El fenómeno político del fascismo nace en las trincheras de la primera guerra mundial y se asienta no sólo en los combatientes que vuelven a sus hogares, sino también en la profunda insatisfacción con un régimen democrático basado en los favoritismos y el clientelismo. Italia combatió, pero obtuvo muy poco de la victoria. Al poco tiempo se temió que la revolución bolchevique pudiera tener éxito en la península, sobre todo en el llamado "bienio rojo", momento en el que los escuadristas fascistas fueron la fuerza de choque frente a la izquierda revolucionaria.
Es Mussolini quien llega al poder en 1922, no el Partido Nacional Fascista. Los escuadristas fascistas fueron los que se desplegaron y caminaron hacia Roma, pero sus dirigentes locales (los ras), no obtuvieron gran provecho de que Benito Mussolini arribara al puesto de primer ministro, teniendo una exigua minoría en el parlamento. Rápidamente se apartó de las consignas republicanas y anticlericales, y se transformó en un defensor de la monarquía, llegó al Pacto de Letrán en 1929 por el cual reconoció al Estado Vaticano como país independiente, y absorbió dentro del Partido Fascista a la Asociación Nacionalista Italiana, que le proveyó de figuras con una proyección intelectual y respetabilidad de las que carecía su grupo de escuadristas. Así, gran contenido de lo que luego se conoció o interpretó como fascista, fue de raigambre nacionalista, como el corporativismo, la idea de la nacionalidad enraizada con la religión y la autarquía económica. El fascismo sostenía un juvenilismo belicoso, y también había tomado del futurismo su fascinación por la tecnología, la velocidad y la vanguardia artística. Habrá de ser el filósofo Giovanni Gentile, ministro de Educación, quien intentará darle un contenido articulado y sistemático al fascismo, para que el régimen fuera mucho más que el culto a la personalidad de Mussolini. A diferencia del marxismo-leninismo -recordemos que Mussolini tuvo orígenes marxistas- y del nacionalsocialismo, el Partido estaba sometido al Estado. No tenía una fuerza de choque como las SA y las SS, ni tampoco contaba con una policía secreta al estilo de la Gestapo nazi o la Cheka/NKVD soviética. Su régimen de alguna forma se fue apoderando del sistema, pero con constricciones que no le permitieron el poder absoluto.
El autoritarismo fue creciendo y no fue una imposición rápida, sino un proceso paulatino de rendición de las otras fuerzas políticas. Fue prohibiendo a los otros partidos políticos y prensa opositora, pero con escaso derramamiento de sangre. No hubo asesinatos masivos, purgas o campos de concentración al estilo nazi y soviético, y el hecho de que la muerte del diputado socialista Giacomo Matteotti sea el gran crimen que se le atribuye, pone en evidencia que su metodología no se basaba en el terror como los otros regímenes que habían emergido en Europa en esos años. Es sumamente probable que una persecución sistemática y un sistema carcelario como el GULAG haya sido inviable por la presencia de la monarquía, las Fuerzas Armadas y la Iglesia Católica. Estas instituciones tradicionales fueron un freno al desarrollo del fascismo y su asalto total al poder. Un régimen opresor, sí, pero en mucho menor grado que la Alemania nazi o la URSS, a pesar de las pretensiones totalitarias de Mussolini. En general, el régimen confinaba a sus opositores -fascistas o no- a islas en el sur, situación muy diferente a la de sus pares totalitarios.
Mas Mussolini no aspiraba sólo a sentarse en el poder y disfrutar del mismo, sino que acariciaba un proyecto de fascistización de la sociedad italiana, para convertirla en un pueblo de guerreros, despertando del letargo a los legionarios romanos de antaño. Para ello no sólo siguió utilizando su propio medio de comunicación, el diario Il Popolo d'Italia, sino que además buscó crear una conciencia nacional belicosa en los niños, con la Opera Nazionale Balilla, formándolos desde la infancia en su preparación para la guerra. En esto no difería de la Hitlerjugend o los pioneros del mundo soviético, que también utilizaron a los niños y adolescentes en su adoctrinamiento temprano. A los adultos llegaba de otro modo, con la Opera Nazionale Dopolavoro y la instauración del sabato fascista, administrando el tiempo libre y proveyendo de distracciones a una población que también necesitaba de sus momentos de respiro y divertimento. Para recrear el Imperio Romano en el Mediterráneo, los Balcanes y el norte de África, hacía falta disciplinamiento militar, pero también circo. Fue el tiempo de la masificación del fútbol con la construcción de estadios, a la par que estimulaba la preparación física.
La brutalidad del fascismo y su afán de conquista se hicieron evidentes en su política colonial en Libia y en la conquista de Etiopía. Pero el régimen fascista no estaba preparado para un conflicto bélico con las grandes potencias europeas. Su nivel de producción estaba muy por debajo del de sus potenciales enemigos, ni tampoco podía destinar muchos recursos a la carrera armamentista. A pesar de toda su retórica anterior, a partir de 1938 dio inicio a una política antisemita que sorprendió a muchos, ya que los judíos italianos eran una minoría ínfima en Italia, y durante la primera guerra llegó a haber cincuenta generales italianos judíos. Era una política racista forzada por su alianza con la Alemania nazi, que incluso afectó a importantes líderes de su propio partido.
Durante la guerra, Italia se transformó en un satélite de Hitler, por su propia incapacidad en los frentes que creó en el norte de África y Grecia, llegando a perder Etiopía cinco años después de haberla conquistado. Los nazis interpretaron estas rápidas derrotas como una demostración de su teoría racial, de que los italianos eran un pueblo genéticamente degenerado y decadente. La deportación de los judíos italianos a los campos de exterminio se realizó en la etapa de la llamada República Social Italiana, el régimen títere de Mussolini sostenido por las tropas alemanas. Tras su deposición por el rey Víctor Manuel III y su giro hacia los Aliados, sólo el sostén de Hitler pudo prolongar la agonía del fascismo que, inexorablemente, veía cómo la península itálica se le escapaba de las manos. Las tropas aliadas eran retratadas como "racialmente degeneradas" y que aspiraban a repoblar Italia, y se hicieron posters de propaganda que retrataban a soldados negros tomando a mujeres italianas como rehenes. Las antiguas regiones que habían estado dentro del Imperio Austríaco fueron formalmente anexadas a Alemania, sin que Mussolini expresara una queja: se había convertido en un espectro esperando su destino fatal. La ironía quiso que Mussolini fuera atrapado, mientras intentaba huir a Suiza, vistiendo un saco militar alemán. Fue ejecutado y exhibido en la plaza de Milán: dos días después, Hitler se suicidó.
El libro de Giuseppe Finaldi contiene un apéndice con mucha documentación, que apoya la narración precedente.
Giuseppe Finaldi, Mussolini and Italian Fascism. New York, Routledge, 2013.
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