El libro de Jennifer Pitts es uno de esos textos que lo colocan a uno ante aspectos poco luminosos de los autores por los que uno siente cercanía, y por eso le doy la bienvenida entre mis lecturas. Remueve, provoca, presenta y sugiere. Aunque no esté del todo de acuerdo con muchos de sus planteos -o quizás por eso mismo-, me parece un libro de gran valor.
Los autores que podemos ubicar en la corriente liberal del siglo XVIII -el término es extemporáneo- advertían de los riesgos y costos de las aventuras coloniales de Gran Bretaña y Francia. Adam Smith y Edmund Burke, por ejemplo, veían con escepticismo al colonialismo británico. Como bien señala Pitts, si bien los autores de la Ilustración escocesa como Smith y Adam Ferguson sostenían que había varias etapas en el progreso humano, no atribuían los primeros estadios a la falta de inteligencia, sino a la adaptación de sus instituciones y costumbres a las circunstancias que vivían las diferentes culturas. Tampoco tenían un juicio valorativo en estas categorías, sino que simplemente las utilizaban como una herramienta conceptual. Adam Smith en Gran Bretaña y Jean Baptiste Say en Francia, señalaban que las aventuras coloniales sólo generaban pérdidas para las metrópolis, proponiendo en cambio el libre comercio pacífico entre los pueblos como la forma de promover la prosperidad general.
Edmund Burke fue un gran crítico, desde su banca en el Parlamento y como abogado, de la Compañía de las Indias Orientales. Burke y Smith tenían una concepción universal del ser humano, creyendo en su inteligencia y sentido común más allá de las fronteras culturales, lingüísticas y religiosas. Benjamin Constant, también parlamentario durante la Restauración borbónica, fue un gran crítico del imperialismo francés. Pero tras estas dos generaciones de liberales críticos de las posturas de expansiones imperiales, hubo otra que defendió las conquistas ultramarinas, como la de John Stuart Mill y Alexis de Tocqueville.
John Stuart Mill se nutrió de dos poderosas fuentes intelectuales: Jeremy Bentham y de su padre, James Mill, ambos utilitaristas. Bentham fue un crítico sagaz del imperialismo, a diferencia de James Mill, un entusiasta funcionario de la Compañía de Indias Orientales. Si bien John Stuart Mill se apartó de las ideas de su progenitor en varios aspectos, no fue así con respecto a la India, ya que también fue funcionario del organismo mencionado hasta su disolución. Y es que John Stuart Mill estaba imbuido de la idea de que los británicos tenían el deber de civilizar a los pueblos "atrasados", ya claramente enrolado en la teoría del progreso que tanto daño hizo al mundo en la centuria decimonónica, y que estuvo -y sigue estando- presente en varias corrientes ideológicas. Si bien J. S. Mill nunca adhirió a las teorías racistas que ya empezaban a esbozarse, sí consideraba que había estadios evolutivos de salvajismo y barbarie que mantenían en situación inmóvil a los pueblos del Oriente, América y África, en una "infancia" que los hacía sujetos del despotismo benevolente de Occidente. Mill creía en una tecnocracia benefactora para la India como modelo a ser replicado en Irlanda, por ejemplo. Nunca viajó a la India para conocer la gran civilización que los británicos estaban dominando, por lo que se mantuvo incólume en sus ideas.
El caso de Alexis de Tocqueville es, particularmente, el que me resultó más interesante. A mi parecer -este juicio es enteramente subjetivo-, Jennifer Pitts es muy dura en sus apreciaciones sobre la postura de Tocqueville con respecto a la colonización de Argelia. Su honestidad intelectual es implacable y le dedica dos capítulos del libro. Alexis de Tocqueville fue un activo parlamentario durante la Monarquía de Julio, constituyente y durante pocos meses ministro de Asuntos Exteriores en la Segunda República. Desde su escaño, se convirtió en una de las voces autorizadas sobre Argelia, a donde viajó en dos oportunidades y dejó plasmadas sus ideas en artículos y ensayos, así como en intervenciones parlamentarias.
Los itinerarios recorridos por Tocqueville en la cuestión argelina reflejan las tensiones que le provocaba: por un lado, partidario de mantener la colonia, siendo plenamente consciente de que para ello se debía recurrir al uso de la fuerza. Por el otro, crítico de los colonos y su sentimiento de falsa superioridad, así como escéptico de las posibilidades de fusionar las culturas en Argelia. Su visión estaba teñida por la necesidad de mantener bajo control la costa meridional del Mediterráneo ante la posible expansión británica, y también para fomentar el espíritu patriótico en Francia. La autora sostiene que Tocqueville tenía la mira puesta en la política interna de su país cuando propició la colonización de Argelia, anhelando mantener a Francia como gran potencia frente a los británicos, a los que admiraba y de los que recelaba. Pitts rescata del injusto olvido a la contracara de Tocqueville que se oponía al imperialismo en tiempos de la monarquía orleanista, Amédée Desjobert, un liberal ubicado en la "izquierda" parlamentaria de aquel entonces, figura política poco estudiada y que requiere ser leído para comprender mejor el debate de la época con más amplitud.
Es sabido que Tocqueville tampoco adhirió a las teorías racistas de superioridad biológica y se opuso a la postura de su antiguo discípulo, el conde Gobineau.
Si bien hace afirmaciones con las que discrepo, el libro es inteligente, bien fundamentado y documentado, de valor y de lectura provechosa.
Jennifer Pitts, A Turn to Empire: The Rise of Imperial Liberalism in Britain and France. Princeton, Princeton University Press, 2006.
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