Desde que los rusos comenzaron a expandirse hacia el sur y el este, la incorporación de otros pueblos que profesaban -con mayor o menor rigor- el Islam chocó con la Ortodoxia que nutría la ideología imperial de los zares. Catalina la Grande, inspirada en la Ilustración europea, desarrolló políticas de tolerancia religiosa hacia los musulmanes, a la par que seguía anexando territorios en detrimento del Imperio Otomano. Sus sucesores retomaron la política de la cristianización de esos pueblos, especialmente de los tátaros, ubicados en regiones estratégicas como Crimea.
Fue la guerra de Crimea, claramente, la que puso en evidencia la dudosa lealtad de los tátaros hacia el imperio moscovita. Conflicto que nació por rivalidades religiosas, nutrió la sospecha de los rusos ortodoxos hacia los tátaros musulmanes, en un contexto de desarrollo de concepciones nacionalistas que enhebraban lo nacional-lingüístico con las creencias. Así, el ruso era ortodoxo, el tátaro era musulmán, el polaco era católico, por sólo mencionar tres ejemplos elocuentes. En un terreno difuso y complejo se hallaban los tátaros conversos a la Ortodoxia, a los que se miraba con suspicacia. Esto se hacía mas dramático por la prohibición a la "apostasía", es decir, que el cristiano ortodoxo no podía abandonar esa fe por otra, aunque la hubiera practicado en secreto.
La vasta política de modernización económica y social del zar Alejandro II, tras la derrota en Crimea, obligó a preguntarse en voz alta por los pueblos no rusos que habitaban en el Imperio colosal, sobre todo con la rebelión polaca de 1863. La comparación de los polacos con los pueblos turcomanos del sur de Rusia y el Cáucaso parecía inevitable ante los ojos de las autoridades zaristas.
El especialista en lenguas túrquicas Nikolai Ilminskii propuso revitalizar la Ortodoxia rusa para afrontar lo que observaban como "tatarización" de los pueblos no rusos en las regiones meridionales y orientales del Imperio. Su acento estaba puesto en la preparación y mayor autonomía de las parroquias, ya que estas eran vistas como escasamente instruidas y poco activas en comparación con la labor de los musulmanes. Asimismo, Ilminskii quería que los sacerdotes ortodoxos conocieran las lenguas locales, a fin de mantener fuertes vínculos con los cristianos no rusos, así como para poder predicar y convertir al resto. Su visión de cristianización en el largo plazo, chocaba con el movimiento del jadidismo, de Gasprinski, el intelectual tátaro que buscaba incorporar la ciencia occidental y sus modos de educación entre sus compatriotas.
No hubo una concepción única en torno a la "cuestión musulmana" dentro del Imperio de Rusia. Si bien el énfasis estaba puesto en que el Zar era el protector de todos sus súbditos, independientemente de sus convicciones religiosas, no se logró articular un patriotismo cívico que trascendiera esas fronteras. La ideología imperial se asentaba en la autocracia, la idea nacional -rusa- y la Ortodoxia, por lo que la Iglesia Ortodoxa Rusa era la oficial y tenía preponderancia sobre otras creencias. Este edificio tembló en sus cimientos con la derrota sufrida en la guerra con Japón, que obligó al zar Nicolás II a otorgar libertades y la creación de la Duma. Si bien el margen de acción de la Duma era estrecho y la población musulmana del Turquestán no tenía representación, los musulmanes liberales articularon un bloque con el partido liberal Constitucional Demócrata (KD, o "kadetes"), presentando demandas de mayores libertades y autonomías locales.
El segundo temblor, y esta vez letal para el imperio zarista, fue la primera guerra mundial, en la cual enfrentó al Imperio Otomano, gobernado por el sultán y califa. Se libró entonces una vasta campaña de propaganda en la que Alemania y Austria-Hungría se presentaron como amigas del Islam, y el sultán otomano llamó a una jihad. El panturquismo, que proponía la unión de todos los pueblos turcomanos, también ejerció influencia durante la Gran Guerra en las mentes de los soldados musulmanes que estaban en las trincheras.
No sólo la Rusia imperial no logró hallar una respuesta a la "cuestión musulmana", sino tampoco la encontró la Unión Soviética, que buscó aplanar toda diferencia nacional y religiosa con la imposición de su ingeniería social clasista. La implosión de 1990-1991 demostró que estas convicciones seguían vivas, muy vivas, a pesar de todos los experimentos que se hicieron para callarlas.
Elena Campbell, The Muslim Question and Russian Imperial Governance. Bloomington, Indiana University Press, 2015.
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