Tras la revolución industrial en Gran Bretaña y de las guerras provocadas por la revolución francesa y las invasiones napoleónicas, se inició el despegue de Europa continental. Lo que hoy conocemos como Alemania fue, entre 1815 hasta 1866, la Confederación Germánica, formada por 38 estados, entre los cuales se hallaban los territorios de la corona austríaca y de Bohemia, así como parte del reino de Prusia. Tuvo breve existencia la Confederación Alemana del Norte, hegemonizada por Prusia, que dio paso al Imperio Alemán desde 1871 hasta 1918.
En el reino de Prusia se abolió la servidumbre a comienzos del siglo XIX en forma gradual, por regiones, lo que no sólo significó una redefinición de los derechos de propiedad de los Junker en el Este prusiano, sino también una importante mejora en el cultivo de la tierra, ante la aparición de nuevos propietarios. Asimismo, desde Prusia se motorizó la unión aduanera llamada Zollverein, que lentamente fue sumando nuevos actores, lo que generó un gran intercambio de bienes con varios estados que formaban parte de la Confederación Germánica, estimulando a partir de los años 1840 la expansión ferroviaria.
El progreso de las comunicaciones contó con el visto bueno estatal pero, sobre todo, con la inversión de capitales de los bancos privados. Estos pusieron dinero en el emprendimiento y llegaron a formar parte de los directorios de las empresas ferroviarias, una costumbre que se extendió a la industria minera, siderúrgica y electromecánica. Este proceso de industrialización se vio estimulado por la construcción de vías férreas que, en los comienzos, importaba los rieles y máquinas de Gran Bretaña, y alentó a la extracción de minerales en Alemania.
El Zollverein también fue creando una unión monetaria en torno al Taller prusiano, que se fue fortaleciendo por su convertibilidad a la plata, y se celebraron tratados monetarios con Baviera y Austria, lo que facilitó el intercambio económico entre los estados de la Confederación.
Con la unificación en torno a Prusia y la creación del Imperio Alemán, en 1871, el Estado comenzó a tener un rol creciente a través del intervencionismo y el proteccionismo. Por presión de los terratenientes prusianos, en 1879 se estableció un fuerte régimen de protección aduanera a los productos agrícolas ante la creciente competencia de los cereales provenientes de Estados Unidos, América del Sur y las colonias británicas de ultramar, ya que los costos de transporte habían bajado significativamente con las nuevas tecnologías. El Imperio Alemán creó su banco central, el Reichsbank, y con él una nueva moneda convertible al oro, el Reichsmark, en 1876.
Este progreso estuvo acompañado por la educación técnica y científica en las escuelas y universidades, que fueron ganando calidad y prestigio con el correr de los años.
La política imperial estableció los cimientos del denominado Estado benefactor con el objetivo político de impedir el avance del socialismo, regulando las relaciones laborales y creando seguros de accidentes y jubilaciones. No obstante, la socialdemocracia alemana fue el principal partido político en la Dieta.
El Imperio Alemán llegó a ser, en 1913, la segunda economía mundial; en el comercio internacional, el Reino Unido representaba el 15%, en tanto que los germanos el 13%, seguidos por el 11% de los Estados Unidos y el 8% de Francia. Fueron las ambiciones políticas del kaiser Guillermo II las que llevaron a Alemania a la fatal primera guerra mundial, con su vano sueño de la Weltpolitik.
Toni Pierenkemper y Richard Tilly, The German Economy during the Nineteenth Century. New York, Berghahn Books, 2004.
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