Otra segunda lectura que me volvió a asombrar fue la de Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas, de Lilia Ana Bertoni, un libro del 2007. Un texto valioso que debería ser leído y comentado no sólo por los colegas de la Historia, sino por todos los interesados en las ciencias sociales y en la comprensión del pasado argentino.
El libro se centra en los debates en torno a la construcción de la nacionalidad en la Argentina a partir de 1887 hasta principios del siglo XX. Como país que recibía a cientos de miles de inmigrantes por año, de los cuales aproximadamente la mitad se quedaba en forma permanente, la República Argentina vio incrementada su población en poco tiempo por este aluvión que modificaba sustancialmente sus costumbres, lengua y fisonomía.
En tiempos en que varios países europeos se habían enrolado en una frenética expansión colonial y veleidades imperiales, la existencia de una nutrida colonia italiana en Buenos Aires despertó las sospechas de los políticos argentinos, que veían que las escuelas de estos inmigrantes formaban nuevos ciudadanos italianos, sin apego a la nueva tierra. Entre ellos, se destacaron Domingo F. Sarmiento y Estanislao Zeballos. La educación privada había tenido una gran labor supliendo la ausencia de escuelas estatales, por lo que había sido bienvenida en la difusión de la alfabetización. Empero, esta se brindaba en las lenguas de cada comunidad inmigrante, a la par que se enseñaba la historia, geografía y costumbres de la patria lejana. Esta circunstancia, sumada a la prédica de algunos publicistas italianos que llamaban a la creación de colonias en América del Sur, provocaron la alarma de muchos argentinos, que temían ver los embriones de un estado dentro de otro estado.
La Constitución de 1853/60, tan generosa y liberal en su concepción de la inmigración y la nacionalidad, comenzó a estar en discusión sobre todo a partir de la revolución del Parque, de 1890, evento en el cual muchos extranjeros tomaron partido por la Unión Cívica. Una señal del cambio profundo que se estaba operando fue la eliminación en la provincia de Santa Fe del derecho al voto municipal que tenían los extranjeros en la reforma de la constitución local de 1890.
Señala Lilia Ana Bertoni que los festejos de las fiestas patrias adquirieron otra tonalidad a partir del decenio de los ochenta en adelante, organizadas por el Estado sin la alegría espontánea que antes las hacía brillar, para darles un aire marcial y solemne. Comenzaron a formarse los "batallones infantiles" que procuraban infundir en los niños el apego por la patria.
Un hecho que provocó la alarma y disparó los sentimientos encontrados fue la rebelión de los extranjeros en la provincia de Santa Fe en 1893, que llegaron a tomar la capital, reclamando mejor administración y el reconocimiento a su derecho al sufragio. Por un lado, sentían que tenían derecho a participar en el gobierno por ser promotores de la riqueza, aun cuando no estaban dispuestos a abandonar la ciudadanía de origen. Este enfrentamiento encendió los ánimos y llevó a vivas discusiones en el Congreso nacional, motivando la iniciativa legislativa de Indalecio Gómez -diputado salteño, que luego como ministro del Interior fue el promotor de la Ley Sáenz Peña de voto secreto y obligatorio- de establecer al castellano como idioma nacional, impidiendo la educación en otras lenguas.
Acertadamente señala Bertoni que dos concepciones de la nacionalidad fueron debatidas en 1896 en la cámara legislativa: la de inspiración liberal, sostenida por Francisco Barroetaveña, que sostenía que la ciudadanía era un acto voluntario y contractual -la tesis francesa-; y la esencialista, de inspiración germana, que sostenía el vínculo sagrado y sanguíneo. Si bien la propuesta de Indalecio Gómez no contó con la mayoría de los sufragios, fue un antecedente del clima de ideas que fue creciendo en torno a un nuevo concepto de nacionalidad que tomó auge en los primeros decenios del siglo XX.
Estas discusiones tuvieron lugar en un momento de agitación patriótica ante el posible enfrentamiento bélico con la República de Chile por la cuestión limítrofe. Desde distintos ámbitos como el Club de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires y el Tiro Federal Argentino, se promovió la gimnástica y la práctica del tiro para la formación de ciudadanos aptos para el combate. La comunidad italiana se reconcilió con la opinión pública argentina al ofrecer la creación de la Legión Italiana, dispuesta a combatir. También hubo una reconsideración de la visión sobre el pasado hispánico, que llevó a suprimir del himno argentino las estrofas injuriosas hacia España, en 1900. En 1901, durante la segunda presidencia de Julio Roca, se estableció el servicio militar obligatorio no sólo con fines de defensa, sino también con la ambición de provocar una reforma moral, inspirada en el modelo prusiano.
Capítulo aparte merece en el libro la conquista de lo simbólico a través de la estatuaria y el proyecto de creación del Panteón Nacional, buscando influir con esta pedagogía cívica en la construcción de la nacionalidad. ¿Quiénes eran los héroes a venerar? Desde las historias que escribió Bartolomé Mitre, no había discusión en torno a San Martín y Belgrano. Pero luego sí estaban en debate figuras como Liniers y Álzaga -que se opusieron a las invasiones británicas pero que fueron leales a la monarquía española en tiempos de la Revolución de Mayo-, así como héroes militares como Guillermo Brown, José María Paz, Lavalle...
Es, pues, un libro excelente, bien redactado y documentado, para comprender esta etapa de la historia argentina, que luego tuvo nuevos protagonistas de carácter fuertemente nacionalista en el Centenario.
Lilia Ana Bertoni, Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas. Buenos Aires, FCE, 2007. ISBN 950-557-404-5
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