Desde hace casi doce años, Al Qaeda se convirtió en una pesadilla espectral para Occidente. Los atentados de septiembre del 2001 contra varios objetivos civiles y políticos, así como la secuela que le siguió en Asia y Europa, quedaron grabados y persisten, una y otra vez, en los recuerdos de millones de personas que se sintieron vulnerables a un ataque inesperado en las circunstancias más cotidianas.
Fawaz Gerges, profesor en la prestigiosa London School of Economics and Political Science y especialista en Medio Oriente, nos presenta una visión diferente sobre esta formación terrorista, desde sus inicios hasta el 2011, año que se publicó el libro.
Gerges explica que Al Qaeda fue una entidad formada en torno a su líder fundador, Osama bin Laden, hijo de un constructor millonario de origen yemení que labró su fortuna en Arabia Saudí. Él siguió los pasos de su progenitor, como empresario, a la par que se involucró en la ayuda a los mujahidin que, con base en Pakistán, lucharon contra la invasión soviética a Afganistán entre 1979 y 1989, con sostén económico, entrenamiento y obrando como nexo con Arabia Saudí. Tras la retirada soviética, Osama bin Laden volvió a su hogar como un héroe de la jihad contra el ateísmo. Su voz se alzará, crítica, contra la presencia de las tropas estadounidenses en Arabia Saudí durante la guerra del Golfo en 1990 y 1991, por lo que luego emigró a Sudán, desde donde continuó su arenga contra la familia real de los Saud. Allí tomó contacto con Ayman al Zawahiri, egipcio y seguidor de Sayyid Qutb, que defendía la necesidad de deponer al régimen instaurado por Nasser, Sadat y Mubarak en su país para restaurar lo que él consideraba un gobierno de acuerdo al Corán. Gerges señala con claridad que la propuesta de Qutb, a la que adhirió Zawahiri, se restringía al renacimiento islámico en el mundo árabe a partir del cambio de gobernantes que adherían a las ideas y costumbres provenientes de Europa y Estados Unidos, pero no significaba el ataque al Occidente. No obstante, Zawahiri se sumará en grado creciente a la visión de Osama bin Laden por una cuestión simple: financiación. Lo que Osama bin Laden fue articulando era una postura de guerra abierta contra el Occidente, para que los Estados Unidos se retiraran definitivamente del mundo musulmán en general, y de Arabia Saudí y Yemen, en particular. Esta jihad transnacional implicaba para quien fue el fundador de Al Qaeda la práctica terrorista en los países occidentales, a saber: los ataques a civiles en Estados Unidos y Europa. Suponía que esto provocaría un clamor de retirada -la suposición, tan compartida por autoritarios de distintos signos ideológicos de que los ciudadanos de las democracias son débiles y cobardes-, debilitando a los gobernantes árabes que bloqueaban la restauración del califato islámico. En Sudán fue un huésped que hizo inversiones, pero también declaraciones altisonantes que generaban entusiasmo en algunos sectores de Arabia Saudí. Finalmente, debió viajar a Afganistán junto a su familia y seguidores en 1996, poco tiempo antes de que los Taliban lograran apoderarse de Kabul. Lo acompañaron numerosos ex mujahidin árabes que habían combatido en ese escenario, y también nuevos seguidores yemeníes, del Magreb y otras latitudes. En 1998, formalmente, estableció Al Qaeda, entidad terrorista que atentó contra embajadas y embarcaciones estadounidenses.
El régimen de los Taliban le dio refugio a bin Laden suponiendo que habría de invertir en Afganistán. Por un lado, los miembros de Al Qaeda se sumaron como combatientes en la guerra contra los afganos que resistieron a los Talibán, sobre todo a la Alianza del Norte. Por el otro, el Mullah Omar entendía que tenía un deber de hospitalidad con estos antiguos mujahidin de acuerdo al código del pashtunwali. El Mullah Omar y los Taliban tenían un desconocimiento y desinterés completo por la política internacional, pero comprendían que los llamamientos de Osama bin Laden a la jihad mundial a través de los medios de comunicación, no hacían más que perjudicar al peculiar emirato que estaban erigiendo en Afganistán. Gerges señala que hay testimonios de que el Mullah Omar hizo reiterados pedidos a Osama bin Laden para que cesara su prédica incendiaria -Thomas Barfield, en su libro ya reseñado, también indica que a los Taliban no les interesaba la jihad internacional porque tenían una visión etnocéntrica-, sugerencias que fueron desdeñadas por el líder de Al Qaeda. Y es que, en secreto -incluso con Zawahiri- fue planificando los atentados en Estados Unidos desde 1999, reclutando, entrenando y financiando a quienes ejecutarían los ataques a objetivos civiles y políticos.
Tras los atentados a las Torres Gemelas y el Pentágono, tanto Al Qaeda como Afganistán se convirtieron en el centro de atención mundial, y los Estados Unidos pudieron articular un frente internacional para la lucha contra el terrorismo. Gerges remarca que en el mundo islámico hubo una voz de rechazo hacia los atentados, porque muchos teólogos pusieron de manifiesto que el Islam se opone a la matanza de niños, mujeres, ancianos y civiles en general. Claro que el simplismo se apoderó de muchos, que aún consideran a los musulmanes como terroristas potenciales, una idea alentada por políticos y comentaristas xenófobos en Occidente.
Los Taliban fueron fácilmente derrotados en Afganistán por las tropas de la OTAN en conjunto con la Alianza del Norte, y se estableció el gobierno provisional de Hamid Karzai. Pero los Taliban y Al Qaeda se refugiaron en la llamada Federally Administered Tribal Areas (FATA) en Pakistán, donde predominan los pashtunes. Gerges sostiene que la invasión de Estados Unidos a Irak en el 2003 le dio nueva vida a Al Qaeda, militarmente derrotada, porque parecía darle la razón al argumento de que Occidente se hallaba en guerra contra el Islam. En Irak se formó Al Qaeda bajo el liderazgo de Abu Musab al Zarqawi pero que, en los hechos, no respondió a los mandatos de Osama bin Laden, recluido en Pakistán. Zarqawi comenzó a atentar contra civiles árabes, alienándose el apoyo potencial de la población contra la presencia extranjera, que incluso colaboró con la erradicación del movimiento terrorista. La otra rama que sirvió para mantener la ficción de la extensión de Al Qaeda fue AQAP, en Yemen, liderada por Anwar al Awlaki, ultimado por un ataque aéreo de Estados Unidos en el 2011.
A juicio del autor, Barack Obama no logró cambiar la narrativa del terrorismo creada por los neoconservadores durante la administración de George W. Bush, y quedó prisionero de la lógica de las agencias de seguridad, manteniendo su financiamiento colosal contra un enemigo pequeño, derrotado y escondido.
Fawaz Gerges sostiene que varios terroristas individuales se atribuyeron la pertenencia a Al Qaeda, identificándose con este movimiento, aun cuando no fueron entrenados ni financiados. A Bin Laden le servía para mantener la fantasía de su jihad mundial, en tanto que los organismos de seguridad, que se multiplicaron desde el 2001 en adelante, mantuvieron el discurso del peligro de esta organización para obtener financiamiento.
Los planteos del autor deben ser tenidos en cuenta para cambiar la visión y la relación que Occidente tiene con el mundo islámico: por un lado, comprender que Al Qaeda fue derrotada, que apenas tiene un puñado de seguidores en Pakistán liderado ahora por Zawahiri, y que no representa un peligro planetario. Asimismo, que es imprescindible que Occidente contribuya a crear las condiciones de paz, prosperidad y gobierno de la ley en Medio Oriente, particularmente en las negociaciones para la creación de un Estado palestino, junto al Estado de Israel. A mi juicio, lo que sostiene en su libro sobre la "primavera árabe" es ingenuo, pero es comprensible porque fue publicado en los inicios de esos movimientos que depusieron regímenes autoritarios para, ¿establecer otras dictaduras?
El libro es útil, provocador, bien informado y documentado; necesario para refrescarnos de la óptica simplista islamófoba que abunda y hace tanto daño.
Fawaz Gerges, The Rise and Fall of Al-Qaeda. New York, Oxford University Press, 2011.
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