Libro voluminoso de más de mil páginas, esta recopilación de documentos sobre las reuniones cumbre de los presidentes estadounidenses Ronald Reagan y George H. W. Bush con el secretario general del Partido Comunista soviético, Mijail Gorbachov, nos presenta un entramado rico de conversaciones diplomáticas en el más alto nivel.
La desconfianza mutua, que parecía haberse relajado durante el tiempo de la distensión, recobró su intensidad en 1979, año en que la URSS invadió Afganistán y se produjo la revolución contra Somoza en Nicaragua. Los presidentes Carter y Reagan retomaron la carrera armamentista en intensidad, y durante el primer término del mandatario republicano se formuló el proyecto de la Iniciativa de Defensa Estratégica, más conocido como Star Wars, que estudiaba la creación de un escudo antimisiles en el espacio. Este salto tecnológico, en etapa experimental, fue interpretado por los jerarcas soviéticos como un primer paso hacia una ofensiva nuclear, ya que la URSS quedaría con poca posibilidad de respuesta ante un ataque de misiles procedente de Occidente. El presidente Reagan, en cambio, lo veía como un camino hacia la abolición de los misiles nucleares, ya que los convertiría en obsoletos. La primer ministro británica Margaret Thatcher, por su parte, era escéptica en cuanto a la abolición del arsenal nuclear, ya que lo consideraba necesario como elemento de disuasión y planteaba que el escudo no sería completamente efectivo para contener un ataque.
Con el arribo de Gorbachov al poder soviético, tras las sucesivas muertes de Brezhnev, Andrópov y Chernenko, tuvo una primera reunión con Ronald Reagan en Ginebra, a fines de 1985, en la que ambos se conocieron personalmente y presentaron sus argumentos sobre la IDE, Afganistán y Europa Oriental. Reagan era más intuitivo y comprendió que había encontrado un líder soviético con el que podía llegar a acuerdos de largo alcance; a la vez, se sorprendía por la percepción hostil que tenía hacia los Estados Unidos.
En 1986 se planteó una segunda reunión, esta vez en Reykjavik, la capital de Islandia, en la que ambos mandatarios fueron planteando sus ideas sobre la abolición nuclear. El desastre de Chernobyl afianzó esa idea en Gorbachov. En ese escenario, Reagan planteó la abolición completa de las armas atómicas y la puesta a disposición de la tecnología de la IDE a la URSS, una propuesta que los propios asesores y funcionarios del presidente estadounidense se encargaron de relativizar y cuestionar, acostumbrados a pensar en los términos de la Destrucción Mutua Asegurada. Gorbachov, por su lado, desconfiaba de la IDE pero comprendió la sinceridad que animaba al presidente Reagan.
A partir de 1987, Gorbachov dejó de preocuparse por la Iniciativa de Defensa Estratégica, porque muchos científicos y asesores le informaron que aún se hallaba en una etapa experimental y que no había certeza de que pudiera funcionar. Así, pasó a concentrarse en el desarme de las fuerzas nucleares intermedias, alcanzando el acuerdo de desmantelamiento de las INF con Reagan en diciembre de 1987, durante la cumbre de Washington. Gorbachov había descubierto sus habilidades en las relaciones públicas en sus viajes a Occidente y Europa oriental, por lo que también recurrió a ellas en su visita a Washington. En este periplo se reunió con Bush, aún vicepresidente y probable candidato republicano para las elecciones de 1988. Si bien no lograron acuerdos en otros terrenos, como América Central, Afganistán y Medio Oriente, Gorbachov cosechó un éxito mejorando la imagen internacional de la URSS. A su vez, la cumbre de Moscú en 1988 fue un triunfo de las relaciones públicas del presidente Reagan en la URSS, hablando en la Universidad y reuniéndose con disidentes y líderes religiosos. Como era el último año de la segunda presidencia de Reagan, poco podía lograrse en materia de acuerdos, pero sí guardaba un alto grado de simbolismo que fortalecía la posición de Gorbachov en la arena interna, frente a sus críticos del ala dura del Partido Comunista. Antes de esta reunión cumbre en la capital soviética, George Shultz y Shevardnadze tuvieron tres encuentros, siendo el más significativo el de Ginebra, ocasión en la que se estableció la fecha de salida de las tropas de la URSS del atribulado Afganistán. Sea como fuere, Reagan ya era un lame duck y los soviéticos comprendieron que un tratado START, de reducción de armas, debería quedar para la futura administración, ya fuese de signo republicano o demócrata.
En diciembre de 1988, con motivo del viaje de Gorbachov a New York para hablar ante la ONU, tuvo lugar la última cumbre oficial con Reagan en Governors Island, a la que discretamente asistió Bush en carácter de presidente electo. Es interesante señalar que la transición fue vista como de palomas a halcones, ya que Bush y sus futuros funcionarios eran escépticos sobre los propósitos de Gorbachov y su perestroika. En su presentación ante las Naciones Unidas, Gorbachov propuso una reducción importante de las fuerzas convencionales del Pacto de Varsovia, señalando el fin de la guerra fría, dejando descolocados a quienes se incorporarían a la Administración Bush.
Durante 1989, los acontecimientos se precipitaron: los soviéticos se retiraron finalmente de Afganistán, se celebraron elecciones pluralistas en la URSS y los regímenes socialistas cayeron en Europa oriental. El presidente Bush desconfiaba de lo que estaba ocurriendo en "la otra Europa" y hasta se oponía a que los disidentes llegaran al poder. En diciembre de 1989 tuvo lugar su reunión con Gorbachov en la isla de Malta, en la que no discutieron la base de ningún acuerdo, y en la que intercambiaron personalmente sus puntos de vista. De la documentación surge la prevención de Bush y el espíritu constructivo de Gorbachov.
Muy diferente fue la intervención de Gorbachov en la conferencia de Washington y Camp David, en 1990. Ya no era un par, sino un líder de un país que estaba en crisis económica, precisando créditos, y con fuertes señales de inestabilidad política y tendencias a la desintegración en los países bálticos. Crecientemente cuestionado por el ala dura del PC, Gorbachov debía dar señales de que sus políticas mejoraban la calidad de vida de los habitantes de la URSS, lo que no estaba ocurriendo. Debía afrontar el desafío de la reunificación alemana -aceptada a regañadientes como un hecho inevitable por Mitterrand, Bush y Thatcher-, un proceso mucho más acelerado que el que querían los líderes europeos. La ubicación de Alemania en la OTAN, el Pacto de Varsovia o la neutralidad era, también, una cuestión crucial para Gorbachov, que finalmente debió acceder a su plena integración a la alianza occidental, recibiendo un flujo importante de dinero para el regreso de las tropas soviéticas a su hogar. En la segunda mitad del año, la mirada estadounidense se fijó en la invasión irakí a Kuwait, del 2 de agosto de 1990, por lo que las tribulaciones de Gorbachov pasaron a un segundo plano.
La invasión a Kuwait puso a Gorbachov en una situación incómoda: Irak era el principal aliado de la URSS en la región, y se había ayudado al régimen de Saddam Hussein con armas y asesores, que pagaba puntualmente. No obstante, Gorbachov rechazó la invasión pero no supo actuar como mediador en el conflicto. En la reunión de Helsinki, de septiembre de 1990, Bush se comprometió a realizar una conferencia sobre Medio Oriente tras resolver la crisis del Golfo, en la que la URSS sería un socio. Gorbachov era reacio al uso de la fuerza para resolver las crisis internacionales, pero simultáneamente necesitaba tener presencia en este conflicto, a fin de mantener la apariencia de superpotencia. Claramente ya no lo era, porque la segunda parte del encuentro se dedicó a la difícil situación económica que estaba atravesando la Unión Soviética, cuestión en la que Bush no se comprometió a brindar soluciones concretas. El líder soviético se empeñó en mantenerse en el escenario mundial con propuestas de paz, pero su vulnerabilidad interna le restaba margen de acción.
En la conferencia de París, de noviembre de 1990, Gorbachov aspiraba a la disolución de los dos bloques militares y a realzar el protagonismo de la OSCE (institución nacida en la convención de Helsinki de 1975), cubriendo desde Vancouver hasta Vladivostok. En ese encuentro, el presidente Bush planteó la necesidad de una resolución de la ONU que contemplara el uso de la fuerza contra Irak, a fin de presionar a Saddam Hussein. Thatcher era más drástica y consideraba a la política estadounidense como demasiado cautelosa. Gorbachov, finalmente, dio su consentimiento a la resolución 678, lo que paradojalmente lo fue relegando a una posición secundaria.
La renuncia de Shevardnadze en diciembre de 1990, puso en evidencia la creciente debilidad de Gorbachov, cada vez más estrecho en sus márgenes de acción entre los duros del PC y los demócratas, ambas partes críticas de su falta de resultados. La intransigencia de Hussein, a pesar de las conversaciones de Gorbachov para evitar el uso de la fuerza militar, ayudó a la opción militar de Bush.
En julio de 1991 se realizó la reunión cumbre en Moscú: Gorbachov estaba asediado por las aspiraciones independentistas de las repúblicas bálticas y la crisis económica. Si bien en marzo de ese año se realizó un plebiscito en nueve de las quince repúblicas para mantener la Unión, con porcentajes abrumadores de apoyo, su continuidad en el poder era frágil. En su participación previa en la conferencia del G7 en Londres, Gorbachov hizo mayores concesiones de desarme con la esperanza de obtener un "plan Marshall" que acompañara las reformas democráticas y de mercado en la URSS. Estados Unidos, sin embargo, ya entraba en la recesión que habría de costarle la reelección a Bush al año siguiente. Volvió a Moscú con muchas palmadas en la espalda, pero sin nada en el bolsillo.
Tras el intento fallido de golpe de Estado de agosto de 1991, Gorbachov entró en un rápido ocaso. La desintegración de la URSS ya era un hecho, y la figura de Boris Ieltsin se afianzaba.
La Conferencia de Madrid, que tenía como cuestión central el inicio de conversaciones de paz para Medio Oriente, fue el último encuentro de carácter formal de Bush y Gorbachov. Boris Ieltsin, aprovechando la ausencia del líder soviético, enunció ante el Parlamento sus medidas radicales de transición, apartándose de todo lo acordado previamente. El Tratado de la Unión entraba en colapso y en los meses siguientes tuvo lugar la disolución de la URSS.
De la documentación que el libro contiene, surge el protagonismo de actores relevantes como Kohl, Mitterrand y Thatcher, así como las actuaciones diplomáticas de Shevardnadze, Shultz y Baker. Los estadounidenses lograron confiar en Gorbachov demasiado tarde, por lo que este no pudo lograr convencerlos de la necesidad imperiosa de proveerle de auxilio económico para evitar la dispersión de la Unión Soviética.
Svetlana Savranskaya et al., The Last Superpower Summits. Gorbachov, Reagan, and Bush. Budapest, Central European University Press, 2016.
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