El historiador Norman Naimark, profesor en Stanford, escribió un libro breve, bien documentado y reflexivo sobre la naturaleza genocida del régimen de Stalin, enfocado en el período de entreguerras.
Naimark nos recuerda el nacimiento del concepto de genocidio por iniciativa del jurista Lemkin, antes de la segunda guerra mundial, y cuyo impulso sirvió para que fuera adoptado por las Naciones Unidas en 1948. No obstante, las delegaciones soviética y estadounidense hicieron varios reparos a una definición amplia, por lo que se limitó a la eliminación física con criterios de nacionalidad, etnia y religión, dejando a un lado los grupos sociales y políticos.
Y es que la Unión Soviética fue uno de los países victoriosos de la segunda guerra mundial y, como bien lo recuerda el autor, ya durante los juicios de Nuremberg hizo todo lo necesario para que matanzas como la de Katyn fuesen atribuidas a los nazis, un hecho que recién durante la presidencia de Boris Ieltsin se reconoció la responsabilidad soviética.
Naimark toma la deskulakización -que era la lucha contra el kulak como "enemigo de clase"- para alcanzar la colectivización de la agricultura, el holodomor -la hambruna provocada particularmente en Ucrania, pero también en Kazajistán- como eliminación del pueblo ucraniano, las deportaciones masivas de pueblos dentro de la URSS (alemanes, polacos, coreanos, tátaros de Crimea, chechenos e ingushes) y el Gran Terror de 1937-1938 como hechos históricos para determinar si fue o no genocida la política de Stalin.
No sólo por el enorme número de muertos por ejecución, hambre o frío, deportados, encarcelados en el GULAG, sino por las características de guerra de clase de la deskulakización y la política de eliminación de nacionalidades, como en el caso de los pueblos deportados, se arriba a la conclusión de que Stalin fue un genocida consciente, con pleno conocimiento y aprobación de cuanto ocurría. Fue él quien impartió las órdenes, y así consta en la documentación que hoy está siendo puesta a disposición de los historiadores. Diferente fue la cuestión del Gran Terror que, si bien fue de crímenes masivos, su misma arbitrariedad no permite clasificarla como genocidio.
La singularidad de la Shoá, con su política de exterminio sistemático del pueblo judío en nombre de la falsa superioridad biológica de los arios, no está en discusión. Quien era llevado a Treblinka o Birkenau, por mencionar sólo dos de los campos de exterminio, no tenía posibilidad de sobrevivir. El GULAG, en cambio, tenía como finalidad la "reeducación" y el disciplinamiento para el socialismo real, si es que se lograba sobrevivir al trabajo forzado, el frío extremo y la pésima alimentación. Sin embargo, también compartía con el nazismo la idea de la "culpabilidad", en este caso de clase, ya sea como kulak, antiguo burgués o terrateniente, o bien por haber pertenecido a alguno de los antiguos partidos no bolcheviques.
Stalin no vaciló en eliminar a los viejos bolcheviques con las acusaciones más disparatadas, como las conspiraciones conjuntas de trotskistas, británicos, japoneses y nazis. Así cayeron Kamenev, Zinoviev, Bujarin, Tujachevski y Rykov, entre tantos otros. La paranoia criminal de Stalin no hizo más que debilitar a la Unión Soviética, diezmando al ejército ante el inminente peligro alemán. Los mismos ejecutores fueron víctimas, como Iagoda y Ieshov, antiguos dirigentes de los servicios de seguridad, OGPU y NKVD. Nadie, excepto el mismísimo Stalin, estaba plenamente a salvo.
La reflexión final es en torno a la naturaleza criminal de los sistemas totalitarios. Todos ellos, persiguiendo una utopía -de clase, de superioridad biológica o nacional- no vacilan en exterminar a quienes no se acomodan a sus estándares. Hay quienes suponen que el problema ha sido la personalidad de Hitler, Stalin o Mao, pero lo cierto es que los regímenes totalitarios eliminan todos los límites al poder, dejando vía libre a la aniquilación de opositores -reales o ficticios- para lograr el triunfo de una sociedad perfecta como etapa última y definitiva de la historia humana.
Norman Naimark, Stalin's Genocides. Princeton, Princeton University Press, 2010.
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