La expansión de los rusos hacia el Oriente del continente asiático llegó hasta las orillas del Océano Pacífico y las penínsulas de Kamchatka y Chukotka. El mar no fue un obstáculo y comenzaron a tomar posesión, una tras otra, de las islas Aleutianas y luego lo que hoy es Alaska. Este avance hacia el Este y luego el continente americano se debió a un afán depredador: lo impulsaban los buscadores de pieles de animales, producto de exportación hacia Europa occidental y el Imperio Chino.
Ilya Vinkovetsky se dedica a la etapa rusa de Alaska, desde los primeros buscadores de pieles y cazadores procedentes de la Rusia asiática, pasando por la administración de la Compañía Ruso-Americana hasta, rápidamente, el proceso de venta de la colonia a los Estados Unidos en 1867.
Es interesante que el autor se preocupa por retratar con la mayor fidelidad posible al sistema social establecido en la única colonia del ultramar del imperio de los Zares. Señala que, a diferencia de lo ocurrido en Siberia y el lejano Oriente ruso, Alaska fue concebida como una colonia y que por ello fue otorgada su administración a la Compañía Ruso-Americana por el zar Pablo I, siendo ratificado en varias oportunidades por monarcas posteriores. Esta compañía tenía accionistas privados, comerciantes de pieles, y fue incrementando la participación de aristócratas. Es por ello que la Compañía, en rigor, fue privada y pública, dadas las vinculaciones de la aristocracia con el régimen imperial, así como por las reglas que le fueron impuestas desde la metrópoli. Originalmente con sede en Irkutsk, se trasladó a San Petersburgo. De allí partían los viajes de la Armada hacia Alaska,
La composición original de la población de Alaska eran los aleutas, del archipiélago de las Aleutianas, los kodiag y los tlingit, siendo estos últimos los más belicosos y problemáticos para la colonia rusa.
Siendo el objetivo de la Compañía el de generar ganancias para sus accionistas, la práctica depredatoria se impuso a las tribus locales, obligadas a cazar de modo intensivo a las nutrias y lobos marinos de la región, que inexorablemente disminuían en cantidad. La Compañía impuso un régimen estamental en la colonia y los cazadores más hábiles eran los aleutas, en tanto que los tlingit solían resistirse a la presencia europea. En ningún momento se propició la emigración de rusos a la colonia, ya que por un lado aún estaba vigente el régimen de servidumbre -adscripta a la tierra- y, por el otro, no tenían la habilidad para la caza que exhibían los nativos.
La composición de los rusos, escasa en número, tenía un claro componente de la parte europea, por el número de oficiales navales destacados en esa latitud. La visión benevolente y paternalista de los gobernadores rusos -oficiales de la Armada- hacia los nativos, contrastaba con el maltrato que les impusieron los agentes de la Compañía y los rusos asiáticos, sibiriaki. No obstante, se produjo el inevitable mestizaje del que nacieron los kreoli, que no eran reconocidos como rusos ni tampoco como nativos.
La política rusa hacia los nativos fue la de rusianización, oбрусение, que no pretendía transformarlos en nuevos rusos, sino una aculturación lenta que apuntaba a buscar la lealtad de los nativos hacia el Zar. La rusificación, pусификация, hubiera supuesto un enfrentamiento con las tribus, lo que hubiera conllevado un costo económico, político y militar que chocaba con las pretensiones pecuniarias de la Compañía.
Las dificultades de preservar esta colonia se pusieron en evidencia con el ataque de los tlingit contra el fuerte de San Miguel en 1802, recuperado en 1804 y convertido en la capital como Novo Arjangelsk. Los rusos utilizaron el tabaco y el ron como elementos de cooptación a los líderes tribales, así como el reparto de elementos simbólicos que los realzaban frente a su comunidad y los clanes internos. Pero los tlingit también tenían contacto con británicos y estadounidenses que tenían ambiciones en Alaska, por lo que nunca fueron aliados de fiarse en la región.
El contacto con los españoles y después mexicanos fue escaso, en el fuerte Ross (así llamado por los estadounidenses), situado en el norte de la actual California, pero suficiente para la provisión de algunos alimentos.
De particular interés resulta el capítulo que el autor dedica a la expansión de la Iglesia Ortodoxa en Alaska, por impulso del obispo Veniaminov, una figura singular y digna de elogio y admiración, que aprendió la lengua aleuta, le dio un alfabeto y tradujo el texto bíblico para acercarse a los nuevos feligreses. Logró varias conversiones entre los aleutas y después emprendió la misma tarea con los tlingit, aunque con menor éxito. Por su iniciativa, algunos kreoly y nativos siguieron el camino del sacerdocio. Vinkovetsky remarca que, tras la venta de la colonia a los Estados Unidos, la Iglesia Ortodoxa se mantuvo en Alaska con dinero proveniente de Rusia hasta 1917. A pesar de la ruptura de la revolución bolchevique, una porción significativa de los nativos son ortodoxos como un elemento cultural y religioso que los separa del protestantismo de los blancos.
Será la guerra de Crimea, que expuso la fragilidad del Imperio Ruso, la que lleve al zar Alejandro II y a su hermano, el Gran Duque Konstantin, a establecer negociaciones secretas con el gobierno de Estados Unidos para la venta de la colonia. Conscientes de que resulta imposible defender a Alaska frente a un ataque británico, se optó por la venta a los Estados Unidos, un aliado común frente a la rivalidad del Reino Unido. La incorporación de la región de Amuria transformó el eje de la expansión rusa en Oriente, cambiando la prioridad de la metrópoli.
Ilya Vinkovetsky, Russian America: An Overseas Colony of a Continental Empire, 1804-1867. New York, Oxford University Press, 2011.
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