En esta nueva novela de dos tomos, Haruki Murakami despliega -una vez más- su universo en el que se entrecruza lo real con lo fantástico, lo cotidiano con lo extraordinario. A diferencia de las novelas anteriores, en esta se introduce lentamente en una trama que irá envolviendo al lector en la vida del protagonista, un artista plástico dedicado a los retratos por encargo, alejado de la gran urbe por una separación, en una circunstancia que lo involucrará con lo sobrenatural. Murakami tiene la singularidad de saber mezclar los elementos fantásticos y de introducirlos en la narrativa sin forzar las situaciones, permitiendo que cada personaje desarrolle una vinculación propia, casi íntima, con aquello que pertenece a universos no visibles.
El primer tomo es la gran preparación, el desarrollo hacia el segundo en el que elementos desconocidos irrumpen con fuerza y toman el escenario, dejando pistas de lo que son o pueden llegar a ser.
Los diálogos tienen exquisitez y profundidad: los personajes se desenvuelven en una reflexión sobre sus propias identidades, temores y llegan a vislumbrar sus propios abismos, pero sin precipitarse
en la pérdida de control.
De allí, pues, la fluidez con la que se desliza la pluma de Murakami, en una danza inteligente de personajes enigmáticos que mantienen la tensión en la lectura.
Los detalles no son banales, guardan un significado que no siempre se devela, pero que sugiere para que la imaginación del lector no sea ofendida con resoluciones simples, bruscas y anticipables.
Esto permite a Haruki Murakami ubicarse entre los autores japoneses que pueden salir con su narrativa más allá del archipiélago, universalizarse sin perder el sabor local ni la cosmovisión que los singulariza, sabiendo conectar lo propio con lo occidental, tan presente en su cultura desde hace siglo y medio.
Haruki Murakami, La muerte del comendador. Buenos Aires, Tusquets, 2018 y 2019.
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