La deshumanización de los judíos no comenzó con el nazismo, pero fue esta ideología racista la que sistematizó un conjunto de ideas en una política que llevó adelante desde el poder, en un continente que fue pasivo las más de las veces, o bastante activo en algunos de sus componentes más allá de las fronteras de Alemania.
El antisemitismo fue uno de los dos vectores de la ideología nacionalsocialista: fue esencial para el régimen nazi la persecución y expulsión, en su primera etapa, y luego el asesinato masivo y el exterminio sistemático de los judíos, ya a partir de la invasión a la URSS hasta sus últimos días. El objetivo de "purificar" la raza nórdica hizo que la eliminación de los judíos fuera el rasgo que determinó a toda la política nazi, la obsesión patológica de Hitler. Fue un antisemitismo de nuevo cuño: el antiguo, que era de carácter religioso, tenía la salida de la conversión. Pero el nuevo antisemitismo, con toda su apariencia de "científico", era estrictamente biológico y ante ello no había posibilidad de huir del laberinto. Esto desembocó, inevitablemente,
en los campos de exterminio.
Ahora bien, el autor se interroga en torno a la cooperación brindada por el ejército alemán (Wehrmacht), los alemanes de a pie, y también la de los países aliados al Eje o los gobiernos que colaboraron con los invasores. Si bien hubo diferencias notables, hubo regímenes como el de los Ustasha en Croacia, Vichy en Francia y el del mariscal Antonescu en Rumania que pusieron en marcha mecanismos de deportación y crimen con un celo que asombraba a la propia SS. Algunos regímenes, como el de Croacia, Eslovaquia y Francia, que lo hicieron en nombre de la cristiandad. Otros, en cambio, colaboraron desde el nacionalismo más estrecho. Pero esta aquiescencia, a veces con la acción espontánea de muchos en los países bálticos o Ucrania, puso en evidencia el arraigo profundo del prejuicio contra los judíos a lo largo y ancho del continente europeo.
Jeremy Black, autor prolífico, desarrolla las distintas etapas de la Shoá. Quizás lo más interesante del libro, lo que provoca al lector, lo que sale a interpelar nuestras conciencias, son los capítulos finales, cuando narra los juicios y, sobe todo, cómo se actuó en Europa al finalizar la guerra mundial. En términos numéricos, fueron muy pocos los responsables que fueron juzgados. El inicio de la guerra fría cambió el debate político, y los nazis y colaboracionistas de ayer se transformaron en profesionales, académicos y funcionarios, de uno y otro lado de la cortina de hierro. El antisemitismo no había desaparecido, los viejos prejuicios y odios siguieron allí, latentes.
¿Cómo enseñar qué fue la Shoá, cómo ubicar este genocidio con toda su singularidad en la historia europea del siglo XX? Episodio sombrío en el pretérito reciente de muchos países que, después, también padecieron decenios de regímenes totalitarios de otro signo. ¿Cómo evitar la relativización y la comparación vulgar para la tribuna política, de lo que fue un proceso sistemático de exterminio? ¿Y cómo, también, rebatir los argumentos falaces de quienes están en el campo del negacionismo, muchas veces disfrazados de historiadores (David Irving) o que ocupan puestos relevantes de gobierno (Ahmadinejad)? La Shoá no es un hecho lejano del pasado, sino un interrogante del presente, que nos sacude y estremece.
Jeremy Black, The Holocaust: History and Memory. Bloomington, Indiana University Press, 2016.
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