacional que le permitió contar con los impuestos aduaneros para financiar al gobierno federal. Las provincias, ante la desaparición de las aduanas interiores y lo exiguo de sus ingresos por impuestos a la propiedad, se convirtieron en dependientes de los gobiernos de Buenos Aires.
A esta visión, agregaría que hubo un escaso desarrollo de la ciudadanía por pagar pocos impuestos, ya que el 90% de lo ingresado al Estado argentino provenía de las aduanas. Creo que el ciudadano medio se involucra en los asuntos públicos cuando siente la presión tributaria y quiere participar en su destino, de allí que en los municipios y condados de Estados Unidos se pueda exhibir un progreso de la vida cívica.
Roberto Cortés Conde, Poder, Estado y política. Buenos Aires, Edhasa, 2011. ISBN 978-987-628-135-5
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