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martes, 12 de junio de 2018

"The Science of the Swastika", de Bernard Mees.

La llegada del nazismo al poder en Alemania y la implantación de su régimen racista y antisemita fueron el resultado de un extenso período en el que se fueron desarrollando las teorías que sustentaban ambas posturas, adentrándose en el mundo académico antes de irrumpir en la política. Desde la cartografía hasta la medicina y la biología, hasta la lingüística y la arqueología fueron campos en los que los partidarios del movimiento völkisch tuvieron acción, que luego fueron sostenidos desde las esferas gubernamentales a partir de 1933. El movimiento völkisch es anterior a la Gran Guerra, pero el armisticio de 1918 y, sobre todo, el Tratado de Versalles de 1919, fueron el terreno fértil que permitieron que este conjunto de ideas pseudocientíficas y delirantes se expandieran como una alternativa frente a la República de Weimar, tan frágil y cuestionada desde los extremos ideológicos.
La aplicación de este corpus ideológico a la arqueología y la lingüística, en especial al estudio de los símbolos rúnicos (Sinnbildforschung), con la finalidad de ensalzar a la "raza aria" y demostrar su supuesta superioridad y rol fundamental en la historia de la humanidad, llevaron a una serie de disparates, en principio impulsados por personajes marginales, pero que luego fueron sostenidos por miembros del universo académico para obtener favores, financiamiento y posiciones. 
Guido von List
En el contexto del mundo völkisch, cobraron relevancia los impulsores de la "ariosofía", una gnosis esotérica desarrollada por Guido von List y Lanz von Liebenfels. El primero buscó hallar claves de la sabiduría antigua aria en las runas; el segundo, más osado, presentó una extravagante teoría conocida como "teozoología", intentando conciliar el racismo ario con las escrituras bíblicas, llegando a aseverar que las razas "inferiores" descendían de la cópula de Eva con Satanás... En la arqueología, el introductor de la visión völkisch fue Gustaf Kossinna, quien sostuvo que la civilización no provenía del Oriente -ex Oriente lux-, sino del genio ario del pasado, ubicado en el norte europeo -ex Septentrione lux-. De este modo, afirmó -sin mayor sustento empírico- que las grandes civilizaciones del Mediterráneo debían sus conocimientos a los arios.


A Adolf Hitler no le interesaban las elucubraciones sobre el pasado remoto de los germanos, pero entendía la utilidad de este discurso völkisch para sus propósitos políticos y bélicos. Sí les interesaba a dos personajes que rivalizaron dentro del nazismo, a saber, Alfred Rosenberg y Heinrich Himmler. Los dos anhelaron ser los grandes ideólogos del nacionalsocialismo y por ello crearon sus propios sistemas de instituciones culturales. Lo curioso es que fue Himmler, a través de las SS, quien logró sumar a numerosos arqueólogos a sus objetivos de impulsar una disciplina que tuviera como propósito descarado el de hacer la apología al pretérito germano y vikingo en Europa. Fue así como reclutó a varios académicos para realizar excavaciones en Alemania, Rusia y Ucrania, nucleados en la SS-Ahnenerbe. El autor señala que los arqueólogos Langsdorff, Jankuhn y Paulsen fueron activos en el saqueo de bienes culturales en los países ocupados. Esta competencia de saquear también se daba entre Rosenberg y Himmler en torno a los libros judíos.
Heinrich Himmler protegió y financió a Herman Wirth, un filólogo de orígen flamenco que se radicó en Alemania, y que manifestó inequívocas simpatías por la corriente völkisch. Su teoría disparatada y sin el menor sustento empírico fue que los arios provenían del continente perdido de la Atlántida, al que ubicaba entre Europa y Groenlandia. Estos hiperbóreos, puros y blondos, migraron hacia la península escandinava y eran los grandes creadores de la civilización humana. Se adhería, entonces, a la postura de ex Septentrione lux, y a través de las SS se financió la Ahnenerbe, una usina de ideas y teorías al servicio del nacionalsocialismo alemán. Las pretensiones académicas de Wirth chocaban no sólo con la evidencia empírica, sino también con sus propias falencias personales, ya que su inconstancia y mal manejo de los fondos lo llevaron a ser desplazado por el propio Himmler como figura central de la Ahnenerbe. No obstante, los críticos de Wirth, como Helmut Arntz, no prosperaban en su carrera académica y se los declaraba racialmente "sospechosos" -Arntz tuvo una bisabuela judía-, aun cuando fueran considerados arios de acuerdo a la legislación racista del nazismo. Herman Wirth no estaba solo en el planteo y publicación de ideas fantásticas; en esos años, también hizo carrera Otto Rahn, quien sostenía que el Santo Grial había estado en posesión de los cátaros, en el sur de Francia, en donde hizo varias investigaciones con el visto bueno de Himmler.
A pesar del apoyo directo que recibieron estos autores más propios de la literatura fantástica, el universo académico fue estableciendo algunos parámetros en las universidades al estudiar la escritura rúnica y la filología germánica. El estudio de las runas y de la antigüedad germánica quedó desacreditado tras la guerra mundial, ya que gran parte de sus académicos habían sido militantes de la causa nazi. Si bien administraron los campos de exterminio, sí contribuyeron a forjar una fantasía racista que llevó a la muerte de millones de personas en el continente europeo. Un triste y tenebroso resultado de colocar a la ciencia y la academia al servicio de la ideología.

Bernard Mees, The Science of the Swastika. Budapest, Central European University Press, 2008.

jueves, 22 de febrero de 2018

"Stolen Words: The Nazi Plunder of Jewish Books", de Mark Glickman.

Los libros son parte esencial de la milenaria cultura judía, ya sea los de carácter religioso como aquellos más vinculados a la vida de la comunidad. La dedicación al estudio ha sido, durante siglos, uno de los rasgos característicos del judaísmo, un hábito disciplinado que sirvió como herramienta de ascenso social durante la modernidad. Los libros como el Talmud fueron prohibidos en gran parte de la cristiandad, con la quema de volúmenes o bien con la censura de párrafos enteros. 
Los nazis, que nacieron y se desarrollaron en un país de gran cultura como Alemania, eran plenamente concientes del valor del libro como instrumento para pensar. Ya en 1929, los periódicos nazis como Völkischer Beobachter o Der Angriff salieron a combatir en sus páginas a los autores "antialemanes", y las hordas partidarias acosaban a autores como Thomas Mann. Hicieron listas negras de autores que debían prohibirse, con abundancia de escritores judíos, acusándolos de "bolchevismo cultural". 
Mark Glickman señala que en 1933 había dos agrupaciones de estudiantes que compitieron ferozmente por demostrar cuál era la más antisemita, y así ganarse el aprecio de las autoridades: la Deutsche Studentenschaft (DS) y la Nationalsozialistiche Deutsche Studentenbund (NDS). En mayo de 1933 se lanzaron a desvalijar librerías y bibliotecas, y luego organizaron las fogatas de libros en varias ciudades y pueblos, incluyendo universidades. A estos actos concurrían grandes multitudes, deseosas de observar cómo las llamas consumían el papel impreso. Esta campaña, sin embargo, levantó una gran ola de críticas fuera de Alemania, y los nazis utilizaron métodos más sutiles para la destrucción de la cultura judía. 
En 1936, con los juegos olímpicos en Berlín, el gobierno se preocupó por ocultar el verdadero rostro y evitó las proclamas antisemitas, pretendiendo mostrarse como civilizado y respetuoso. 
Una figura clave para el nacionalsocialismo fue Alfred Rosenberg, a quien el autor le presta especial atención. Nacido y educado en Estonia, se graduó en arquitecto y se fue a vivir a Alemania, cuando comenzaba la revolución bolchevique. Tomó contacto con Dietrich Eckart y se integró a la Sociedad Thule, embrión de lo que luego fue el partido nacionasocialista NSDAP. Adolf Hitler se integró después al minúsculo partido, entonces uno más de la corriente völkisch. Rosenberg era una persona instruida y le dio un sello intelectual al nazismo, que necesitaba presentar una argumentación articulada para llegar a otros sectores. Y si bien no formó parte del círculo más íntimo de Hitler, él tenía buena consideración de Rosenberg. Probablemente se sintiera intimidado con su vasta cultura. Ocupó cargos clave en la jerarquía, como ministro de los territorios ocupados en el Este europeo, o supervisando el mundo intelectual del nazismo. Por ejemplo, el Institut für Erforschung der Judenfrage (Instituto para la Investigación de la Cuestión Judía). Los aproximadamente 350.000 volúmenes de la colección de libros judíos de la Biblioteca municipal de Frankfurt, en gran parte donada por la familia Rothschild, fue a parar al IEJ, a los que luego se le sumaron bibliotecas y archivos saqueados en los Países Bajos y Francia, como la biblioteca de la Alliance Israelite Universelle. Para ir a estos lugares, Hitler autorizó la creación de un grupo llamado Einsatzstab Reichsleiter Rosenberg, ERR (Equipo de trabajo del Reichsleiter Rosenberg). No obstante, también Heinrich Himmler, al mando de la SS, estaba interesado en robar libros judíos. La biblioteca reunida por la SS tenía ejemplares robados en la Kristallnacht en Alemania, y en la invasiones a Checoslovaquia y Polonia. Por consiguiente, desde dos 
agencias diferentes hubo saqueo de libros. 
Inevitable y paradojalmente, el IEJ de Rosenberg debió contar con judíos que lo ayudaran en las tareas de catalogación; de ellos, sólo dos sobrevivieron a la Shoá. Los millones de libros saqueados por la ERR fueron enviados a un castillo en Hungen, en las afueras de Frankfurt. Los libros masónicos fueron acumulados en Hinzerhain. También se depositaron libros en Ratibor, en la antigua Silesia alemana, y se distribuyeron en distintos sitios en esa región, provenientes de los territorios invadidos en el Este.
Pero también hubo resistencia a entregar los libros: hubo circulación clandestina en los ghettos. En Terezín, el campo de concentración en el llamado "Protectorado de Bohemia y Moravia", muchos judíos tomaron contacto con su propia cultura a través de los pocos textos que había allí. Como era una población calificada, asimilada y cosmopolita, no había prestado atención a la propia tradición. En esa situación límite, muchos judíos retornaron a las fuentes, lejos de renegar de su condición. Pero incluso en comunidades religiosas del Este, ya Simon Dubnow había hallado escaso interés por el propio pasado e impulsó la creación de archivos. En 1925, en Vilna/Vilnius se creó el YIVO, Yidischer Visnshaftlekher Institut (Instituto Científico Idish), con cientos de miles de ejemplares y documentos. Su consejo asesor había estado integrado por personalidades como Dubnow, Einstein y Freud. En esa ciudad también se hallaba la Biblioteca Strashun, 
con cuarenta mil libros. 
Cuando los alemanes invadieron Vilna/Vilnius (entonces parte de Polonia), la ERR se encontró con millones de libros y documentos concentrados en bibliotecas, museos y sinagogas. Para la clasificación, debieron recurrir a bibliotecarios y académicos judíos. El propósito era enviar el 30% más valioso a Frankfurt, en tanto que el 70% restante se reciclaría como papel. Por supuesto que los bibliotecarios y académicos lograron salvar textos muy valiosos, que escondían en los altillos, sótanos o rincones. Se creó, entonces, la "brigada del papel": muchos textos los clasificaban para la destrucción, algunos valiosos para la ERR, y los de mayor significación se escondían para ser salvados de los dos destinos fatales. Cuando los guardias los descubrían, eran golpeados y amenazados de represalias aún peores.

Mark Glickman señala que en una oportunidad, uno de los académicos pidió permiso para llevar papeles sin valor y ser usados para prender el horno de su casa, en el ghetto. Obtuvo el visto bueno y llevó manuscritos del Gaón de Vilna, cartas de Tolstoi y dibujos de Marc Chagall. Por supuesto que el destino de esos documentos no fue el de encender una fogata. 
Cuando la ciudad fue liberada de los invasores, los sobrevivientes se preocuparon por salvar los libros y documentos que no habían sido destruidos por bombardeos e incendios. Y lo hicieron con prisa, ya que sospechaban que los soviéticos podrían continuar con la labor destructiva. Uno de ellos, Shmerke Kaczerginski, que había formado parte de la "brigada del papel" y luego logró escapar del ghetto y se unió a los partisanos, tras la guerra emigró a Argentina. Kaczerginski y Abraham Sutzkever lograron contrabandear una importante cantidad de libros hacia el YIVO en Estados Unidos. Los soviéticos, por su lado, ordenaron al Dr. Antanas Ulpis a que destruyera los libros encontrados. Ulpis desobedeció en silencio y logró esconder los textos en una cámara subterránea, que fue descubierta en 1988. En ese año fueron 
enviados al YIVO en New York. 
Para salvaguardar y restituir el patrimonio cultural que había sido robado, el presidente Roosevelt creó una comisión encabezada por el juez Owen Roberts. En Offenbach am Main, en las afueras de Frankfurt, se estableció el depósito de los libros saqueados para devolverlos a las bibliotecas. El operativo estuvo a cargo del capitán y archivista estadounidense Seymour Pomrenze, y del bibliotecario Leslie Poste. Aproximadamente tres millones de libros pasaron por este centro, formalmente llamado Offenbach Archival Depot (OAD). La Universidad Hebrea de Jerusalem envió a Gershom Scholem para investigar los libros y manuscritos en Offenbach. Él participó con otros miembros de la universidad en el contrabando de ejemplares hacia Jerusalem, e incluso llegaron a planear incorporar algunos textos en la biblioteca personal que Chaim Weizman estaba enviando en ese momento desde Amberes. Por iniciativa de académicos como Salo Baron, Cecil Roth y Judah Magnes, se conformó la comisión de Jewish Cultural Reconstruction (JCR), dedicada específicamente al destino que se le iba a dar a los libros robados. Simultáneamente, se había creado la Jewish Restitution Successor Organization (JRSO), que se encargaba de todos los bienes saqueados, de modo que formalmente la JCR quedaba bajo su órbita, pero en la práctica fue un órgano autónomo. La gran duda era a quién entregar los libros, ya que muchos de sus antiguos dueños habían sido asesinados. La solución fue que el 40% de los textos y documentos serían enviados a la Universidad Hebrea de Jerusalem, el 40% a los Estados Unidos, y el 20% restante a las comunidades en Gran Bretaña y Sudáfrica. Lo que significaba que en Europa continental quedaría escasa cantidad de libros judíos, pero la devastación no permitía otra perspectiva. En mayo de 1948 se terminó de vaciar el depósito en Offenbach, pero había otros en el resto del continente. Para el siguiente período de la JCR, la persona clave fue la intelectual Hannah Arendt, quien había sido alumna de Salo Baron y su protegida al arribar a los Estados Unidos. Por su iniciativa, y para que se tuviera plena conciencia del itinerario que habían tenido esos ejemplares para que llegara a las manos del lector, se colocó un sticker con el símbolo de la JCR.
El nazismo no sólo intentó exterminar físicamente a los judíos de Europa -y, en el largo plazo, del planeta-, sino también apropiarse de toda la cultura que desarrollaron durante milenios y que dejaron plasmada en libros en diferentes lenguas: hebreo, idish, ladino e idiomas de varias nacionalidades. Una cultura vibrante, viva, que no se conformaba y que siempre estuvo atenta a los grandes problemas existenciales. 
Un libro impecable, bien escrito y documentado, que refleja un costado de una de las tragedias más salvajes de la historia humana.


Mark Glickman, Stolen Words: The Nazi Plunder of Jewish Books. Lincoln, University of Nebraska Press, 2016.

lunes, 19 de febrero de 2018

"Racial Science in Hitler's New Europe, 1938-1945", de Anton Weiss-Bendt et al.

Durante el siglo XIX, con el auge de la ciencia biológica, comenzaron a desarrollarse las teorías que pretendían dar soporte al racismo. Este sentimiento discriminatorio no era nuevo, pero sí lo era su argumentación "científica". Fue el nacimiento de la eugenesia: así como se cruzaban ciertos individuos de especies animales, para arribar a una camada con las características deseadas, lo mismo podría hacerse con los seres humanos. Para ello, debían descartarse aquellos individuos portadores de características alejadas del modelo ideal, mediante su esterilización o eutanasia. Las ideologías racistas se sustentan en la convicción de que los rasgos físicos, la capacidad mental y la conducta están determinados biológicamente, por lo que deben evitarse las mezclas entre las razas "superiores" y las "inferiores", estableciendo una rígida jerarquía en cuya cúspide se hallaban los "arios" o "nórdicos". La eugenesia se desarrolló en tiempos del colonialismo europeo, aunque también se difundió en el continente americano. Inspiró legislación que buscó poner barreras a las corrientes migratorias en Estados Unidos y Australia.
Partiendo de darwinistas sociales como Ernst Haeckel, Wilhelm Schallmayer y Alfred Ploetz, antropólogos como Hans Friedrich Karl Günther (1891-1968) escribió sobre la jerarquía racial, colocando a los nórdicos en la cima. Los eugenecistas de diferentes universidades del mundo se hallaban reunidos en la International Federation of Eugenic Organizations, tenían publicaciones académicas y realizaban congresos internacionales. De estos círculos académicos fueron reclutados varios miembros de la SS, que puso en marcha los planes de limpieza étnica y exterminio en Europa Oriental. El territorio polaco, invadido en 1939, fue el espacio en donde comenzaron a aplicar la concepción de segregación racial, expulsión de la población y reclusión en ghettos de los judíos, política que estuvo a cargo de Heinrich Himmler. 
Para ocupar el Este europeo con germanos, se estudió a los nuevos pobladores y se los clasificó en cuatro grupos de acuerdo al grado de "pureza", con análisis de craneometría y rasgos. Los grupos I y II eran aceptados, los del III ("aptos para la regermanización") eran enviados a Alemania como trabajadores en las fábricas, en tanto que los del grupo IV eran considerados "racialmente inadecuados", y debían ser deportados. Cientos de miles de polacos fueron expulsados de sus hogares, llevando consigo unas pocas pertenencias, dejando atrás sus propiedades. Los judíos no eran examinados de acuerdo a estos parámetros, sino que eran directamente recluidos en los ghettos. 
Esta ingeniería social era también aplicada con los "arios": la lógica de la eugenesia llegaba a planificar los matrimonios y, en un contexto de guerra, también debía contemplar la reproducción de los miembros de la SS, que se concebían a sí mismos como una "élite biológica". Se consideraban la "vanguardia racial" de la Volksgemeinschaft germana. Para contraer matrimonio y tener descendencia numerosa, los miembros de la SS y sus mujeres debían pasar por varios exámenes médicos. Con el ingreso de Alemania en la guerra, las exigencias debieron relajarse y se buscó que cada SS tuviera, al menos, un hijo antes de caer en batalla. 
Se trazaron los árboles genealógicos y se dio de baja a los miembros de la SS que tuvieran patologías hereditarias. En este sentido, se esperaba que tuvieran por lo menos cuatro hijos. De allí que Himmler tuviera en cuenta que, durante la guerra, los SS pudieran tener descendencia y volvían a sus hogares para cumplir con sus obligaciones reproductivas. No era una decisión individual, sino un deber comunitario por encima del deseo personal. También las mujeres podían visitar a sus esposos al frente de guerra, tras un examen ginecológico que estableciera las fechas de fecundidad. Las viudas y huérfanos (legítimos e ilegítimos) de los SS habrían de recibir la protección económica y educación. 
Para ocupar el "espacio vital" (Lebensraum) de acuerdo al Generalplan Ost, no sólo debían ser eliminados los judíos de los países bálticos, Rusia europea, Ucrania y Bielorrusia, sino también unos treinta millones de eslavos. Los sobrevivientes serían sometidos a una vida de semiesclavitud al servicio de los germanos. Para este repoblamiento se hizo propaganda entre holandeses y noruegos, ambos países invadidos en 1940, pero que eran considerados como germánicos. Los autores señalan que las ideas de la eugenesia eran rechazadas en gran medida en los Países Bajos, en contraste con lo que ocurría contemporáneamente en Alemania. 
Aproximadamente unos cinco mil "pioneros" holandeses se establecieron en Ucrania, Bielorrusia y los países bálticos entre 1941 y 1944. Se entendía que los Países Bajos estaban sobrepoblados, por lo que muchos campesinos habrían de necesitar tierras en el Este europeo. Como, además, la concepción del imperio germánico se fundaba en una población mayormente rural -las ciudades eran sitios de perdición-, el plan de repoblamiento con holandeses era congruente con lo buscado. Alfred Rosenberg, ministro de los territorios ocupados en el Este, autorizó a la Nederlandsche Oost Compagnie a iniciar los estudios para poblar con holandeses, y bajo su esfera se establecieron allí esos miles de trabajadores. Mientras en los Países Bajos se lograron reclutar unos 30 mil hombres para combatir en el frente oriental, y unos diez mil entre los flamencos de Bélgica, sólo unos cinco mil se enlistaron en Noruega.
En la ideología nacionalsocialista, los noruegos se hallaban por encima de los alemanes en cuanto a pureza racial: los escandinavos se hallaban en porcentajes del 70 u 80%, en tanto que los alemanes en 50 o 60%. Para Günther, esto se debía al relativo aislamiento de los noruegos y suecos en comparación con Alemania. El espíritu vikingo habría de resurgir apenas tuvieran la oportunidad de conquistar a otro pueblo... De esta idea participó Richard Walter Darré, nacido en Argentina y que en su infancia fue enviado a vivir a Alemania, en 1933 asumió como ministro de Agricultura del Tercer Reich y director de la Oficina de Raza y Reasentamiento (Rasse und Siedlunghauptamt, RuSHA). Darré quería que hombres alemanes se casaran con mujeres noruegas, a fin de mejorar la descendencia germana. 
A instancias de Darré, se inició el reclutamiento de escandinavos para la SS: los dos primeros inscriptos estaban lejos del paradigma de la raza superior: uno tenía sobrepeso, el otro pie plano, y ambos tenían problemas con el alcohol. 
En la fantasía ideológica de Günther y Darré, los noruegos acudirían a poblar Rusia y Ucrania tal como lo habían hecho sus antepasados, por lo que sería un retorno al hogar. Aseveraban que estos modernos "vikingos" serían los más aptos para asentarse en las fronteras del Lebensraum, ya que su espíritu aguerrido habría de contener a las "hordas asiáticas". Más allá del escaso eco que tuvo el nacionalsocialismo en Noruega, eran tratados con el máximo respeto por la SS debido a su "pureza racial", y cientos de jóvenes recibieron educación en la región del Wartheland, en la Polonia invadida y anexada. En la cosmovisión racista de la SS, primaba la idea del Blutsgemeinschaft, la "comunidad de sangre".
A pesar de los esfuerzos de la propaganda nazi, los daneses, noruegos, holandeses y belgas los seguían observando como una fuerza invasora. La minoría alemana del Schleswig septentrional, que reclamaba su retorno al Reich, descubrió que esto no formaba parte de la agenda de Hitler, al contrario de lo que había ocurrido con las minorías en Checoslovaquia y Polonia. Y es que la concepción de una comunidad racial nórdica impulsaba a no entrometerse en nuevas fronteras, sino en ganarse el apoyo de los escandinavos. Así, se creó la SS Wiking, compuesta por daneses y noruegos, y tanto Hitler como Rosenberg emplearon la expresión de "comunidad de destino" (Schicksalsgemeinschaft) para referirse a la idea de un imperio germánico que comprendiera a todas esas naciones. Esto provocó una situación incómoda con el pequeño partido nazi de la minoría alemana en Dinamarca, aunque debieron someterse a los dictados de Berlín. 
En la Italia fascista, la gran aliada de la Alemania nazi en Europa, las teorías de la eugenesia eran bastante marginales por la presencia de la Iglesia Católica Romana. El fascismo fue bastante ambiguo con respecto al racismo del nacionalsocialismo y aún hoy es motivo de debate académico. Sin embargo, hay coincidencia en que la guerra de conquista de Etiopía acercó a Mussolini con Hitler. Pero mucho antes de ese conflicto en África, Mussolini tenía como director de las publicaciones Il Tevere y Quadrivio a Telesio Interlandi, un propagandista del antisemitismo y las teorías conspirativas. Fue él quien impulsó a Giulio Cogni, un seguidor de Günther y las teorías eugenésicas. En 1938, tras la visita de Hitler a Italia, Mussolini estableció leyes raciales antisemitas que apartaron a los judíos de la función pública y las fuerzas armadas. Interlandi se convirtió en director del bisemanario La Difesa della Razza (La defensa de la raza), subsidiada por el Estado italiano. Pero la corriente predominante en la antropología italiana era la que sostenía la tesis de la raza mediterránea, diferente a la aria.
Otros miembros del Eje también se sumaron a la ideología racista, cada uno aplicándolo de un modo elástico a su propia conveniencia. Los gobiernos de ultraderecha en Rumania, Hungría y Croacia, así como los letones y estonios colaboracionistas, se las ingeniaron para hacer grandes acrobacias argumentales. El nazismo los precisaba como aliados y todos ellos compartieron su antisemitismo y rechazo a los gitanos, pero elaboraron variantes locales. Los croatas agregaron a los serbios a la lista de los rechazados; los rumanos y los magiares se miraron con suspicacias; en tanto que los estonios y letones fueron además antirrusos. Movimientos inspirados en el fascismo como la Guardia de Hierro de Codreanu, y la Ustasha croata, pusieron un gran empeño en un antisemitismo que solía superar al de la SS. Pero también inventaron, como fue el caso de la Ustasha, la categoría de "arios honoríficos" para salvar la situación de unos pocos de sus miembros que tenían orígenes judíos. 
Toda la ingeniería social del nazismo apuntaba al exterminio de millones de personas a las que en su taxonomía racista ubicaban como "indeseables" o "infrahumanos". Pero a pesar de todos sus intentos por justificarse, es claro que eran concientes de cometer un asesinato en masa: no se atrevieron a decirlo abiertamente, ni siquiera en la Conferencia de Wannsee, ni tampoco Hitler dejaba órdenes por escrito, siendo todas de carácter verbal. Como todo colectivismo, se impuso una visión rígida, estrecha, miserable y aborrecible de la existencia humana.

Anton Weiss-Bendt, Rory Yeomans et al., Racial Science in Hitler's New Europe, 1938-1945. Lincoln, University of Nebraska Press, 2013. 

lunes, 12 de febrero de 2018

"Hitler's Millennial Reich", de David Redles.

El nazismo, producto del período de entreguerras en la República Alemana de Weimar, es uno de los más claros ejemplos de religión política que hubo en el siglo XX. David Redles lo ubica como un milenarismo apocalíptico. En principio, cabe subrayar que apocalipsis no sólo significa la destrucción de un orden, sino también la emergencia de uno nuevo, completamente renovado sobre las cenizas del anterior. En este sentido, el milenarismo racista del nazismo se proponía barrer con lo existente para erigir un nuevo imperio ario que generara una raza purificada. 
El nazismo no sólo nació de las vertientes nacionalistas völkisch que tanto proliferaron tras la derrota en la primera guerra mundial, sino también hunde sus raíces en corrientes ocultistas que se nutrían de la llamada "ariosofía", corriente creada por dos vieneses: Guido von List y Lanz von Liebenfels. Combinaron el darwinismo social, la teosofía, la eugenesia y sus ensueños de un pasado mítico ario, para sostener que se aproximaba un apocalipsis racial, del cual podían lograr la salvación de los nórdicos. Para evitar la destrucción de su raza, debían no sólo detener la mezcla con otros grupos étnicos, sino también aplicar estrictas medidas de eugenesia. De este modo, volverían a alcanzar la categoría de semidioses del pasado y salvar al mundo. Inspirado por la ariosofía, Rudolf von Sebottendorff creó en 1918 la Sociedad Thule, que se propuso combatir a la supuesta conspiración judeobolchevique. Fundadores del Partido Nacional Socialista Obrero Alemán, muchos fueron apartados por Hitler, pero el NSDAP siguió teniendo a muchos seguidores de la Sociedad Thule (Thule Gesellschaft) en su seno, como Alfred Rosenberg, Dietrich Eckart, Hans Frank y Rudolf Hess. De esta Sociedad también salió gran parte de la simbología nazi, como el uso de la svástica, de orígenes antiquísimos. Convencidos de la veracidad de los Protocolos de los Sabios de Sión -en rigor, un texto falso redactado varios años antes por la policía secreta zarista, la Ojrana-, hallaron al enemigo racial al cual arrojar la culpa de todos los males que acechaba a la 
Alemania derrotada en la Gran Guerra. 
La atmósfera enrarecida de la República de Weimar fue el humus en el que germinaron rápidamente las ideas del racismo. Alemania, derrotada en la Gran Guerra, salió humillada en el Tratado de Versalles: perdió territorio, sus colonias, su ejército y Armada se redujeron a niveles mínimos, y se impusieron severas indemnizaciones por el conflicto bélico. Las vertientes nacionalistas culpabilizaron de esta situación a una conspiración judía junto a los bolcheviques, masones y capitalistas de Occidente. Con la hiperinflación de 1922-1923 y luego la crisis financiera mundial de 1929 en adelante, muchos alemanes se arrojaron a las promesas de salvación del nazismo, que les proponía un futuro brillante y orgulloso. Weimar simbolizaba todo lo "antialemán": su cultura moderna, cosmopolitismo, democracia parlamentaria, el nuevo rol de la mujer. El jazz era uno de los síntomas de esa "descomposición" que no era azarosa, sino planificada... 
Hitler se veía a sí mismo como un profeta y mesías que habría de salvar a los arios del cataclismo racial: el enfrentamiento con los judíos era concebido por los nazis como una guerra escatológica, en el que habría de prevalecer uno u otro en forma definitiva. Era un Armageddón cósmico entre la luz y las sombras. Aseveraba que los judíos habían sido creados de otra fuente, por otro dios, siendo un ser contrario a la naturaleza. Eran los arios, según Hitler, el auténtico pueblo de Dios, en tanto que los judíos 
eran hijos de Satanás. 
Para sus seguidores, la pertenencia al partido nazi y a sus milicias les otorgaba una misión de salvación de la humanidad, un rol protagónico en el amanecer de una nueva era. Los nazis se concebían a sí mismos como portadores de una misión redentora, y Hitler invocaba la necesidad de una conversión interna para llevar adelante esa tarea. Sólo en el espíritu de comunidad racial se alcanzaría la fraternidad entre pares, un auténtico paraíso en este mundo. De allí la necesidad de llevar esa conversión profunda, esa mutación interior, a los niños, que no sólo serían los herederos de su utopía racial, sino además que serían los portadores y custodios del nuevo orden mundial. En tanto se sentían portadores de una fe y una verdad absoluta, los nazis se arrojaban a un proselitismo que les daba un sentido en la vida, formando parte de una gran comunidad racial y que les daba trascendencia. Los testimonios que aporta David Redles, en cada una de sus páginas, son elocuentes del sentimiento de ser parte de una misión fundamental.
La escenografía de los actos partidarios, el mensaje, el clima de unión racial y la fe fanática de sus seguidores, creaban un clima que seducía e "iluminaba" a quienes concurrían. Aquella situación caótica y desastrosa cobraba un sentido al escuchar una visión articulada que culpabilizaba de todo a un enemigo singular, el judío; en él se generaba todo el mal, y se lo deshumanizaba y satanizaba, se lo cosificaba como un "subhumano". Por consiguiente, se buscaba legitimar la violencia contra los judíos al despojarlos de todo rasgo humano, y se abonaba el terreno para su ulterior exterminio.
Adolf Hitler estaba convencido de su rol providencial, de haber sido ungido por una fuerza sobrenatural. Lo "guiaba" una voz interior, y se sentía invencible. Era esa fuerza interior la que dejaba traslucir en su oratoria, como si fuera un médium que liberaba su inconsciente. Lo cierto es que, más allá su patología psiquiátrica, sus seguidores estaban dispuestos a creer fervientemente en él y desplegaron un movimiento que provocaba una fascinación hipnótica en mentes propensas a creer en su discurso apocalíptico, mesiánico y destructivo. 


Hitler soñaba con un Armageddon entre los arios y los judíos, y la Operación Barbarroja para conquistar el "espacio vital" (Lebensraum) en la Rusia europea, era esa batalla final. En este sentido, la Ostkrieg era una Vernichtungskrieg, una guerra de exterminio, y a la vez la guerra final. Redles considera que la decisión del aniquilamiento de los judíos se tomó meses antes de la Conferencia de Wannsee, de enero de 1942, y por ello los Einsatzgruppen comenzaron a fusilar sistemáticamente a todos los judíos que hallaban en la URSS invadida, a partir de agosto de 1941, incluyendo a niños, mujeres y ancianos. -No era una guerra convencional de ocupación y conquista, sino una guerra ideológica, un conflicto bélico tras el cual se establecería el milenio nazi.
El autor se adentra, en este texto, en el mundo de las creencias y el ocultismo, tan arraigadas en la Europa de entreguerras y, sobre todo, tan difundidas en un mundo que parecía estar al borde del precipicio tras la Gran Guerra. Se trata, entonces, de una dimensión a tener presente en el estudio del siglo XX, marcado a fuego y sangre por la confrontación de religiones políticas.

David Redles, Hitler's Millennial Reich: Apocalyptic Belief and the Search for Salvation. New York, New York University Press, 2005.

sábado, 10 de febrero de 2018

"Totalitarianism and Political Religion", de A. James Gregor

Estudiar los itinerarios intelectuales es una tarea ardua, en la que Gregor es un experto. Las corrientes de pensamiento que han desembocado en gobiernos totalitarios se desarrollaron durante los siglos XIX y XX y tuvieron características religiosas que el autor analiza y desmenuza. Fueron religiones seculares, que no trataban sobre el más allá sino sobre este mundo, pero que tuvieron concepciones teleológicas de la historia -el triunfo de una clase social o una raza-, así como profetas, apóstoles, creyentes, dogmas, liturgias y mártires. Y también heresiarcas y apóstatas. 
La trayectoria se inicia con Hegel y su concepción del Estado, sosteniendo que los individuos debían ser guiados por el poder para alcanzar la "verdadera libertad", que consistía en la obediencia y el sacrificio. Su concepción dialéctica influyó en las diversas corrientes hegelianas que le siguieron, ya fueran de izquierda o derecha, pero todas ellas con el elemento común de la supresión de la individualidad al servicio de un ente superior. Ludwig Feuerbach continuó por este camino, pero sostuvo que lo material determinaba al mundo del pensamiento; Moses Hess, por su parte, al materialismo le añadió la idea de la pauperización creciente de las masas, sosteniendo que sólo una sociedad comunista -tras una serie de contradicciones llegaba a esta síntesis final- podía lograr la auténtica emancipación y realización de la humanidad, y que, como buen hegeliano, creía que la Historia iba en este sentido. 
Los textos de Hegel, Feuerbach, Hess y Wilhelm Weitling influyeron en el pensamiento de Friedrich Engels desde muy joven. Engels, siguiendo a Hegel y Feuerbach, antropomorfizó a la Historia Universal y vio en ella un designio y sentido hacia la liberación humana. De Weitling tomó el concepto de que fue el inicio de la propiedad privada y el abandono de la propiedad comunitaria lo que provocó la división entre poseedores y proletarios, entre ricos y explotados. Ese "pecado original" habría de ser redimido por la Historia, con el triunfo de los proletarios y la propiedad colectiva, y en donde Engels estaba convencido de la inminencia de la revolución era en Gran Bretaña, Francia y Alemania. Weitling y Hess, en este sentido, formaban parte de la "Liga de los Justos" que auspiciaba esta liberación en los países mencionados. Engels, pues, reemplazó la rigidez de sus creencias religiosas cristianas por las de un nuevo dogma, la Historia y su redención final.
Karl Marx bebió de todas estas fuentes y así lo expresó en sus primeros escritos. En sus obras publicadas entre 1845 y 1848 (La ideología alemana, La pobreza de la filosofía y el Manifiesto del Partido Comunista, junto a Engels) quedó conformado el núcleo central del canon del pensamiento marxista, continuando lo que ya habían escrito Hess y Engels. Marx y Engels estaban convencidos de que la historia tenía un sentido, una teleología que llevaba inexorablemente a la liberación humana. Tenía un sentido moral, de redención final, tras atravesar un extenso purgatorio. En este esquema no había espacio para la voluntad humana: la Historia tenía leyes inexorables que se cumplían más allá de lo que hicieran o no los individuos.
El materialismo histórico, según James Gregor, rastrea el sentido de la existencia humana y su comportamiento, desde la introducción de la propiedad privada (similar al pecado y la expulsión del Edén) hasta su redención final (la sociedad comunista), en la que la humanidad volverá a su unidad y el fin de sus sufrimientos.  Marx y Engels fueron intolerantes y despreciaron a todo aquel que no aceptara en su totalidad su "socialismo científico", al que consideraron un cuerpo de verdades absolutas e irrefutables. Tras el Manifiesto Comunista, desarrollaron un sistema teórico complejo para sostenerlo. A la muerte de Engels, en 1895, el gran intérprete del marxismo fue Karl Kautsky, quien durante muchos años fue su colaborador. En Rusia, el introductor del pensamiento marxista fue Plejanov. Este intelectual ruso, narodnik en su juventud como tantos otros, se entregó de lleno al estudio del marxismo durante su exilio en Suiza. Según Gregor, Vladimir Ilich Ulyanov -a quien más tarde conoceremos por el seudónimo de Lenin- fue influido tanto por el marxismo de Plejanov como por la lectura de Nikolai Chernyshevsky, gran lector de Ludwig Feuerbach. Para Chernyshevsky, un grupo resuelto habría que conducir al resto hacia las grandes metas de la humanidad: esta idea se desarrolló en Lenin con la "vanguardia del proletariado", el rol del Partido para conducir a la revolución y a la sociedad socialista hacia la meta del comunismo. La variante leninista -una de las tantas corrientes del marxismo que sobrevivió gracias a su heterodoxia, tal como nos lo plantea James Gregor en Marxism, Fascism, and Totalitarianism- surge en el contexto de la intelligentsia rusa, una clase de intelectuales que tomaron contacto con los autores de Occidente pero en el marco de un imperio autocrático que procuraba desarrollarse aceleradamente en sus aspectos materiales, a la par que 
mantenía un férreo paternalismo del Zar. 
Chernyshevsky planteaba la idea de los "nuevos hombres", los "salvadores". Estos eran, en la concepción que habría de desarrollar Lenin, los revolucionarios profesionales que "inyectarían" la conciencia de clase en los proletarios que, hasta ese momento, estaban sin guía. Sin la dirección de estos iluminados, los proletarios sólo alcanzarían la conciencia gremial, pero no la de clase. Si bien en el pensamiento de Marx y Engels no hay espacio para las decisiones individuales, tampoco resultaba claro cuál era el margen para el libre albedrío si la Historia era inexorable en sus leyes del desenvolvimiento de la humanidad. Aquí hubo, pues, una innovación de Lenin para articular a los elementos revolucionarios y poner como objetivo la toma del poder. El libro de Chernyshevsky que influyó en Lenin se llamaba Qué hacer (что делать): el revolucionario ruso tomó ese mismo nombre para el texto en el que desarrolló los primeros contornos de lo que luego habría de conocerse como marxismo-leninismo. Ya en sus primeros pasos, la versión heterodoxa del leninismo fue severamente cuestionada por Rosa Luxemburgo, quien advirtió sobre la hipercentralización en torno a un líder y su dogmatismo cuasi-religioso. Estas críticas también las expresó Nikolai Berdiaev. Ya en 1906, Berdiaev anticipó que Lenin y los suyos impodrían un "socialismo religioso" y un Estado absoluto que anularía todas las libertades. Lenin fue implacable con todos sus críticos, reales o imaginarios, y los acusó sistemáticamente 
como "burgueses". 
En el caso del fascismo, si bien Mussolini tuvo orígenes políticos e ideológicos en el socialismo y el marxismo -fue un destacado dirigente del Partido Socialista italiano antes de la Gran Guerra, y director del diario Avanti!-, no sólo bebió de las fuentes de la ortodoxia del "socialismo científico", sino también de Sorel. Ya entonces comprendió la necesidad de una fe, que era la del mito convocante. Durante la primera guerra, Mussolini leyó con avidez la prosa patriótica de Giuseppe Mazzini y también los trabajos de Giovanni Gentile, que hizo del Estado -y del fascismo- una religión secular, en la que la comunidad estaba siempre por encima del individuo. Gentile fue ministro de Educación y senador de la Italia fascista, y uno de sus principales ideólogos. Lo cierto es que el fascismo vertebró una religión política con numerosos rituales, pero que nunca logró articular una teoría de la historia como el marxismo o el nacionalsocialismo.
El nacionalsocialismo alemán, que no surgió con Hitler sino que sus raíces se encuentran en la centuria decimonónica, se asentaba en un antisemitismo de nuevo cuño. James Gregor explora los trabajos de Richard Wagner -que buscaba recrear la religión germánica a través de su arte, para oponerla al cristianismo al que consideraba judaizado- y del conde de Gobineau, que desarrolló los cimientos de la teoría racial de la pretendida superioridad aria.
Gobineau aseveraba que sólo los arios, y entre ellos específicamente los germanos, eran los creativos que habían plantado las semillas de las grandes civilizaciones, como India, China, Mesopotamia, Egipto, Grecia y Roma. Pero que, al mezclarse con otros grupos, se degeneraban intelectualmente y con ellos comenzaba la decadencia de sus culturas. La raza, para Gobineau, era portadora de características genéticas que se expresaban en distinciones físicas, intelectuales y conductuales. En esta línea argumental prosiguió Houston Stewart Chamberlain. Para todos ellos, tanto los judíos como su concepción religiosa incidieron negativamente en el desenvolvimiento de los germanos, e incluso Chamberlain sostuvo que Jesús debió haber sido un ario.
Gregor observa atinadamente que Hitler no era una persona que citara libros o autores, y que su biblioteca se perdió. Si bien se puede deducir que se formó en este clima de pensamiento völkisch racista y antisemita, hubo otros personajes de su entorno que pudieron articular una concepción elaborada. Uno de ellos fue Alfred Rosenberg, quien pasó a la historia como el gran ideólogo del nazismo. Rosenberg, que nació en Estonia en tiempos del Imperio Ruso, tuvo una gran infuencia en Hitler quien, totalmente enfocado en la política, tomó sus ideas a grandes trazos. En su concepción racista, los nórdicos no sólo ocupaban la máxima jerarquía en la escala humana, sino que además para desarrollarse plenamente debían ocupar un "espacio vital" (Lebensraum) y fundamentalmente dedicarse a la vida rural, ya que las grandes ciudades corrompían. Los otros pueblos debían ser dominados por minorías nórdicas. Asimismo, el esquema de Rosenberg no sólo incluía la "pureza racial" -las mezclas habían "debilitado" a los nórdicos-, sino también la creación de una iglesia alemana, despojada de los elementos judíos del cristianismo. Adolf Hitler no quiso entrometerse con la religión durante la guerra, dejando este capítulo para después del conflicto bélico, aunque hay indicios de que quería favorecer una religión que recuperara las viejas creencias nórdicas precristianas. Los elementos religiosos aparecen en el nacionalsocialismo: la idea de una redención y del milenarismo, los rituales, las verdades incuestionables, aunque también con apariencia científica.
Las ideologías racistas fueron derrotadas en la segunda guerra mundial, pero no el marxismo-leninismo. Gregor dedica su último capítulo al maoísmo y a Pol Pot, derivados del marxismo soviético, aunque con el protagonismo de los campesinos, en un apartamiento completo del marxismo tradicional. El libro finaliza con una serie de reflexiones sobre otras corrientes nacionalistas autoritarias, aunque despojadas de la narrativa religiosa que tuvieron los fenómenos totalitarios.
Un texto que provoca reflexión, que despierta curiosidad y que genera interés en torno al siglo más sangriento de la historia humana.

A. James Gregor, Totalitarianism and Political Religion: An Intellectual History. Stanford, Stanford University Press, 2012.