Escenario apetecido por el Imperio Ruso y el Imperio británico durante el siglo XIX en el llamado Gran Juego, el centro de Asia volvió a tener relevancia mundial en el inicio del siglo XXI con la guerra en Afganistán.
Alexander Cooley hace, en este libro que recomiendo vivamente, el análisis de la puja por influir de los tres grandes poderes en la región, a saber: Rusia, Estados Unidos y la República Popular China, entre los años 2001 y 2011.
Cooley parte con una observación sensata: la rivalidad actual no tiene paralelo con el Gran Juego o Torneo de Sombras que tuvo lugar en el siglo XIX. En aquella circunstancia, tanto Rusia como Gran Bretaña aspiraban al dominio de la región, una lucha por la ocupación de nuevos territorios. Ahora, las prioridades son diferentes. Estados Unidos se ha involucrado por la guerra en Afganistán y precisa de bases de operaciones y caminos para abastecer a sus tropas, así como aliados regionales en la guerra internacional contra el terrorismo. La República Popular China se involucra para asegurar su frontera occidental y su presencia en la región del Xinjiang, habitada por los uigures, que tanto por su composición étnica como religiosa están emparentados con los pueblos de Asia Central. Rusia, en cambio, no tiene un objetivo específico; pero busca de algún modo preservar su status de ex potencia colonial, tal como lo hacen los franceses y británicos en países de África y Asia.
Estas singularidades han llevado a que las cinco repúblicas ex soviéticas de Kazajistán, Kirguistán, Tadjikistán, Turkmenistán y Uzbekistán no hayan avanzado en procesos de democratización sino que, por el contrario, se han quedado en lo que yo denomino "transiciones de hierro", encabezadas por la vieja élite de los partidos comunistas locales. El autor remarca que los tres grandes jugadores han tenido que adaptarse a las reglas locales, ya que las élites gobernantes buscan preservar el poder y utilizan en su favor la rivalidad de los actores externos.
Los gobernantes de los países ex soviéticos de Asia Central han empleado los fondos prestados por estas naciones en su red patrimonial, así como en el enriquecimiento personal. Las cuentas del presidente kazajo Nursultan Nazarbaiev en Suiza, la fortuna de Maksim Bakiyev -hijo del ex presidente kirguizio-, y la riqueza de Gulnara Karimova -hija del presidente uzbeko Islam Karimov-, son sólo algunos ejemplos de la corrupción de esos países que continúan siendo dominados por la vieja nomenklatura. Los recursos del Estado no se someten al control de los ciudadanos, los medios de comunicación están sometidos y se rechazan las políticas de transparencia y democratización que propugnan los occidentales, sosteniendo que su cultura es diferente. Rusia y la República Popular China, que tienen regímenes autoritarios, claramente ven con recelo a las ONG procedentes de Estados Unidos y Europa occidental, promotoras del respeto a las libertades individuales, garantías procesales y el cumplimiento de tratados internacionales. Asimismo, durante las dos presidencias de George W. Bush se privilegió la guerra internacional contra el terrorismo, por lo que se proveyó a las fuerzas armadas de Asia Central de armamentos, información y capacitación que fueron utilizados para combatir a grupos islamistas y, también, a acallar a la oposición interna.
La Federación de Rusia apoyó esta guerra internacional para aplastar a las guerrillas en Chechenia, y la República Popular China incluyó a varios grupos independentistas uigures en la lista negra del terrorismo internacional.
Sin embargo, Rusia y la República Popular China también se involucraron en la región a través de organismos internacionales, como el CSTO (Collective Security Treaty Organization) liderado por Moscú, y la OCS (Organización para la Cooperación de Shanghai), con sede en Beijing.
Alexander Cooley dedica un capítulo a Kirguistán y cómo los presidentes Akaiev y Bakiyev manipularon la presencia estadounidense en la base aérea de Manas, a pocos kilómetros de Bishkek, para obtener mayores dividendos de todas las partes. También aporta un capítulo similar sobre Uzbekistán, que también ha sabido utilizar su vecindad con Afganistán para servir de base de apoyo militar a las fuerzas de la OTAN, obteniendo con ello importantes recursos y conocimientos militares.
El libro es sumamente valioso porque aporta conocimientos sobre la actualidad del centro de Asia, y también es una alerta sobre prácticas de corrupción y patrimonialismo de gobiernos sin escrúpulos que se alían a regímenes autoritarios y depredadores que, lamentablemente, hacen retroceder los escasos avances de la democracia liberal en la región.
Alexander Cooley, Great Games, Local Rules: The New Great Power Contest in Central Asia. New York, Oxford University Press, 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario