El libro se enfoca en actores casi invisibles, aquellos que sirvieron como intermediarios en tiempos de paz y de guerra, por caminos diferentes a la diplomacia tradicional. Karina Urbach se centra en los aristócratas europeos, sobre todos alemanes, que estuvieron al servicio de los emperadores de Austria-Hungría, de Alemania y luego, en los años treinta, de Adolf Hitler. La autora remarca las características singulares de la aristocracia europea: con familiares a todo lo largo y ancho del continente, tiene un lenguaje, hábitos y códigos comunes, que le permite entretejer una serie de lazos que trascienden las generaciones. Señala que, siendo la mayoría de los profesionales de la historia y de las ciencias sociales de orígenes de clases medias, no prestan atención a lo que consideran una casta perimida y decadente. Estas familias, a su vez, recelan de abrir sus archivos, por lo que los investigadores del pretérito humano no acceden a documentación valiosa y que puede arrojar una luz nueva sobre los acontecimientos políticos y diplomáticos del siglo XX.
La mitad del libro está dedicada a los aristócratas que prestaron sus servicios como mensajeros e intermediarios de los emperadores de Alemania (Guillermo II) y de Austria-Hungría (Carlos) para finalizar la Gran Guerra. Fürstenberg era muy cercano al kaiser alemán, pero a su vez tenía una destacada actuación política en el Imperio Austro-Húngaro, cercano a la corte en Viena. Durante años trabajó como un puente entre las dos casas reales, manteniendo viva la alianza de las dos grandes potencias centrales. El caso más célebre de un aristócrata que sirvió como mediador entre Austria-Hungría y Francia fue el del príncipe Sixto de Borbón-Parma que, al salir a luz, perjudicó letalmente las posibilidades de que el emperador Carlos pudiera negociar una paz por separado en 1917.
El fin de la Gran Guerra y el colapso de las monarquías en Austria-Hungría y Alemania no significó, empero, el fin de las aristocracias. Si bien el ex Kaiser Guillermo II intentó su restauración, varios aristócratas se enrolaron en las distintas vertientes del nacionalismo völkisch, temerosos de una revolución al estilo bolchevique. Por su formación y temperamento, los aristócratas que analiza tampoco adherían al constitucionalismo liberal ni a la democracia, por lo que algunos como el Duque de Coburgo Carl Eduard y Max Egon Hohenlohe adhirieron al nazismo. Una arribista como la princesa Stephanie Hohenlohe también hizo carrera gracias al título que obtuvo por su matrimonio, el que le abrió las puertas en Alemania y Gran Bretaña.
El Duque de Coburgo Carl Eduard, nacido como Charles Edward en Inglaterra y nieto de la reina Victoria, arribó a los quince a Coburgo como heredero y fue tutelado por el kaiser. Tras la primera guerra mundial, puso su fortuna y propiedades al servicio de la extrema derecha alemana, siendo muy cercano a Hitler. Sus castillos fueron puestos al servicio de actividades criminales, encubriendo a nazis perseguidos por la policía durante la República de Weimar, así como para guardar armas. Intervino abiertamente a favor del NSDAP y gracias a su actividad proselitista, fue la primera alcaldía en donde ganó el nazismo. El duque de Coburgo intervino activamente para acercarse a los sectores más proclives a la política del apaciguamiento que había en Gran Bretaña. En esas gestiones también intervino la princesa Stephanie Hohenlohe, acompañada por Fritz Wiedemann, actuando sin informar apenas al entonces embajador Ribbentrop. Tuvieron, así, acceso a sectores del conservadorismo, de la aristocracia y de la prensa, siendo ayudados por Lord Rothermere, magnate de varios medios de comunicación. Sus gestiones ayudaron a sostener la postura nazi en la crisis de los Sudetes de Checoslovaquia, pero después de 1938 la princesa Hohenlohe y su amante Wiedemann cayeron en desgracia en el entorno de Hitler. Recaló en los Estados Unidos, en donde trabó relaciones con varios personajes locales, enredándose en aventuras con el alcaide en donde estuvo detenida brevemente. Luego supo reciclarse, tras la guerra, y se transformó en una suerte de nexo de prensa con periodistas alemanes ubicados en Estados Unidos.
El duque de Coburgo se mantuvo fiel al nazismo hasta después de la guerra, en tanto el príncipe Max Egon Hohenlohe se convirtió en una figura del jet set de Marbella... Tras la segunda conflagración planetaria, si bien sigue habiendo figuras que actúan como intermediarios por fuera de las estructuras de la diplomacia tradicional, ya no necesariamente son parte de la aristocracia europea. Karina Urbach hace una contribución descollante, por la singularidad del tema y el rastreo de documentos hasta ahora ignorados.
Karina Urbach, Go-Betweens for Hitler. Oxford, Oxford University Press, 2015.
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