La niña Tenar es llevada a los cinco años a el Lugar, donde se hallan los templos a los Sin Nombre y al Dios-Rey, por ser la reencarnación de Arha, la Sacerdotisa Única. Allí vivirá con otras jóvenes educadas para el sacerdocio, pero su posición la diferenciará de las otras novicias. Ya en la adolescencia, Arha -ya el nombre de Tenar se desvaneció de sus recuerdos, tal como el de los primeros años con su familia biológica-, es iniciada en los conocimientos -o en la recuperación de sus conocimientos, adquiridos en innumerables reencarnaciones-y se adentró en lo que su ámbito específico del complejo sagrado: el Laberinto en donde habitan los Sin Nombre.
Los recorrerá con paciencia y esmero, sin recurrir a luces -vedadas en aquellas tinieblas-, incorporándolos paso a paso, con cada una de sus cámaras, criptas y pasillos sin salida. Poco a poco fue advirtiendo la rivalidad de la sacerdotisa del Dios-Rey, que creía más en el poder que en las antiguas deidades. Ello explotó cuando Arha descubrió en el Laberinto a un intruso, un extranjero de los que había escuchado en narraciones sobre invasores que no tienen alma.
Ese extranjero. Ged, será perturbador para Arha: un hechicero que conoce su verdadero nombre, Tenar, así como es un maestro del ilusionismo. Pero, ante todo, la expondrá ante lo que ella creía que eran sus creencias. Es así como Tenar-Arha se debate internamente en sus convicciones más profundas, decidida a mantener con vida a ese intruso extranjero que había irrumpido en ese ámbito en busca de un objeto sagrado. Tenar-Arha será una Ariadna que ayudará a este Teseo a salir del Laberinto. El mal no está corporizado por un Minotauro, sino que su presencia será esquiva, en esas tinieblas furiosas llamadas los Sin Nombre. Tenar quiere renacer, quiere volver a la vida, pero Ged le advierte que para ello debe morir Arha: mutación ontológica, paso iniciático hacia una vida plena lejos del oscuro laberinto para ver la luz, prohibida en aquel templo consagrado al mal. Ursula K. Le Guin resume ese tránsito en este vibrante párrafo: "Lo que estaba empezando a descubrir era el peso de la libertad. La libertad es una carga pesada, extraña y abrumadora para el espíritu que ha de llevarla. No es cómoda. No es un regalo que se recibe, sino una elección que se hace, y la elección puede ser difícil. El camino asciende hacia la luz; pero el viajero que soporta la carga acaso no llegue jamás a la meta". La libertad metafísica, meta del iniciado, supone la muerte del antiguo ser para emprender el sendero hacia un nuevo ser: pleno, libre, sin las ataduras de la ignorancia, pero que requiere esfuerzo, trabajo y voluntad.
Pieza magistral que reúne el saber iniciático, el trazado fundamental de las antiguas mitologías mediterráneas y lo mejor de la literatura fantástica.
Ursula K. Le Guin, Las tumbas de Atuan. Buenos Aires, Minotauro, 1987.
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